Las industrias están siempre a la búsqueda de nuevos materiales para superar los límites de los antiguos y mejorar así las prestaciones de los productos. El plástico surgió como una de esas soluciones. En el año 1860, la empresa norteamericana Phelan and Collarder, dedicada a la fabricación de bolas de billar, temía por la desaparición de su negocio: las reservas de marfil, el material base con el que se elaboraban sus productos, se agotaban. Para solventar el problema, los responsables de la compañía organizaron un concurso para encontrar a alguien capaz de inventar un material que pudiera sustituirlo y salvarles de la ruina.
El ganador del certamen fue John Hyatt. Este investigador realizó sus experimentos partiendo de un material conocido como parkesina. Dicho material había sido desarrollado anteriormente por el británico Alexander Parkes, sin conseguir los objetivos perseguidos. Cuenta la leyenda que el descubrimiento de Hyatt fue accidental. Se hizo un corte en el dedo mientras trabajaba en su laboratorio. Al ir a buscar el vendaje para curarse la herida, derramó por accidente dos líquidos que se mezclaron sobre la mesa del laboratorio, y dieron lugar al celuloide. Este material serviría posteriormente de base para fabricar películas cinematográficas y fotográficas, y tendría también múltiples aplicaciones. Con el dinero que obtuvo con el premio, Hyatt creó unos años más tarde su propia empresa, la Celluloid Manufacturing Company.
En 1907, Leo Baekeland mejoró el descubrimiento de Hyatt cuando inventó la baquelita, el primer plástico sintético. Entre sus múltiples ventajas estaba la resistencia al agua, al calor moderado y a los ácidos. Años más tarde, entre 1930 y 1942, se descubrieron la mayoría de los polímeros que todavía utilizamos hoy, como el poliuretano, el poliestireno o el nailon.
A partir de los años 60, los plásticos empezaron a sustituir paulatinamente a otros materiales como la madera, el cristal o incluso el papel en múltiples aplicaciones, desde muebles de todo tipo hasta embalajes. También pasaron a ser componentes esenciales en otros productos, desde la ropa a los ordenadores, pasando por los cosméticos.
Lentamente, los materiales plásticos se impusieron a sus predecesores por diversas ventajas: la maleabilidad, la resistencia, la higiene, el precio, la textura. Su irrupción vino acompañada de un cambio en la mentalidad de la sociedad, y formó parte del paso de una sociedad de subsistencia a una sociedad de consumo. Se dejó atrás la venta a granel, caracterizada por la reutilización de envases, y se promovió la filosofía de los productos de un solo uso, de usar y tirar.
En ese momento de efervescencia económica no se tuvieron en cuenta las consecuencias futuras que el sobreuso del plástico tendría para nuestro planeta y para nuestra salud. El plástico tiene un gran inconveniente: no es un material biodegradable. Con el paso del tiempo, en vez de descomponerse tan solo reduce su tamaño, hasta convertirse en un microplástico: tarda entre 500 y 1.000 años en hacerlo. Según Óscar Longares, desarrollador de negocio de la empresa Feltwood, compañía que elabora materiales industriales ecológicos alternativos al plástico y reconocida por los Premios EmprendedorXXI impulsados por CaixaBank, «se estima que el 90 % del agua que consumimos contiene microplásticos, incluso la embotellada». Lo confirman nuestras heces. En un estudio piloto realizado por la Universidad de Viena, que contó con voluntarios de Finlandia, Polonia, Países Bajos y Austria, los investigadores encontraron 20 microplásticos en cada 10 gramos de materia fecal de los participantes.
Según datos de la ONU de 2015, desde los años 70 la producción de plástico en el ámbito mundial ha aumentado un 9 % por año. En 2020 se fabricará un 900 % más de plástico mundialmente que el que se fabricaba en 1980 (en Asia se producirá el 50 % del plástico del mundo).
¿Y esta masa ingente de plástico de usar y tirar dónde termina sus días? La mayoría en el mar o en los vertederos. El reciclaje todavía es algo residual. «Hoy día, en el ámbito terrestre, solo el 9 % del plástico mundial pasa por el proceso de reciclaje. Del que llega al mar, solo se recicla un 3 %», explica Longares. En la actualidad disponemos de métodos para recuperar este plástico. Uno de ellos es el de los barcos aspiradores de basura, utilizados para eliminar los elementos flotantes que navegan a la deriva y que crean enormes islas de basura. La isla más grande se encuentra en el Pacífico y tiene el tamaño de Francia, Alemania y España juntas.
Pero existe, también, una basura marítima oculta mucho más difícil de eliminar. Se encuentra acumulada en las fosas marinas, como la fosa de las Marianas, a más de 10.000 metros de profundidad. Se prevé que en un futuro las fosas marinas se puedan limpiar utilizando robots, pero esta solución se encuentra aún en fase experimental.
Otro gran problema de este material es la amenaza que supone para la biodiversidad del planeta: el plástico mata cada año 100.000 mamíferos marinos. Es el caso de un cachalote que apareció muerto en una playa de Murcia. El animal había comido 29 kilos de plásticos, entre ellos, varias bolsas de basura y un bidón, lo que provocó su muerte.
Para frenar esta espiral, la Unión Europea pondrá en marcha en 2021 una normativa en la que prohíbe los plásticos de un solo uso. Las cosas están cambiando. Hay empresas que ofrecen materiales alternativos a los usos actuales del plástico, que proporcionan unas buenas prestaciones y, además, provienen de residuos vegetales, por lo que son respetuosos con las personas y con el medioambiente.
Pero veamos la otra cara de la moneda. ¿Qué pasará con los fabricantes de plásticos cuando entre en vigor la nueva normativa europea? ¿Cómo han reaccionado con la irrupción en el sector de estas empresas que proporcionan nuevos materiales? Los fabricantes de plásticos están dispuestos a cambiar su modelo de negocio ─como en su momento lo hiciera Phelan and Collarder con las bolas de billar─ para adaptarse a un mercado que pide, cada vez más, productos ecológicos y biodegradables.