> desinformación – El Blog de CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank El Blog de CaixaBank Fri, 21 Apr 2023 13:58:40 +0000 es-ES hourly 1 Cuatro claves que marcarán las redes sociales del futuro https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/cuatro-claves-que-marcaran-las-redes-sociales-del-futuro/ https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/cuatro-claves-que-marcaran-las-redes-sociales-del-futuro/#respond Tue, 30 Jun 2020 06:32:45 +0000 CaixaBank CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/?p=37644

Han revolucionado la manera que tenemos de relacionarnos, han contribuido a difuminar las fronteras del mundo, han dinamizado revoluciones e incluso han transformado por completo la experiencia de estar confinado durante una pandemia. Quién nos iba a decir hace un par de décadas que las redes sociales iban a influir de tal manera en nuestras vidas que hasta celebran su propio día mundial dedicado cada 30 de junio.

A principios de este año, Facebook contaba con 2.449 millones de usuarios mensuales activos, por los 2.000 millones de YouTube, los 1.000 millones de Instagram o los 340 millones de Twitter. Para hacernos una idea de la magnitud de estas cifras, basta con decir que en el mundo vivimos unos 7.700 millones de personas en total. Esto significa que prácticamente uno de cada tres habitantes accede a Facebook cada mes.

El caso es que desde el momento en que las redes sociales se instalaron en nuestras vidas, han sido muchas las variaciones y adaptaciones que han registrado. Buena parte de la culpa la tenemos los usuarios, que hemos ido dando forma a estos espacios a medida que íbamos evolucionando con su uso. Los test de personalidad, memes, tuits cada vez más largos, filtros de fotografía, vídeos cortos, retos virales… son elementos que se han introducido a lo largo de los años y que han modificado las redes sociales hasta convertirlas en lo que vemos hoy.

Esta es la razón principal por la que cada año los expertos realizan cábalas sobre cómo evolucionarán las redes sociales en el futuro. Se trata de anticiparse a lo que el público demandará para poder ofrecérselo. En el caso de 2020, el confinamiento por la crisis del coronavirus no ha hecho sino complicar aún más este ejercicio. Con todo, ya es posible adivinar algunas de las claves que marcarán las redes sociales en el futuro.

Redes más privadas

Hasta dos tercios de los usuarios de redes sociales encuestados por el Global Web Index afirman que donde mejor se sienten a la hora de compartir es en las aplicaciones de mensajería. Tal vez esta sea la razón por la que —tal y como recuerda Hootsuite— Instagram lanzó Threads, una aplicación que prima el uso de la cámara para contactar con amigos íntimos. Mientras, LinkedIn puso en marcha Teammates para que los miembros de un mismo equipo en el mundo real puedan conectarse mejor.

El confinamiento por la pandemia de la COVID-19 no ha hecho nada más que acelerar esta tendencia. Durante este periodo, existen incluso sectores de la población que no estaban acostumbrados a sacar todo el partido a las aplicaciones de mensajería instantánea que aprendieron a hacerlo para comunicarse con sus seres queridos.

Que las redes sociales se vuelvan más privadas no quiere decir que se vayan a cerrar por completo. De hecho, los usuarios suelen recurrir a ellas en busca de información sobre productos, noticias o entretenimiento en canales públicos.

Los memes ganarán más importancia

El enorme éxito que ha tenido la red social TikTok, en la que sus usuarios suelen compartir vídeos de unos 15 segundos, ha catapultado el consumo de pequeñas unidades de información que se viralizan, también conocidas como memes. Aunque ya eran sobradamente conocidos, la irrupción de TikTok y su uso durante el confinamiento ha encontrado nuevas maneras de utilizar los memes, incluso para crear contenido en familia en una red social que hasta hace poco tiempo era prácticamente exclusiva para jóvenes. No solo eso: los contenidos que se publican inicialmente en TikTok ya han comenzado a inundar otras redes sociales como Instagram, Twitter o YouTube.

Este éxito significa principalmente dos cosas: por un lado, los contenidos cortos y divertidos seguirán reinando en las redes sociales; y por el otro, el vídeo continuará siendo un formato atractivo para compartir en redes sociales.

