> historia económica – El Blog de CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank El Blog de CaixaBank Fri, 21 Apr 2023 13:58:40 +0000 es-ES hourly 1 ¿Qué es la economía de guerra? https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/que-es-la-economia-de-guerra/ https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/que-es-la-economia-de-guerra/#respond Mon, 25 Feb 2019 08:23:56 +0000 CaixaBank CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/?p=29192

Hay términos que siempre vuelven. Economía de guerra es uno de ellos. A grandes rasgos, lo solemos aplicar cuando atravesamos una situación económica delicada por la cual necesitamos reducir nuestros gastos al máximo y sacar el máximo partido a lo que compramos.

Se trata de una expresión muy polivalente, que utilizamos para explicarle a un amigo por qué no volveremos a tomarnos unas cañas con él al menos en los próximos seis meses o incluso para referirnos a un cambio de hábitos en la compra de productos de belleza.

Sin embargo, la expresión economía de guerra tiene un origen mucho más literal. Se refiere a las medidas y actuaciones que adoptan los países cuando atraviesan una situación crítica, como es el caso de un conflicto bélico o sus consecuencias posteriores. En concreto, Philippe Le Billon la define como el conjunto de actividades económicas que se organizan para financiar una guerra, que pasan por la producción, movilización y distribución de los recursos. Estas actuaciones influyen, por ejemplo, en los impuestos, el comercio o el racionamiento de bienes. El objetivo consiste en manejar la economía de tal manera que se termine por ganar la contienda sin descuidar a la población.

No existe una única forma de economía de guerra, sino que cada país desarrolla la suya propia cuando encara un conflicto de estas características. Tampoco el término es una exclusiva de los países, sino que se puede aplicar también a grupos armados locales que controlan un territorio determinado. Por eso las estrategias de economía de guerra que se desarrollan son muy variadas.

Sin embargo, existen algunos rasgos que se repiten a menudo en las situaciones de economía de guerra. Con muchos de ellos estamos familiarizados, porque los hemos visto en películas bélicas que recrean conflictos muy distintos, como Lo que el viento se llevó o Las bicicletas son para el verano.

Síntomas de una economía de guerra

Algunas señales que nos permitirán reconocer que un país está aplicando medidas de economía de guerra tienen mucho que ver con la tendencia a la autarquía o el autoabastecimiento. Esto significa que el estado trata de abastecer a su población y a su ejército mediante recursos propios para reducir en lo posible la dependencia del exterior, sobre todo ante el riesgo de sufrir un bloqueo económico. Esta estrategia se combina a menudo con el racionamiento de alimentos y otros bienes para ajustar al máximo el consumo, junto con la puesta en marcha de medidas para el ahorro energético.

Un buen ejemplo de esto lo encontramos en la Gran Bretaña de la Segunda Guerra Mundial, cuyos suministros sufrieron las consecuencias de la guerra submarina planteada por Alemania. Esta situación de bloqueo trajo consigo un gran esfuerzo para producir la máxima cantidad posible de alimentos en suelo británico con los que abastecer a la población y las tropas. Las cartillas de racionamiento en la España de la posguerra también responden a este tipo de estrategias.

La producción industrial de un país en economía de guerra también suele adaptarse a las demandas de un conflicto bélico. Esto quiere decir que sus esfuerzos se orientan a producir exactamente lo que necesita para afrontarlo.

Este es el camino que siguió Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial: la producción de guerra transformó radicalmente su industria, hasta el punto de que fábricas de automóviles como Chrysler se dedicaron a fabricar fuselajes de avión. La movilización de dieciséis millones de personas hacia los distintos frentes de la guerra, en su mayoría hombres, hizo un hueco para que otros colectivos, como las mujeres, los latinos o los afroamericanos, encontraran trabajo en la industria norteamericana.

Ya en la Primera Guerra Mundial, Alemania había desarrollado al máximo y en un corto espacio de tiempo su capacidad industrial para producir los recursos materiales que necesitaba, cuando la economía se había transformado en un factor bélico de primer orden.

El control de la política monetaria para moderar la inflación, la creación de nuevos impuestos, la desviación a los sectores primario y secundario de partidas presupuestarias antes asignadas al sector terciario o el proteccionismo son otros de los rasgos que se pueden observar en las economías de guerra.

