La ciudad es un sistema complejo que puede ser entendido como algo parecido a un ecosistema: la materia y la energía entran por uno de los lados, son procesadas dentro y finalmente son desechados los residuos.
Este modelo lineal es no sostenible. Por eso, el modelo de ciudad circular surge para conectar las salidas con las entradas, así como para cambiar los procesos internos con el fin de que esto sea viable. ¿Qué se puede hacer?
Ciudades como Austin (Texas, EE. UU), París (Francia), Ámsterdam (Países Bajos) o Toronto (Canadá) ya han desarrollado iniciativas para convertirse en ciudades circulares.
La llegada de alimentos a las ciudades es, con diferencia, el gran flujo de entrada de materiales. Eclipsa a cualquier otro flujo de materia prima. Se estima que cada español consume unos 690 kilogramos de comida anual, un flujo continuo de 2 kg per cápita al día. A este problema ya se enfrentó la Roma del siglo I con su millón de habitantes, un reto que no solo es logístico.
¿Pueden las ciudades producir comida local? Aunque innovaciones como el cultivo vertical o los clásicos huertos urbanos pueden ayudar, lo cierto es que no se dispone de tecnología para cortar los flujos con otros lugares.
Es por ello que merece la pena poner el foco en el cultivo tan local como sea posible, y en abonar el campo con parte de los residuos orgánicos urbanos para compensar estos flujos.
Es probable que, en la ciudad del futuro, te tengas que fijar en un nuevo concepto en el supermercado: los precios de los alimentos podrán incluir su huella ambiental, siendo más baratos los locales y de temporada. También es probable que consumas vegetales cultivados en vertical en alguna nave de las afueras.
La depuración de las aguas para consumo humano fue uno de los grandes logros de la humanidad, junto a las cloacas que se llevaban los residuos lejos. Hoy en día estos residuos son tratados también “aguas abajo” para limpiarlos de desechos. Y, a menudo, devueltos a la ciudad.
Las Estaciones Depuradoras de Aguas Residuales (EDAR) se encargan de ello, y muchas ciudades ya pueden recircular el agua para cultivos o agua doméstica. El filtrado por ósmosis y purificadoras ultravioleta ayudan a limpiar el agua, que es un bien cada vez más escaso y cuyo uso las ciudades han de cuidar. Por eso en el futuro conviviremos mucho más con agua reciclada sin darnos cuenta, por ejemplo, al limpiar la vivienda o lavar nuestro vehículo.
Más complicado es el flujo de residuos sólidos urbanos, que incluye todo tipo de productos sólidos desechados: muebles, papel y cartón, polímeros, cristales, restos orgánicos, etc.
En las ciudades circulares, el principio es la reducción del consumo a través del uso extensivo de los materiales: hacer que duren más y usarlos tantas veces como sea posible.
El ejemplo clásico es sustituir las botellas de plástico de un solo uso por una cantimplora metálica que dura toda la vida. También se usa en edificación, reformando edificios antiguos en lugar de derribarlos para construir otros.
China es líder absoluto en esto, y ha llegado a desplazar edificios enteros o regenerar torres residenciales para evitar desperdiciar el impacto original. Así que es probable que, en la ciudad del futuro, residas en una casa inteligente erigida a principios del siglo XX.
En el extremo opuesto nos encontramos con la fracción más difícil de recircular: los residuos de aparatos eléctricos y electrónicos (RAEE). La clave para tratarlos está en reducir el volumen tecnológico, por un lado, y reparar y reutilizar todo lo posible, por el otro.
Para reducir el volumen tecnológico, un gran comienzo es la estandarización de los conectores USB, que evitará la fabricación de hasta 11.000 toneladas de residuos electrónicos al año, según la Comisión Europea.
Compartir sistema de aerotermia comunitario en lugar de disponer de unidades por domicilio también ahorraría una cantidad ingente de recursos. Esto significa que, en la ciudad circular del futuro, podrías utilizar un sistema de climatización centralizado, eficiente e inteligente, capaz de acondicionar cada parte del edificio en función de las condiciones climatológicas o de la hora del día.
No solo compartirías calefacción: el mismo principio se aplica al carsharing frente al vehículo en propiedad, hacer uso de lavadoras de la comunidad, como ocurre en muchos edificios de Nueva York, o disponer de objetotecas cerca. Las objetotecas son bibliotecas de objetos compartidos que es posible tomar prestados o alquilar cuando sean necesarios. Por ejemplo, herramientas o electrodomésticos de uso ocasional.
La circularidad urbana exige la reparación y reutilización de la electrónica. Un ejemplo de esta reutilización es el uso de las antiguas baterías de los coches eléctricos como baterías domésticas. Aún es posible darles una segunda vida antes de su reciclado futuro. Incluso se pueden transformar coches de combustibles fósiles en vehículos eléctricos.
La reparación es la clave antes del reciclaje, aunque exige un diseño que haga fácil abrir la electrónica para repararla. Esto está fuera del alcance de las ciudades, aunque pueden impulsar talleres de consumo consciente o en los que se impartan conceptos de sostenibilidad relacionados con los dispositivos.
Las ciudades tienen un rol muy importante en la descarbonización de la economía, la sostenibilidad ambiental o la protección de la biodiversidad. Su flexibilidad frente a organizaciones regionales o nacionales les aporta más dinamismo a la hora de cambiar las políticas.
Además, las ciudades circulares aprovecharán mejor los recursos, serán más competitivas e incitarán al cambio.