Nuevas normas sobre redes sociales

El mismo Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, a principios de este año solicitaba a los gobiernos un marco regulatorio claro sobre cuestiones como la privacidad, el contenido dañino o la portabilidad de los datos. El objetivo consiste en establecer claramente qué tipo de contenidos pueden publicarse en redes sociales y quién es el responsable último de los mismos.

Esta petición parece en línea con los últimos movimientos en la Unión Europea, que ya ultima su Ley de Servicios Digitales. Esta norma busca aumentar la responsabilidad de plataformas como Facebook sobre los contenidos que comparten sus usuarios, como pueden ser las campañas de desinformación y noticias falsas.

Las novedades en legislación obligarán a las redes sociales a adaptarse y pueden suponer grandes cambios, tanto en su funcionamiento como en el uso que hagamos de ellas. De hecho, pueden ser el primer paso para acabar de una vez por todas con algunas prácticas dañinas como el ciberacoso o la manipulación de elecciones democráticas.

Un entorno líquido

Las redes sociales continuarán con su evolución en el futuro. En un mundo en constante cambio, estos espacios seguirán formando parte del día a día de millones de personas y lo harán como siempre lo han hecho: adaptándose a las necesidades e inquietudes de sus usuarios.

Sin ir más lejos, estos últimos meses las redes sociales han resultado fundamentales para ciudadanos, administraciones y empresas. Durante el confinamiento por la crisis del coronavirus, estos espacios han permitido mantener los vínculos entre familiares, amigos, proveedores, clientes, profesores, alumnos y un largo etcétera de personas.

Gracias a su versatilidad, ha sido posible utilizarlas para que los cursos escolares siguieran adelante, los abuelos continuaran jugando con sus nietos a pesar de estar separados y muchas personas mantuvieran sus empleos gracias a su aplicación para el teletrabajo. También para plantear retos virales que nos ayudaran a mantenernos en forma o incluso para asistir a conciertos desde el propio salón de nuestra casa.

Esta flexibilidad de las redes sociales seguirá siendo, con toda probabilidad, una de sus principales señas de identidad, ya que permite a los propios usuarios darles forma e incluso promover usos para los que no habían sido diseñadas en un principio. De hecho, en un entorno tan cambiante como el actual, las redes sociales más permeables serán las que consigan conectar mejor con lo que su público demanda de ellas.

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Han revolucionado la manera que tenemos de relacionarnos, han contribuido a difuminar las fronteras del mundo, han dinamizado revoluciones e incluso han transformado por completo la experiencia de estar confinado durante una pandemia. Quién nos iba a decir hace un par de décadas que las redes sociales iban a influir de tal manera en nuestras vidas que hasta celebran su propio día mundial dedicado cada 30 de junio.

A principios de este año, Facebook contaba con 2.449 millones de usuarios mensuales activos, por los 2.000 millones de YouTube, los 1.000 millones de Instagram o los 340 millones de Twitter. Para hacernos una idea de la magnitud de estas cifras, basta con decir que en el mundo vivimos unos 7.700 millones de personas en total. Esto significa que prácticamente uno de cada tres habitantes accede a Facebook cada mes.

El caso es que desde el momento en que las redes sociales se instalaron en nuestras vidas, han sido muchas las variaciones y adaptaciones que han registrado. Buena parte de la culpa la tenemos los usuarios, que hemos ido dando forma a estos espacios a medida que íbamos evolucionando con su uso. Los test de personalidad, memes, tuits cada vez más largos, filtros de fotografía, vídeos cortos, retos virales… son elementos que se han introducido a lo largo de los años y que han modificado las redes sociales hasta convertirlas en lo que vemos hoy.

Esta es la razón principal por la que cada año los expertos realizan cábalas sobre cómo evolucionarán las redes sociales en el futuro. Se trata de anticiparse a lo que el público demandará para poder ofrecérselo. En el caso de 2020, el confinamiento por la crisis del coronavirus no ha hecho sino complicar aún más este ejercicio. Con todo, ya es posible adivinar algunas de las claves que marcarán las redes sociales en el futuro.