También lo es la financiación mediante bonos de guerra, que se venden a los propios ciudadanos a cambio de un interés para poder comprar y producir armamento. Este fue el caso de Austria-Hungría en la Primera Guerra Mundial o de Gran Bretaña en la Guerra de Crimea.

Después de contemplar estos ejemplos, no resulta difícil imaginar por qué utilizamos a menudo la expresión economía de guerra para referirnos a ciertas medidas que adoptan las familias en momentos delicados.

Por suerte, evitar estas situaciones puede resultar tan sencillo como tomar algunas precauciones para tener las finanzas familiares saneadas y evitar así entrar en la tan temida economía de guerra.

Cuando la economía es el arma

Los ajustes en la economía de un país son clave para su rendimiento durante un conflicto bélico, pero no solo en términos de resistencia. En ocasiones, también se realizan esfuerzos para pasar a la ofensiva contra sus enemigos.

Las batallas económicas que se libran durante una guerra pueden resultar decisivas para el desarrollo de las físicas. Un ejemplo de ello es la contienda del wolframio que libraron los aliados y Alemania durante la Segunda Guerra Mundial en territorio español.

Este choque llevó incluso a una escalada artificial de los precios de este metal, que los alemanes utilizaban para endurecer su armamento y que adquirían a España. Cuando los aliados lo descubrieron, comenzaron a comprar wolframio de manera masiva para evitar que sus enemigos accedieran a él, lo que provocó que su precio se multiplicara por cuatro.

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Hay términos que siempre vuelven. Economía de guerra es uno de ellos. A grandes rasgos, lo solemos aplicar cuando atravesamos una situación económica delicada por la cual necesitamos reducir nuestros gastos al máximo y sacar el máximo partido a lo que compramos.

Se trata de una expresión muy polivalente, que utilizamos para explicarle a un amigo por qué no volveremos a tomarnos unas cañas con él al menos en los próximos seis meses o incluso para referirnos a un cambio de hábitos en la compra de productos de belleza.

Sin embargo, la expresión economía de guerra tiene un origen mucho más literal. Se refiere a las medidas y actuaciones que adoptan los países cuando atraviesan una situación crítica, como es el caso de un conflicto bélico o sus consecuencias posteriores. En concreto, Philippe Le Billon la define como el conjunto de actividades económicas que se organizan para financiar una guerra, que pasan por la producción, movilización y distribución de los recursos. Estas actuaciones influyen, por ejemplo, en los impuestos, el comercio o el racionamiento de bienes. El objetivo consiste en manejar la economía de tal manera que se termine por ganar la contienda sin descuidar a la población.

No existe una única forma de economía de guerra, sino que cada país desarrolla la suya propia cuando encara un conflicto de estas características. Tampoco el término es una exclusiva de los países, sino que se puede aplicar también a grupos armados locales que controlan un territorio determinado. Por eso las estrategias de economía de guerra que se desarrollan son muy variadas.

Sin embargo, existen algunos rasgos que se repiten a menudo en las situaciones de economía de guerra. Con muchos de ellos estamos familiarizados, porque los hemos visto en películas bélicas que recrean conflictos muy distintos, como Lo que el viento se llevó o Las bicicletas son para el verano.

Síntomas de una economía de guerra

Algunas señales que nos permitirán reconocer que un país está aplicando medidas de economía de guerra tienen mucho que ver con la tendencia a la autarquía o el autoabastecimiento. Esto significa que el estado trata de abastecer a su población y a su ejército mediante recursos propios para reducir en lo posible la dependencia del exterior, sobre todo ante el riesgo de sufrir un bloqueo económico. Esta estrategia se combina a menudo con el racionamiento de alimentos y otros bienes para ajustar al máximo el consumo, junto con la puesta en marcha de medidas para el ahorro energético.

Un buen ejemplo de esto lo encontramos en la Gran Bretaña de la Segunda Guerra Mundial, cuyos suministros sufrieron las consecuencias de la guerra submarina planteada por Alemania. Esta situación de bloqueo trajo consigo un gran esfuerzo para producir la máxima cantidad posible de alimentos en suelo británico con los que abastecer a la población y las tropas. Las cartillas de racionamiento en la España de la posguerra también responden a este tipo de estrategias.

