Un gallo que cambia de color para predecir el tiempo que llegó de Portugal, un dedal con el escudo de armas de alguna ciudad centroeuropea o una cucharilla que en su mango representa un monumento conocido son souvenirs clásicos que pueden encontrarse en cualquier hogar español de antaño.
En la actualidad, los recuerdos que atesoramos de nuestros viajes han evolucionado: imanes para la nevera o llaveros son los más comunes.
En este artículo, hacemos un recorrido por los souvenirs, fragmentos de aquella escapada o pequeños regalos de quienes tuvieron la suerte de conocer mundo y quisieron compartirlo con nosotros.
Los historiadores sitúan en la antigua Grecia y el Imperio romano los primeros souvenirs. Los vasa potaria, vasos para beber que servían como recuerdos usados por los romanos, cumplían además una función de prestigio social.
Las familias pudientes mostraban en estanterías, estratégicamente situadas en sus viviendas, colecciones de estas piezas traídas de distintos puntos del Imperio para mostrar su influencia. Estos vasa potaria se elaboraban con materiales, factura o estilo típicos de la zona de donde provenían.
Tenían especial fama los vasa potaria de los alfareros del Ebro, que dejaban constancia de su autoría y origen para que su propietario pudiera presumir de ellos. El taller de Gaius Valerius Verdullus en Calahorra (La Rioja) fue uno de los más renombrados del Imperio.
Las peregrinaciones en la Edad Media se convirtieron en la principal manera de conocer mundo. Y para que los peregrinos, de vuelta a casa, pudieran jactarse de sus viajes, comenzaron a comercializarse los recuerdos.
Muchos empezaron a llevar pequeñas reliquias relacionadas con el culto de la peregrinación, como las veneras de los peregrinos de Santiago de Compostela, una de las rutas más importantes. Roma, Jerusalén o Canterbury también despachaban sus propias insignias. Incluso estaban reguladas por los mismos gremios de artesanos, que solo permitían su producción a partir de un molde autorizado (por cuyo uso debían abonar un importe al gremio) y se pactaba un precio.
Algunas insignias solo eran colgantes con alguna figura simbólica reconocible, que se podían coser en la ropa para que fueran visibles; otros recuerdos eran cantimploras para transportar agua bendita u óleo de vuelta a casa.
Un ejemplo de este fenómeno de coleccionismo del souvenir lo podemos ver en Los cuentos de Canterbury de Chaucer (siglo XIV). Estas historias tenían como objetivo entretener a los peregrinos en su camino a la catedral de Canterbury, destino de peregrinación tras el asesinato de su arzobispo, santo Tomás Becket.
En estas páginas se describen las insignias que portaba un personaje en su capa, como una representación de la Santa Faz, reliquia que se conservaba en la catedral de San Pedro de Roma.
Pío IV ejerció su papado en el último cuarto del siglo XVIII. Destacó por su especial interés en recuperar y conservar el arte promoviendo excavaciones para encontrar piezas de la antigua Roma. Solo es un ejemplo de la sensibilidad de la época, que valoraba especialmente el arte clásico original.
Aprovechando esta tendencia, el grabador italiano Giovanni Volpato obtuvo permiso del papa para trabajar en los yacimientos y extraer piezas para vender a extranjeros, especialmente a jóvenes aristócratas británicos, que tenían como costumbre viajar por la Europa continental como rito de iniciación.
Pero el volumen de piezas no era suficiente. Y los precios no eran aptos para todos los bolsillos. Así que Volpato empezó a producir pequeñas reproducciones de estatuillas romanas en un material parecido al mármol, con gran éxito.
Su buena relación con el papa le permitió tener el monopolio de esta actividad en Roma durante décadas. Las reproducciones se elaboraban en serie, en tres tamaños, y emulaban las grandes esculturas clásicas de Roma halladas anteriormente. Volpato llegó a anunciar sus estatuillas en el periódico The Times de Londres, muestra del alcance que sus productos tenían.
Con la mejora de los transportes, no solo los aristócratas británicos empezaron a viajar. Cuando el turismo empezó a popularizarse, el presupuesto para los souvenirs descendió, pero también aumentó el número de viajeros.
Por ello, la producción en serie de estos productos era la respuesta a esta demanda. Las exposiciones universales comenzaron a ofrecer pequeños objetos como cucharillas o tazas para exponer en casa y presumir de haberlas visitado.
Precisamente la Exposición Universal de París fue la primera en comercializar bolas de nieve en 1889, con una pequeña Torre Eiffel en su interior. Más adelante, también las ciudades o regiones empezaron a vender sus souvenirs, inspirados en aquello que las diferenciaba.
El nacimiento del souvenir en España se ve especialmente marcado por la imagen romántica de los viajeros británicos. Unos de los souvenirs más populares son las muñecas ataviadas con los vestidos típicos, especialmente con el traje de gitana.
En 1928, José Marín Verdugo abre una fábrica de muñecas en Chiclana de la Frontera (Cádiz), donde empieza a vender muñecas elaboradas artesanalmente con tela y serrín.
En los años 60, con la llegada del turismo extranjero a España, moderniza su taller incorporando nuevos materiales (como el caucho) y máquinas para darles forma. El resultado son las muñecas que se convirtieron en un icono de lo español, viajando en las manos de The Beatles o robando planos en las películas de Pedro Almodóvar.
En la actualidad, España recibe 93,8 millones de turistas extranjeros al año (datos de 2024). Según Forbes, los viajeros efectuaron 141.279 búsquedas en Internet de souvenirs españoles. Las ganancias estimadas por la venta de estos objetos rondan los 850 millones de euros al año.
Souvenir es una palabra que proviene del francés y hace referencia al recuerdo, a la memoria. Es algo más que algo tangible que nos trae a la mente momentos felices. Hablamos de tradiciones, de costumbres.
En Japón, por ejemplo, está muy enraizado culturalmente el omiyage, intercambiar con familia, amigos o compañeros de trabajo pequeños objetos o especialidades gastronómicas después de un viaje.
Sin embargo, las ventas del souvenir parecen decaer: un estudio de ABTA Travel Money, que publica Hosteltur, señala que el 58 % de los turistas compran menos souvenirs cuando viajan al extranjero. La misma fuente recoge que el 32 % alega que dispone de menor presupuesto.
A esto hay que añadir nuevas preocupaciones en los viajeros, que priman el souvenir sostenible, con el menor impacto medioambiental, y local, que genere riqueza en negocios e industrias de la región, frente a los objetos producidos a gran escala en fábricas asiáticas e importados a cualquier parte del mundo.