Redes más privadas

Hasta dos tercios de los usuarios de redes sociales encuestados por el Global Web Index afirman que donde mejor se sienten a la hora de compartir es en las aplicaciones de mensajería. Tal vez esta sea la razón por la que —tal y como recuerda Hootsuite— Instagram lanzó Threads, una aplicación que prima el uso de la cámara para contactar con amigos íntimos. Mientras, LinkedIn puso en marcha Teammates para que los miembros de un mismo equipo en el mundo real puedan conectarse mejor.

El confinamiento por la pandemia de la COVID-19 no ha hecho nada más que acelerar esta tendencia. Durante este periodo, existen incluso sectores de la población que no estaban acostumbrados a sacar todo el partido a las aplicaciones de mensajería instantánea que aprendieron a hacerlo para comunicarse con sus seres queridos.

Que las redes sociales se vuelvan más privadas no quiere decir que se vayan a cerrar por completo. De hecho, los usuarios suelen recurrir a ellas en busca de información sobre productos, noticias o entretenimiento en canales públicos.

Los memes ganarán más importancia

El enorme éxito que ha tenido la red social TikTok, en la que sus usuarios suelen compartir vídeos de unos 15 segundos, ha catapultado el consumo de pequeñas unidades de información que se viralizan, también conocidas como memes. Aunque ya eran sobradamente conocidos, la irrupción de TikTok y su uso durante el confinamiento ha encontrado nuevas maneras de utilizar los memes, incluso para crear contenido en familia en una red social que hasta hace poco tiempo era prácticamente exclusiva para jóvenes. No solo eso: los contenidos que se publican inicialmente en TikTok ya han comenzado a inundar otras redes sociales como Instagram, Twitter o YouTube.

Este éxito significa principalmente dos cosas: por un lado, los contenidos cortos y divertidos seguirán reinando en las redes sociales; y por el otro, el vídeo continuará siendo un formato atractivo para compartir en redes sociales.

Nuevas normas sobre redes sociales

El mismo Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, a principios de este año solicitaba a los gobiernos un marco regulatorio claro sobre cuestiones como la privacidad, el contenido dañino o la portabilidad de los datos. El objetivo consiste en establecer claramente qué tipo de contenidos pueden publicarse en redes sociales y quién es el responsable último de los mismos.

Esta petición parece en línea con los últimos movimientos en la Unión Europea, que ya ultima su Ley de Servicios Digitales. Esta norma busca aumentar la responsabilidad de plataformas como Facebook sobre los contenidos que comparten sus usuarios, como pueden ser las campañas de desinformación y noticias falsas.

Las novedades en legislación obligarán a las redes sociales a adaptarse y pueden suponer grandes cambios, tanto en su funcionamiento como en el uso que hagamos de ellas. De hecho, pueden ser el primer paso para acabar de una vez por todas con algunas prácticas dañinas como el ciberacoso o la manipulación de elecciones democráticas.

Un entorno líquido

Las redes sociales continuarán con su evolución en el futuro. En un mundo en constante cambio, estos espacios seguirán formando parte del día a día de millones de personas y lo harán como siempre lo han hecho: adaptándose a las necesidades e inquietudes de sus usuarios.

Sin ir más lejos, estos últimos meses las redes sociales han resultado fundamentales para ciudadanos, administraciones y empresas. Durante el confinamiento por la crisis del coronavirus, estos espacios han permitido mantener los vínculos entre familiares, amigos, proveedores, clientes, profesores, alumnos y un largo etcétera de personas.

Gracias a su versatilidad, ha sido posible utilizarlas para que los cursos escolares siguieran adelante, los abuelos continuaran jugando con sus nietos a pesar de estar separados y muchas personas mantuvieran sus empleos gracias a su aplicación para el teletrabajo. También para plantear retos virales que nos ayudaran a mantenernos en forma o incluso para asistir a conciertos desde el propio salón de nuestra casa.

Esta flexibilidad de las redes sociales seguirá siendo, con toda probabilidad, una de sus principales señas de identidad, ya que permite a los propios usuarios darles forma e incluso promover usos para los que no habían sido diseñadas en un principio. De hecho, en un entorno tan cambiante como el actual, las redes sociales más permeables serán las que consigan conectar mejor con lo que su público demanda de ellas.