La producción industrial de un país en economía de guerra también suele adaptarse a las demandas de un conflicto bélico. Esto quiere decir que sus esfuerzos se orientan a producir exactamente lo que necesita para afrontarlo.

Este es el camino que siguió Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial: la producción de guerra transformó radicalmente su industria, hasta el punto de que fábricas de automóviles como Chrysler se dedicaron a fabricar fuselajes de avión. La movilización de dieciséis millones de personas hacia los distintos frentes de la guerra, en su mayoría hombres, hizo un hueco para que otros colectivos, como las mujeres, los latinos o los afroamericanos, encontraran trabajo en la industria norteamericana.

Ya en la Primera Guerra Mundial, Alemania había desarrollado al máximo y en un corto espacio de tiempo su capacidad industrial para producir los recursos materiales que necesitaba, cuando la economía se había transformado en un factor bélico de primer orden.

El control de la política monetaria para moderar la inflación, la creación de nuevos impuestos, la desviación a los sectores primario y secundario de partidas presupuestarias antes asignadas al sector terciario o el proteccionismo son otros de los rasgos que se pueden observar en las economías de guerra.

También lo es la financiación mediante bonos de guerra, que se venden a los propios ciudadanos a cambio de un interés para poder comprar y producir armamento. Este fue el caso de Austria-Hungría en la Primera Guerra Mundial o de Gran Bretaña en la Guerra de Crimea.

Después de contemplar estos ejemplos, no resulta difícil imaginar por qué utilizamos a menudo la expresión economía de guerra para referirnos a ciertas medidas que adoptan las familias en momentos delicados.

Por suerte, evitar estas situaciones puede resultar tan sencillo como tomar algunas precauciones para tener las finanzas familiares saneadas y evitar así entrar en la tan temida economía de guerra.

Cuando la economía es el arma

Los ajustes en la economía de un país son clave para su rendimiento durante un conflicto bélico, pero no solo en términos de resistencia. En ocasiones, también se realizan esfuerzos para pasar a la ofensiva contra sus enemigos.

Las batallas económicas que se libran durante una guerra pueden resultar decisivas para el desarrollo de las físicas. Un ejemplo de ello es la contienda del wolframio que libraron los aliados y Alemania durante la Segunda Guerra Mundial en territorio español.

Este choque llevó incluso a una escalada artificial de los precios de este metal, que los alemanes utilizaban para endurecer su armamento y que adquirían a España. Cuando los aliados lo descubrieron, comenzaron a comprar wolframio de manera masiva para evitar que sus enemigos accedieran a él, lo que provocó que su precio se multiplicara por cuatro.

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El efecto mariposa y la economía tras la I Guerra Mundial https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/el-efecto-mariposa-y-la-economia-tras-la-guerra-mundial/ https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/el-efecto-mariposa-y-la-economia-tras-la-guerra-mundial/#respond Fri, 14 Dec 2018 14:01:36 +0000 CaixaBank CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/?p=28316

El efecto mariposa, vinculado a la teoría del caos, asegura que el aleteo de un insecto en Hong Kong puede causar una tempestad en Estados Unidos. Ambos conceptos se utilizan para explicar algo tan complejo como el universo, que es un sistema caótico, flexible e impredecible. Tal vez sea la única manera de aclarar por qué una serie de hechos aparentemente inconexos entre ellos, sobre los cuales los historiadores todavía no han llegado a ponerse de acuerdo, desembocó en la I Guerra Mundial. Y por qué algunos de sus efectos económicos todavía se dejan notar hoy en día.

La Gran Guerra finalizó hace un siglo con el armisticio de Compiègne, después de cobrarse más de 17 millones de vidas humanas. El conflicto cambió la economía global y lo hizo para siempre. Nadie esperaba una guerra tan larga y los países tuvieron que intervenir para sostener el esfuerzo bélico. Un ejemplo: cada disparo con el mortero alemán «Dicke Bertha» —que sembró el pánico entre las tropas francesas— costaba 1.500 marcos de la época. Estas circunstancias supusieron que las economías liberales dieran paso a un proteccionismo cuyos efectos durarían aún muchos años.

