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15 Enero, 2019

De la fiebre del oro a la fiebre del bitcoin

Algunos dicen que la historia nunca se repite. Otros, al contrario, sostienen que, con cambios mínimos, la historia siempre acaba repitiéndose, porque solo el hombre tropieza dos veces con la misma piedra. ¿Quién tiene razón?   A principios de 1848, cuando California estaba a punto de dejar de pertenecer a México para incorporarse a Estados Unidos —y cuando esas tierras aún eran una zona prácticamente sin ley, conocidas como el «Salvaje Oeste»—, se produjo un importante acontecimiento: un carpintero llamado James W. Marshall descubrió oro en los ríos que rodeaban la aldea de Coloma, cerca de la actual Sacramento. Aunque al principio se intentó encubrir la noticia, muy pronto empezaron a circular rumores que se extendieron hasta la costa Este y antes de final de año, en diciembre de 1848, el mismo presidente de Estados Unidos, James Knox Polk, acabó confirmando el descubrimiento. Fue el inicio de la llamada «fiebre del oro», que produjo un éxodo de miles de personas desde otros lugares del país (e incluso de otras partes del mundo) hasta Sacramento, San Francisco y a toda la costa Oeste.   A los que fueron llegando a partir de 1849 se les llamó los «forty-niners». Tal fue el impacto de este fenómeno migratorio que San Francisco, hasta entonces una aldea no muy grande, vio como se construían escuelas, caminos e iglesias, creciendo hasta convertirse en toda una ciudad. Mientras, Sacramento pasó a ser la capital de California, que a partir de 1850 se constituyó oficialmente como un estado más de la Unión y que empezó a ser conocido como el «Golden State» (estado dorado).No obstante, no todo fueron buenas noticias, sino más bien todo lo contrario. En realidad, tan solo los primeros en llegar consiguieron encontrar oro. El resto de las aproximadamente 300.000 personas que se desplazaron hasta California tuvo que malvivir en una tierra que no era la suya, lo que acabó generando caos, desorden, muchas disputas e incluso alguna muerte. Unos pocos se enriquecieron, pero para la gran mayoría de los que no encontraron el preciado metal, la «fiebre del oro» fue, en realidad, una desgracia.Muchos años después, en un espacio como Internet —que al igual que el Salvaje Oeste también cuenta con poca regulación—, algunos creyeron encontrar oro cuando una identidad desconocida, que operaba bajo el pseudónimo de Satoshi Nakamoto, ideó en 2009 una moneda virtual llamada bitcoin.   Los bitcoins se caracterizan por ser un sistema descentralizado, de código abierto, y que no está respaldado por ningún gobierno ni banco central; al contrario, la gestión de las transacciones y la emisión de bitcoins se lleva a cabo de forma colectiva por la red. «Su diseño es público, nadie es dueño ni controla Bitcoin, y todo el mundo puede participar», aseguran desde la página web oficial de la criptomoneda. En efecto, cualquiera puede comprar bitcoins para pagar con ellos por Internet, pero también para conservarlos y especular con su precio.   Pues bien, en su corta historia, esta moneda virtual ya ha vivido todo tipo de vicisitudes: desde valer unos céntimos en 2010 hasta una auténtica «fiebre del bitcoin» en 2017, cuando su precio se disparó hasta rondar los 17.000 dólares. El año pasado no se hablaba de otra cosa y algunos consiguieron ganar mucho dinero. No obstante, a lo largo de 2018, el bitcoin ha caído hasta perder el 75% de su valor. A día de hoy, se puede comprar un bitcoin por menos de 4.000 euros y algunos analistas ya comparan su evolución con la «fiebre del oro» de California o con la crisis de los tulipanes en Holanda.   ¿El precio del bitcoin seguirá bajando o bien retomará el vuelo y regresará a los valores que alcanzó el año pasado? ¿Se consolidará como moneda virtual o acabará por desaparecer? Hoy día, el futuro del bitcoin es totalmente imprevisible y tan incierto como el de los buscadores de oro que llegaron a California a mediados del siglo XIX.

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