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Sobreinformación y desinformación: cómo protegerte de ellas https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/sobreinformacion-y-desinformacion-como-protegerte-de-ellas/ https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/sobreinformacion-y-desinformacion-como-protegerte-de-ellas/#respond Thu, 27 Feb 2020 08:05:54 +0000 CaixaBank CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/?p=36690

Nuestra manera de informarnos ha cambiado radicalmente en los últimos años. Gracias a la popularización de Internet y de los dispositivos electrónicos como los smartphones, hoy podemos acceder a más información de la que nunca hemos tenido disponible.

Un dato: hasta 2003, habíamos generado un total de cinco exabytes de información a lo largo de toda la historia. Es la misma cantidad que se generaba en solo dos días de ese mismo año 2003. Todo ello, teniendo en cuenta que entonces apenas había comenzado la era digital y las redes sociales estaban todavía lejos de popularizarse.

La posibilidad de recibir todo tipo de información de manera instantánea y gratuita tiene múltiples ventajas. Por ejemplo, la democratización del acceso al conocimiento o la posibilidad de conocer inmediatamente qué ocurre en la otra punta del mundo. Sin embargo, también ha originado inconvenientes como el exceso de información y la desinformación, dos problemas que pueden causar que los ciudadanos estén peor informados que nunca.

Uno de los efectos de la combinación de la sobreinformación y la desinformación es el que lleva a muchas personas incluso a estigmatizar diversos avances tecnológicos y científicos. Es el resultado de poner de relieve presuntos peligros de estos avances y ocultar o relativizar sus aspectos positivos. Una situación que provoca rechazo ante la innovación y que acaba por tener consecuencias sobre la sociedad.

El cambio de un modelo

Para encontrar el origen de este problema, debemos remontarnos al momento en el que cambió radicalmente la manera en que se genera la información: la popularización de Internet. Antes eran los medios de comunicación de masas los principales creadores y distribuidores de información. Desde entonces, cualquier ciudadano puede generarla y compartirla en cuestión de pocos segundos, especialmente desde la irrupción de los smartphones.

Esto significa que hemos pasado de un entorno en el que nos informábamos casi exclusivamente a través de los medios de comunicación a otro en el que reina la saturación. En el primero, la información era procesada por profesionales que la filtraban, se encargaban de contrastarla y la distribuían a través de un número limitado de canales. En el segundo, nos bombardea todo tipo de información procedente de todo tipo de fuentes y propagada a través de todo tipo de canales. Como resultado se produce la sobreinformación.

En este escenario tendemos a levantar filtros que nos ayuden a recibir únicamente la información que nos interesa, ya sea mediante nuestra acción directa o la de algoritmos que tienen en cuenta nuestras preferencias para recomendarnos contenidos. Así, corremos el riesgo de encerrarnos en burbujas informativas que acaban por reflejar solo parte del mundo y únicamente desde un punto de vista afín al nuestro. Una circunstancia que, a la larga, puede empobrecer nuestro nivel de información.

Las falsedades entran en juego

Ese entorno de sobreinformación y burbujas de información se ha convertido en terreno abonado para otro de los grandes problemas de la era digital: la desinformación, que no es otra cosa que información errónea o incluso falta de información que se produce de manera intencionada, normalmente con el ánimo de manipularnos.

Un estudio realizado por el MIT asegura que las noticias verdaderas tardan seis veces más en alcanzar a 1500 personas en Twitter que las falsas. Este dato permite hacerse una idea del alcance del problema de la desinformación en nuestros días, una herramienta que se utiliza incluso con el objetivo de manipular elecciones democráticas.

Las propias características de nuestro cerebro ofrecen una serie de vulnerabilidades que pueden ser explotadas para manipularnos y hacernos actuar de una manera determinada. Una de ellas es el sesgo de confirmación, que es nuestra tendencia natural a aceptar como verdad todo aquello que concuerda con nuestras ideas, aunque sea falso y estemos cometiendo un error.

La desinformación saca partido de este y otros sesgos para convertirlos en vulnerabilidades. Somos hackeables y ese es el motivo por el que la información falsa recurre a distintos trucos para intentar manipularnos.

Por eso somos vulnerables a teorías de la conspiración que explotan nuestra tendencia a encontrar patrones, a titulares impactantes que apelan a nuestras emociones o a informaciones creadas para encajar como un guante con nuestras creencias más profundas.

