Producir, usar y tirar. Así ha funcionado el proceso económico lineal que ha regido desde el siglo XVIII y que tenía un comienzo (la obtención de recursos naturales) y un final (la basura) perfectamente delimitados. Y así ha venido siendo independientemente de que, fruto del ciclo económico, la actividad se expanda o se contraiga.
En el inicio de esta cadena hallamos el primer problema: las materias primas existentes no serán suficientes para cubrir la demanda futura. A largo plazo, el consumo de recursos naturales es insostenible. Cada año, en Europa, se utilizan un promedio de 16 toneladas de materiales por persona para mover la economía; 6 de esas toneladas se convierten en residuos y eso nos lleva al siguiente inconveniente.
En el final de la cadena también falla algo: tirar significa generar desechos. La imagen gráfica son esas montañas de ordenadores que contaminan Agbogbloshie, en Ghana. Se calcula que en 2014 generaron en el planeta casi 42 millones de toneladas de basura electrónica. Como tristemente ha puesto de relieve el reciente caso de Seseña, es el propio concepto de vertedero el que hay que eliminar de las prácticas económicas.
El círculo virtuoso
El proceso ya está en marcha, lo conocemos, principalmente, por el vidrio, el cartón y los envases. El reciclaje no es nada nuevo. Pero la labor de separación y recogida independiente de residuos aún ha de mejorar mucho para reducir la descomunal generación de residuos actual. Hay además otro factor relevante: la reutilización y reparación de los bienes para evitar su desecho prematuro.
Esa es la apuesta de la economía circular: retener los recursos en la economía cuando un producto llega al final de su vida, de forma que pueda seguir aprovechándose una y otra vez. De este modo, los desechos, tras su procesado, se incorporan nuevamente al proceso, reduciendo el peso con el que hasta el momento cargan casi en exclusiva las materias primas.
El cambio está en marcha, pero su éxito depende en gran parte del compromiso de las empresas con la reducción del consumo, el ciclo de vida de los productos, el uso de materiales reciclados o la incorporación de conceptos como el ecodiseño. De este modo se incrementará la oferta, pero también es necesario un cambio de mentalidad en la demanda: que la sociedad reclame y priorice la compra y uso de productos sostenibles y eficientes.
Por último, tal y como destacan desde la Fundación Economía Circular, existe otro punto a su favor: “Además de los beneficios ambientales, esta actividad emergente es creadora de riqueza y empleo (incluyendo las del ámbito de la economía social) en todo el conjunto del territorio y su desarrollo debe permitir obtener una ventaja competitiva en el contexto de la globalización”.