INNOVACIÓN

La máquina de vapor, el invento que se convirtió en el motor de la economía mundial

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La máquina de vapor, el invento que se convirtió en el motor de la economía mundial
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¿Qué es lo primero que se nos viene a la mente cuando pensamos en la Revolución Industrial? Probablemente sean chimeneas echando humo, ya sea en un tren o en una fábrica.

Detrás de ellas estaba una máquina de vapor, el invento que dio el pistoletazo de salida a esta nueva era en la historia de la economía mundial. Es un claro ejemplo de cómo el desarrollo económico y el tecnológico suelen ir de la mano.

La máquina de vapor: el motor que impulsó la Revolución Industrial

Un invento de 17 siglos

Aunque hoy sabemos que sin máquina de vapor difícilmente habría Revolución Industrial, no está tan claro cuándo se inventó este artilugio.

Es cierto que fue James Watt quien desarrolló en el siglo XVIII una máquina de vapor realmente útil para la industria que nacía, pero ya en el siglo I había quien le daba vueltas al uso de chorros de vapor para generar movimiento.

Herón de Alejandría formaba parte de una estirpe de científicos griegos que habían experimentado con los principios de la hidráulica, como el uso de aire y agua a presión para mover mecanismos. La transmisión de estos conocimientos de maestro a discípulo desembocó en la eolípila, que consistía en una esfera que rotaba a gran velocidad, impulsada por vapor de agua.

La eolípila de Herón se considera la primera máquina de vapor de la historia. Eso sí, no tenía una gran utilidad. Eso acabaría llegando con el paso de los siglos y lo haría de la mano de las contribuciones de otras mentes inquietas. Una de ellas sería la de Jerónimo de Ayanz, un ingeniero navarro que fue el primero en patentar una máquina de vapor.

Fue en 1606 cuando Ayanz obtuvo el privilegio de invención —que es como se conocían las patentes en la corte de Felipe III— para una máquina de vapor destinada a evitar inundaciones y gases nocivos en las explotaciones mineras. Empleaba la fuerza generada por la expansión del vapor para extraer agua de los túneles y sustituirla por aire refrigerado con nieve.

Sin embargo, la máquina de Ayanz no contó con el respaldo económico para su desarrollo, El rey, que era el único con capacidad para financiarlo, no parecía interesado. Sí consiguió los recursos que necesitaba para desarrollar su propia máquina de vapor un escocés, James Watt, siglo y medio más tarde. Eso sí, no fue un monarca quien le aportó la financiación necesaria.

Ingenio y capital se alían

A diferencia de lo que ocurría en España, el sistema protocapitalista de la Inglaterra previa a la Revolución Industrial favorecía la asociación del capital privado con el desarrollo tecnológico. Era mucho más sencillo obtener financiación para desarrollar maquinaria si el inversor tenía un interés directo en ella.

Este fue el caso de Mathew Boulton, que buscaba una manera de aumentar la productividad de sus fábricas. Quería mejorar la fuerza motriz de sus máquinas. En 1755 se asoció con James Watt, que estaba interesado en desarrollar su máquina de vapor. Era un artilugio que prometía utilidad real en el entorno manufacturero.

Fue tal el éxito del invento que Boulton y Watt se hicieron millonarios. No solo eso: la máquina de vapor desencadenó un cambio económico mundial sin precedentes.

Hacia finales del siglo XVIII había en Inglaterra cientos de máquinas de vapor en funcionamiento en fábricas y molinos. Permitían automatizar procesos y, con ello, optimizar la producción. Poco después, la Revolución Industrial echó a andar impulsada por motores.

Hasta la introducción de las máquinas en la producción de bienes, una persona solo podía producir lo que daban de sí su tiempo y recursos. Tal y como recuerda el Foro Económico Mundial, el progreso de la economía estuvo vinculado durante siglos al crecimiento de la población.

A partir de la Revolución Industrial, el PIB per cápita se disparó tras permanecer plano durante siglos, pese a que la población mundial también lo hizo. Este desarrollo sin precedentes de la economía fue posible gracias a las innovaciones en tecnología y energía que siguieron a la máquina de vapor.

Locomotora económica

La popularización de las máquinas de vapor en la industria dio paso a otro desarrollo tecnológico que acabaría por redefinir el transporte y, con él, la economía mundial: la locomotora y su aplicación al ferrocarril.

Las primeras locomotoras de vapor llegaron de la mano de ingenieros ingleses como Richard Trevithick o George Stephenson. El primero puso a andar una de estas máquinas sobre raíles por primera vez.

Lo hizo en 1804, después de que un empresario minero comprara acciones de su patente y lo animara a montar un motor de vapor en una locomotora para transportar el hierro de sus minas.

Había apostado 500 guineas —una pequeña fortuna para la época— con un empresario rival a que esto era posible. Ganó cuando la locomotora de Trevithick llevó 70 personas y 100 toneladas de hierro a lo largo de 16 km. Eso sí, la máquina pesaba demasiado y acabó por dañar los raíles.

Unos 20 años después ya empezaron a circular regularmente ferrocarriles con pasajeros y mercancías. La máquina de vapor evolucionó hasta conseguir su aplicación fiable sobre raíles y transformar para siempre la historia de la humanidad. También se aplicó en barcos y otra maquinaria de transporte industrial.

Antes de su desarrollo, las personas solían vivir toda su vida en un radio de pocos kilómetros. Todo esto cambió con la revolución del transporte que trajo la máquina de vapor, al igual que ocurrió con el comercio mundial y el desarrollo industrial.

Este ingenio transformó la estructura económica y social de la civilización industrial. La producción en masa de bienes de consumo, la construcción y el transporte cambiaron para siempre. Lo hicieron movidos por una máquina con la que ya se soñaba en la Grecia del siglo I.

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