Todas ellas son armas habituales de una desinformación que, además, ha encontrado en los nuevos medios de información, como las redes sociales o las aplicaciones de mensajería, la manera de propagarse exponencialmente.

Cómo protegernos de la mala información

Ante la proliferación de la desinformación es necesario pasar a la acción. La Unión Europea se ha puesto manos a la obra y prepara ya una serie de medidas para atajar esta amenaza a través de la Comisión. Los propios ciudadanos también son cada vez más conscientes de su propia responsabilidad a la hora de plantar cara a un problema que puede condicionar su futuro. Como no podía ser de otra manera, muchos de ellos han decidido utilizar su cerebro para defenderse.

El pensamiento crítico es tal vez el arma más efectiva que tenemos para contrarrestar las vulnerabilidades que nos dejan expuestos a la desinformación. Se trata de informarnos de manera más pausada y reflexiva. Para empezar, solo tenemos que plantearnos algunas preguntas tan sencillas como quién es la fuente de cierta información, a través de qué canal hemos accedido a ella o si concuerda sospechosamente con nuestras creencias y quién se puede beneficiar de ello.

A partir de ahí, se pueden emplear herramientas como contrastar informaciones sospechosas. A veces es tan fácil como realizar una búsqueda en Google para comprobar si la recogen fuentes reconocidas o si ha sido desmentida, así como los datos empleados para hacerlo. También resulta fundamental aprender a reconocer cuáles son esas fuentes fiables y adecuadas, además de leer los textos completos sin quedarnos exclusivamente en el titular. De esta manera, nos podremos hacer una idea sobre si la información que recibimos es sólida o si se fundamenta en falacias o medias verdades.

Antes de compartir una información es vital que nos paremos a pensarlo dos veces, sobre todo en el caso de aquella relacionadas con la salud. Así, si no estamos seguros de la veracidad de una noticia, evitaremos su propagación.

Por supuesto, transmitir estos recursos a los más jóvenes para que aprendan a manejar correctamente la información es la mejor manera de evitar su manipulación. Así mantendremos nuestro futuro lejos de las consecuencias de la sobreinformación y la desinformación.

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Nuestra manera de informarnos ha cambiado radicalmente en los últimos años. Gracias a la popularización de Internet y de los dispositivos electrónicos como los smartphones, hoy podemos acceder a más información de la que nunca hemos tenido disponible.

Un dato: hasta 2003, habíamos generado un total de cinco exabytes de información a lo largo de toda la historia. Es la misma cantidad que se generaba en solo dos días de ese mismo año 2003. Todo ello, teniendo en cuenta que entonces apenas había comenzado la era digital y las redes sociales estaban todavía lejos de popularizarse.

La posibilidad de recibir todo tipo de información de manera instantánea y gratuita tiene múltiples ventajas. Por ejemplo, la democratización del acceso al conocimiento o la posibilidad de conocer inmediatamente qué ocurre en la otra punta del mundo. Sin embargo, también ha originado inconvenientes como el exceso de información y la desinformación, dos problemas que pueden causar que los ciudadanos estén peor informados que nunca.

Uno de los efectos de la combinación de la sobreinformación y la desinformación es el que lleva a muchas personas incluso a estigmatizar diversos avances tecnológicos y científicos. Es el resultado de poner de relieve presuntos peligros de estos avances y ocultar o relativizar sus aspectos positivos. Una situación que provoca rechazo ante la innovación y que acaba por tener consecuencias sobre la sociedad.

El cambio de un modelo

Para encontrar el origen de este problema, debemos remontarnos al momento en el que cambió radicalmente la manera en que se genera la información: la popularización de Internet. Antes eran los medios de comunicación de masas los principales creadores y distribuidores de información. Desde entonces, cualquier ciudadano puede generarla y compartirla en cuestión de pocos segundos, especialmente desde la irrupción de los smartphones.

Esto significa que hemos pasado de un entorno en el que nos informábamos casi exclusivamente a través de los medios de comunicación a otro en el que reina la saturación. En el primero, la información era procesada por profesionales que la filtraban, se encargaban de contrastarla y la distribuían a través de un número limitado de canales. En el segundo, nos bombardea todo tipo de información procedente de todo tipo de fuentes y propagada a través de todo tipo de canales. Como resultado se produce la sobreinformación.