Adiós, imperios. Hola, proteccionismo

Tal y como explica Steve Forbes, el mercado mundial, como proporción de la economía global, no recuperaría los niveles alcanzados en 1913 hasta 80 años más tarde. Por su parte, los flujos internacionales de capital no volverían a ser los mismos hasta 1996. Las causas hay que buscarlas en la Gran Guerra y en la transición que provocó desde una economía liberal a otra proteccionista. En 1914, el año en el que comenzó el conflicto, las restricciones a los movimientos de capital eran prácticamente inexistentes, algo que cambió radicalmente tras la guerra y durante la Gran Depresión.

Todo esto se explica, en parte, por la ruptura de los grandes imperios (alemán, austro-húngaro y otomano) que provocó la I Guerra Mundial. Los países surgidos a partir de este fenómeno de fragmentación empezaron a proteger sus economías aplicando restricciones al comercio que no existían en el anterior periodo imperial. Aunque después de la II Guerra Mundial muchas de estas barreras desaparecieron, todavía hoy se utilizan algunas de esas medidas. Un ejemplo es la devaluación de las monedas para equilibrar el mercado exterior.

La guerra también reveló el potencial de los impuestos sobre la renta a la hora de generar ingresos para el Estado. Cuando en 1913 este impuesto se promulgó en Estados Unidos, el tipo máximo era del 7%; antes de terminar el conflicto, había alcanzado el 77%. Por su parte, Francia lo impuso por primera vez en 1914 por la necesidad recaudatoria que provocó la guerra, mientras que en Gran Bretaña, el número de contribuyentes pasó de poco más de un millón al inicio de la guerra a los tres millones de 1920. Hoy, la mayoría de los países desarrollados utilizan esta medida para financiar su gasto público.

El nuevo orden mundial

El Tratado de Versalles supuso un cambio en el equilibrio de los distintos países a escala mundial. No solo las potencias vencidas verían afectada su economía a causa de las reparaciones de guerra —cuyos intereses Alemania acabó de pagar en 2010—, sino que los ganadores tuvieron también que enfrentarse a la reconstrucción de sus economías y a un nuevo estatus a nivel global.

Los problemas monetarios y financieros de los países industriales que participaron en la guerra retrasaron la recuperación de su producción. Como consecuencia, las monedas europeas se depreciaron y abandonaron su valor fijo respecto al patrón oro. Mientras, el dólar pasó a ser la única divisa segura.

Con el fin de relanzar su economía, los países europeos necesitaban recursos financieros. Así fue cómo Estados Unidos se convirtió en el principal inversor mundial, una condición que ayudó a apuntalar su posición como gran potencia económica.

De esta manera, Gran Bretaña y Francia contrajeron deuda respecto a Estados Unidos. Ambos países pretendían pagar su amortización e intereses con los recursos obtenidos de las reparaciones de guerra que tenía que pagar Alemania, estipuladas en el Tratado de Versalles. El problema era que la zona más productiva de Alemania estaba ocupada por tropas francesas y solo podía hacer frente a las indemnizaciones si obtenía créditos de Estados Unidos.

Esta situación provocó un círculo vicioso inflacionista que terminó por endeudar a prácticamente toda Europa y la economía europea se hizo dependiente del capital norteamericano.

Otro efecto de la Gran Guerra fue la aceleración del desarrollo tecnológico en la industria, clave para sostener el esfuerzo bélico. Esto se tradujo, por ejemplo, en la mecanización del trabajo en el campo, que provocó un abaratamiento de los alimentos durante los años 20. Gracias a ello, grandes masas de población accedieron a niveles elevados de consumo, mientras las fortunas de inversores y empresarios estadounidenses se multiplicaron hasta que llegó el crack de 1929.

Una deuda inmensa

Tal vez la consecuencia más dramática de la I Guerra Mundial fue la II Guerra Mundial. Detrás de su gestación también hubo motivos económicos. Las indemnizaciones impuestas por los vencedores a Alemania tuvieron mucho que ver con la declaración del segundo gran conflicto bélico del siglo xx.

