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El Test de Turing: máquinas que aparentan ser humanos

Tiempo de Lectura: 5 minutos

El Test de Turing: máquinas que aparentan ser humanos
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CaixaBank

11 Enero, 2019


¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? La pregunta da origen al título de la novela de ciencia ficción publicada en 1968 por el escritor Philip K. Dick, pero también sintetiza una duda que lleva con nosotros desde la invención de las primeras computadoras: ¿pueden las máquinas pensar? ¿Pueden llegar a alcanzar conciencia? ¿Son capaces de reflejar humanidad?

Estas mismas preguntas también se las hizo en 1950 el padre de la computación, el británico Alan Turing, un genio que ideó un test para discernir si una máquina es capaz de mostrar un comportamiento y pensamiento equivalente al de un ser humano. Casi setenta años después del origen del Test de Turing, la pregunta ya no es si las máquinas llegarán a parecerse tanto a nosotros, sino cuándo.

La inteligencia artificial que no pasa el Test de Turing

La inteligencia artificial ya está presente en nuestras vidas y no tiene nada que ver con robots antropomorfos o máquinas malvadas que quieren controlar el mundo; la IA que nos acompaña en nuestro día a día es aquella que nos recomienda playlist sobre la base de nuestros gustos, la que nos ayuda a llegar a ese recóndito pueblo en el que pasaremos el fin de semana o la que nos escucha cuando utilizamos uno de los servicios por voz como Siri o Alexa.

Por supuesto, a medida que los algoritmos se perfeccionen y los investigadores desarrollen inteligencias artificiales más complejas, más profundo será el impacto de la IA en nuestra cotidianidad, empezando por la ya cercana irrupción de los coches autónomos.

Pero hay otro aspecto de las IA que tanto por práctico como por filosófico obsesiona a los expertos en la materia: la capacidad de razonamiento, pensamiento y humanidad que pueden llegar a desarrollar las máquinas. Y aunque existen varias herramientas para comprobar el nivel de inteligencia de una IA, la más conocida y significativa es, sin duda, el Test de Turing.

El concepto del Test de Turing es bastante sencillo: una persona se sienta frente a un ordenador y chatea con “alguien” durante un tiempo estipulado. Si, tras finalizar el tiempo, la persona no puede asegurar si su interlocutor es un humano o una máquina, el test se habrá pasado con éxito.

En realidad, el test original propuesto por Turing, del cual existen numerosas variantes, establecía que la prueba debía durar 5 minutos y que el interlocutor debía estar convencido de estar hablando con un ser humano el 70% del tiempo.

Aunque en teoría parece bastante simple, la práctica ha demostrado que engañar a un ser humano para que piense que al otro lado hay una persona de carne y hueso es muy difícil.

Los diferentes niveles de inteligencia artificial

La inteligencia artificial es muy buena en bastantes cosas: sabe manejar inmensas cantidades de datos, es capaz de cruzar muchas variables y realizar proyecciones, ejecutar complejas operaciones matemáticas… pero es todavía bastante torpe imitando el comportamiento humano. Y eso es exactamente lo que, al fin y al cabo, mide el Test de Turing, una prueba que nos dice cómo de parecido es el comportamiento de la máquina al del ser humano, independientemente de su inteligencia.

Es decir, rozando ya la segunda década del siglo xxi somos capaces de crear inteligencias artificiales que conducen mejor que nosotros –la gran mayoría del tiempo– pero que no pueden sostener una conversación realista. Aunque hay excepciones.

Desde los años 90 se vienen realizando todo tipo de concursos y pruebas que se basan en el Test de Turing, pero fue en el año 2014 cuando el test fue superado por primera vez. En teoría. La prueba fue organizada por la Real Sociedad de Londres y consistió en una serie de conversaciones de 5 minutos en las que hubo un participante que destacó por encima del resto: Eugene Goostman. Fingiendo ser un niño ucraniano de 13 años, este chatbot consiguió engañar al 33% del jurado, que aseguró que detrás del monitor había un niño real.

El hecho de que el supuesto niño hablara inglés como segundo idioma o que su conocimiento del mundo fuera el de un pequeño fueron dos puntos clave que añadieron más polémica a una prueba ya de por sí bastante controvertida.

Porque a pesar del genio de Turing, la comunidad científica no se pone de acuerdo sobre la validez del Test de Turing como herramienta para determinar el pensamiento de una máquina o su capacidad para asemejarse a un ser humano. De ahí que en las últimas décadas hayan surgido bastantes alternativas y modificaciones al Test de Turing, pero todas recalan en las mismas dificultades: ¿qué entendemos por inteligencia? ¿Cuándo podremos decir que una máquina piensa por sí misma?

Esas son preguntas tal vez demasiado filosóficas para confiárselas a los chatbots, que al fin y al cabo son programas creados para interactuar con seres humanos y hacerles creer que son personas, pero no para pensar realmente.

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