En este escenario tendemos a levantar filtros que nos ayuden a recibir únicamente la información que nos interesa, ya sea mediante nuestra acción directa o la de algoritmos que tienen en cuenta nuestras preferencias para recomendarnos contenidos. Así, corremos el riesgo de encerrarnos en burbujas informativas que acaban por reflejar solo parte del mundo y únicamente desde un punto de vista afín al nuestro. Una circunstancia que, a la larga, puede empobrecer nuestro nivel de información.

Las falsedades entran en juego

Ese entorno de sobreinformación y burbujas de información se ha convertido en terreno abonado para otro de los grandes problemas de la era digital: la desinformación, que no es otra cosa que información errónea o incluso falta de información que se produce de manera intencionada, normalmente con el ánimo de manipularnos.

Un estudio realizado por el MIT asegura que las noticias verdaderas tardan seis veces más en alcanzar a 1500 personas en Twitter que las falsas. Este dato permite hacerse una idea del alcance del problema de la desinformación en nuestros días, una herramienta que se utiliza incluso con el objetivo de manipular elecciones democráticas.

Las propias características de nuestro cerebro ofrecen una serie de vulnerabilidades que pueden ser explotadas para manipularnos y hacernos actuar de una manera determinada. Una de ellas es el sesgo de confirmación, que es nuestra tendencia natural a aceptar como verdad todo aquello que concuerda con nuestras ideas, aunque sea falso y estemos cometiendo un error.

La desinformación saca partido de este y otros sesgos para convertirlos en vulnerabilidades. Somos hackeables y ese es el motivo por el que la información falsa recurre a distintos trucos para intentar manipularnos.

Por eso somos vulnerables a teorías de la conspiración que explotan nuestra tendencia a encontrar patrones, a titulares impactantes que apelan a nuestras emociones o a informaciones creadas para encajar como un guante con nuestras creencias más profundas.

Todas ellas son armas habituales de una desinformación que, además, ha encontrado en los nuevos medios de información, como las redes sociales o las aplicaciones de mensajería, la manera de propagarse exponencialmente.

Cómo protegernos de la mala información

Ante la proliferación de la desinformación es necesario pasar a la acción. La Unión Europea se ha puesto manos a la obra y prepara ya una serie de medidas para atajar esta amenaza a través de la Comisión. Los propios ciudadanos también son cada vez más conscientes de su propia responsabilidad a la hora de plantar cara a un problema que puede condicionar su futuro. Como no podía ser de otra manera, muchos de ellos han decidido utilizar su cerebro para defenderse.

El pensamiento crítico es tal vez el arma más efectiva que tenemos para contrarrestar las vulnerabilidades que nos dejan expuestos a la desinformación. Se trata de informarnos de manera más pausada y reflexiva. Para empezar, solo tenemos que plantearnos algunas preguntas tan sencillas como quién es la fuente de cierta información, a través de qué canal hemos accedido a ella o si concuerda sospechosamente con nuestras creencias y quién se puede beneficiar de ello.

A partir de ahí, se pueden emplear herramientas como contrastar informaciones sospechosas. A veces es tan fácil como realizar una búsqueda en Google para comprobar si la recogen fuentes reconocidas o si ha sido desmentida, así como los datos empleados para hacerlo. También resulta fundamental aprender a reconocer cuáles son esas fuentes fiables y adecuadas, además de leer los textos completos sin quedarnos exclusivamente en el titular. De esta manera, nos podremos hacer una idea sobre si la información que recibimos es sólida o si se fundamenta en falacias o medias verdades.

Antes de compartir una información es vital que nos paremos a pensarlo dos veces, sobre todo en el caso de aquella relacionadas con la salud. Así, si no estamos seguros de la veracidad de una noticia, evitaremos su propagación.

Por supuesto, transmitir estos recursos a los más jóvenes para que aprendan a manejar correctamente la información es la mejor manera de evitar su manipulación. Así mantendremos nuestro futuro lejos de las consecuencias de la sobreinformación y la desinformación.

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