El Tratado de Versalles imponía a Alemania unas reparaciones de guerra que incluían la entrega de todos los grandes barcos mercantes alemanes, el pago anual de 44 millones de toneladas de carbón o la mitad de la producción química y farmacéutica del país, entre otras obligaciones. Además, exigía el pago de 132.000 millones de marcos, que Alemania debía pagar a plazos.

El endeudamiento derivado de estas obligaciones, que los alemanes consideraban humillantes, desembocó en serias dificultades para su economía, agravadas por el crack de 1929 de Estados Unidos y la hiperinflación: una barra de pan llegó a superar el billón de euros actuales en el mercado de Berlín. El caos económico y el desempleo formaron el caldo de cultivo perfecto para el ascenso del nazismo y la posterior declaración de una guerra que se cobró 40 millones de víctimas mortales.

El efecto mariposa que provocó la gestación de la Gran Guerra transformó para siempre el mundo tal y como se conocía. Los asuntos económicos fueron determinantes en esta cadena de consecuencias, cuyo eco todavía perdura.

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El efecto mariposa, vinculado a la teoría del caos, asegura que el aleteo de un insecto en Hong Kong puede causar una tempestad en Estados Unidos. Ambos conceptos se utilizan para explicar algo tan complejo como el universo, que es un sistema caótico, flexible e impredecible. Tal vez sea la única manera de aclarar por qué una serie de hechos aparentemente inconexos entre ellos, sobre los cuales los historiadores todavía no han llegado a ponerse de acuerdo, desembocó en la I Guerra Mundial. Y por qué algunos de sus efectos económicos todavía se dejan notar hoy en día.

La Gran Guerra finalizó hace un siglo con el armisticio de Compiègne, después de cobrarse más de 17 millones de vidas humanas. El conflicto cambió la economía global y lo hizo para siempre. Nadie esperaba una guerra tan larga y los países tuvieron que intervenir para sostener el esfuerzo bélico. Un ejemplo: cada disparo con el mortero alemán «Dicke Bertha» —que sembró el pánico entre las tropas francesas— costaba 1.500 marcos de la época. Estas circunstancias supusieron que las economías liberales dieran paso a un proteccionismo cuyos efectos durarían aún muchos años.

Adiós, imperios. Hola, proteccionismo

Tal y como explica Steve Forbes, el mercado mundial, como proporción de la economía global, no recuperaría los niveles alcanzados en 1913 hasta 80 años más tarde. Por su parte, los flujos internacionales de capital no volverían a ser los mismos hasta 1996. Las causas hay que buscarlas en la Gran Guerra y en la transición que provocó desde una economía liberal a otra proteccionista. En 1914, el año en el que comenzó el conflicto, las restricciones a los movimientos de capital eran prácticamente inexistentes, algo que cambió radicalmente tras la guerra y durante la Gran Depresión.

Todo esto se explica, en parte, por la ruptura de los grandes imperios (alemán, austro-húngaro y otomano) que provocó la I Guerra Mundial. Los países surgidos a partir de este fenómeno de fragmentación empezaron a proteger sus economías aplicando restricciones al comercio que no existían en el anterior periodo imperial. Aunque después de la II Guerra Mundial muchas de estas barreras desaparecieron, todavía hoy se utilizan algunas de esas medidas. Un ejemplo es la devaluación de las monedas para equilibrar el mercado exterior.

La guerra también reveló el potencial de los impuestos sobre la renta a la hora de generar ingresos para el Estado. Cuando en 1913 este impuesto se promulgó en Estados Unidos, el tipo máximo era del 7%; antes de terminar el conflicto, había alcanzado el 77%. Por su parte, Francia lo impuso por primera vez en 1914 por la necesidad recaudatoria que provocó la guerra, mientras que en Gran Bretaña, el número de contribuyentes pasó de poco más de un millón al inicio de la guerra a los tres millones de 1920. Hoy, la mayoría de los países desarrollados utilizan esta medida para financiar su gasto público.

