En 2011, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) fundó SAVE FOOD, una iniciativa cuyo objetivo es reducir los millones de toneladas de alimentos que se pierden o desperdician cada año en el mundo. Este desperdicio representa un tercio de los alimentos producidos en el mundo para el consumo humano y equivale a una pérdida cercana al billón de dólares al año.
Frente a los datos del despilfarro podemos contraponer los números del hambre: cada año mueren 2,8 millones de niños por causas que tienen que ver con la desnutrición, según los datos de UNICEF de 2020.
España ocupa el séptimo puesto dentro de la Unión Europea en cuanto a desperdicio de alimentos se refiere: tiramos 7,7 millones de toneladas de alimentos cada año. En el marco del primer debate multisectorial sobre el desperdicio de alimentos en España, organizado por la OCU en 2016, se comprobó que entre un 30 % y un 50 % de los alimentos comestibles acaban desechados. La mayoría de ellos se tiran sin haberlos siquiera cocinado (frutas, verduras, pan). En la cadena alimentaria, las pérdidas se desglosan en un desperdicio del 42 % del total en los hogares; en la fase de fabricación, el 39 %; en la restauración, el 14 % y en la distribución, el 5 %.
Cuando se desperdicia la comida no solo se despilfarran los alimentos, también se están causando un impacto negativo al producirse un gasto innecesario de recursos (materias primas, agua, energía) y un aumento de la contaminación derivada del proceso de producción y de distribución.