El nuevo orden mundial

El Tratado de Versalles supuso un cambio en el equilibrio de los distintos países a escala mundial. No solo las potencias vencidas verían afectada su economía a causa de las reparaciones de guerra —cuyos intereses Alemania acabó de pagar en 2010—, sino que los ganadores tuvieron también que enfrentarse a la reconstrucción de sus economías y a un nuevo estatus a nivel global.

Los problemas monetarios y financieros de los países industriales que participaron en la guerra retrasaron la recuperación de su producción. Como consecuencia, las monedas europeas se depreciaron y abandonaron su valor fijo respecto al patrón oro. Mientras, el dólar pasó a ser la única divisa segura.

Con el fin de relanzar su economía, los países europeos necesitaban recursos financieros. Así fue cómo Estados Unidos se convirtió en el principal inversor mundial, una condición que ayudó a apuntalar su posición como gran potencia económica.

De esta manera, Gran Bretaña y Francia contrajeron deuda respecto a Estados Unidos. Ambos países pretendían pagar su amortización e intereses con los recursos obtenidos de las reparaciones de guerra que tenía que pagar Alemania, estipuladas en el Tratado de Versalles. El problema era que la zona más productiva de Alemania estaba ocupada por tropas francesas y solo podía hacer frente a las indemnizaciones si obtenía créditos de Estados Unidos.

Esta situación provocó un círculo vicioso inflacionista que terminó por endeudar a prácticamente toda Europa y la economía europea se hizo dependiente del capital norteamericano.

Otro efecto de la Gran Guerra fue la aceleración del desarrollo tecnológico en la industria, clave para sostener el esfuerzo bélico. Esto se tradujo, por ejemplo, en la mecanización del trabajo en el campo, que provocó un abaratamiento de los alimentos durante los años 20. Gracias a ello, grandes masas de población accedieron a niveles elevados de consumo, mientras las fortunas de inversores y empresarios estadounidenses se multiplicaron hasta que llegó el crack de 1929.

Una deuda inmensa

Tal vez la consecuencia más dramática de la I Guerra Mundial fue la II Guerra Mundial. Detrás de su gestación también hubo motivos económicos. Las indemnizaciones impuestas por los vencedores a Alemania tuvieron mucho que ver con la declaración del segundo gran conflicto bélico del siglo xx.

El Tratado de Versalles imponía a Alemania unas reparaciones de guerra que incluían la entrega de todos los grandes barcos mercantes alemanes, el pago anual de 44 millones de toneladas de carbón o la mitad de la producción química y farmacéutica del país, entre otras obligaciones. Además, exigía el pago de 132.000 millones de marcos, que Alemania debía pagar a plazos.

El endeudamiento derivado de estas obligaciones, que los alemanes consideraban humillantes, desembocó en serias dificultades para su economía, agravadas por el crack de 1929 de Estados Unidos y la hiperinflación: una barra de pan llegó a superar el billón de euros actuales en el mercado de Berlín. El caos económico y el desempleo formaron el caldo de cultivo perfecto para el ascenso del nazismo y la posterior declaración de una guerra que se cobró 40 millones de víctimas mortales.

El efecto mariposa que provocó la gestación de la Gran Guerra transformó para siempre el mundo tal y como se conocía. Los asuntos económicos fueron determinantes en esta cadena de consecuencias, cuyo eco todavía perdura.

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¿Por qué el PIN de tu tarjeta tiene cuatro dígitos? https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/por-que-el-pin-de-tu-tarjeta-tiene-cuatro-digitos/ https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/por-que-el-pin-de-tu-tarjeta-tiene-cuatro-digitos/#respond Thu, 05 Apr 2018 07:05:49 +0000 CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/?p=26671

Lo utilizamos a diario, ha cambiado nuestra vida por completo y, sin embargo, no sabemos nada de su origen. Se trata del número que configura el código PIN de nuestra tarjeta de crédito. Esos 4 dígitos que nos otorgan de forma aleatoria y que nos permiten llevar a cabo cualquier operación bancaria que precisemos. Pero, ¿alguna vez te has parado a pensar por qué son 4 números y no 6?

Para descubrirlo debemos remontarnos al año 1967, cuando John Shepherd-Barron inventó el primer cajero automático. Shepherd nació en la India británica en 1925 y sirvió en la II Guerra Mundial como capitán de paracaidistas antes de intentar ganarse la vida como inventor. Finalmente, el 27 de junio de 1967 llegó el éxito de su primer y mayor gran invento.

El primer cajero automático que se instaló fue en una sucursal del banco Barclays en Enfield, al norte de Londres. Reg Varney, de la serie de televisión “On The Buses”, fue el primero en retirar dinero efectivo. Por aquel entonces, las tarjetas físicas todavía no se habían inventado y los cajeros utilizaban cheques impregnados con carbono 14, una sustancia considerada ligeramente radioactiva.

Para detectar la autenticidad del cheque, el cliente debía pasar previamente por la entidad bancaria para que le entregasen cheques por valor de 10 libras esterlinas.

¿Cuatro o seis dígitos?

Durante el desarrollo de este proceso, Shepherd pensó en la idea de crear una contraseña o código de seguridad. “Estábamos en la mesa de la cocina y le pregunté a Caroline cuál era el número máximo de dígitos que podía recordar sin problemas”, comenta él en una entrevista a la BBC.

En un primer momento, Shepherd pensó que era capaz de recordar su número de ejército de seis cifras. Sin embargo, al consultarlo con su esposa, ella le dijo que solo era capaz de recordar cuatro dígitos. En ese momento, el número PIN de 4 números se convirtió en un estándar mundial.

Pese al recelo inicial, hoy en día este invento está extendido mundialmente y ya existen más de tres millones de cajeros automáticos en todo el mundo. Actualmente, el 73% de los españoles utiliza un cajero automático al menos una vez por semana.

Desde el primer cajero de la historia, estos han evolucionado al mismo ritmo que lo han hecho las tecnologías. Por ejemplo, los cajeros automáticos de CaixaBank cuentan con innovaciones pioneras, como un diseño con doble pantalla, tecnología contactless para operar sin tener que insertar físicamente la tarjeta o una unidad de reconocimiento de billetes de última generación.

Lo que está por venir

Si bien los 4 dígitos siguen muy presentes en nuestras vidas, está por ver qué pasará en un futuro. Las nuevas tecnologías están dando paso a otras opciones, en las cuales ya no es necesario tener en mente el código PIN. La huella dactilar es una de estas innovaciones, disponible, por ejemplo, en CaixaBank Pay, Samsung Pay o Apple Pay.

Otra de las tecnologías que están revolucionando los métodos de pago es el reconocimiento facial. CaixaBank ha sido el primer banco de España que incorpora en sus aplicaciones móviles la tecnología de identificación Face ID, con la que es posible acceder a las cuentas mediante el reconocimiento facial a través del móvil sin tener que introducir los datos habituales de acceso.

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Lo utilizamos a diario, ha cambiado nuestra vida por completo y, sin embargo, no sabemos nada de su origen. Se trata del número que configura el código PIN de nuestra tarjeta de crédito. Esos 4 dígitos que nos otorgan de forma aleatoria y que nos permiten llevar a cabo cualquier operación bancaria que precisemos. Pero, ¿alguna vez te has parado a pensar por qué son 4 números y no 6?

Para descubrirlo debemos remontarnos al año 1967, cuando John Shepherd-Barron inventó el primer cajero automático. Shepherd nació en la India británica en 1925 y sirvió en la II Guerra Mundial como capitán de paracaidistas antes de intentar ganarse la vida como inventor. Finalmente, el 27 de junio de 1967 llegó el éxito de su primer y mayor gran invento.

El primer cajero automático que se instaló fue en una sucursal del banco Barclays en Enfield, al norte de Londres. Reg Varney, de la serie de televisión “On The Buses”, fue el primero en retirar dinero efectivo. Por aquel entonces, las tarjetas físicas todavía no se habían inventado y los cajeros utilizaban cheques impregnados con carbono 14, una sustancia considerada ligeramente radioactiva.

Para detectar la autenticidad del cheque, el cliente debía pasar previamente por la entidad bancaria para que le entregasen cheques por valor de 10 libras esterlinas.

¿Cuatro o seis dígitos?

Durante el desarrollo de este proceso, Shepherd pensó en la idea de crear una contraseña o código de seguridad. “Estábamos en la mesa de la cocina y le pregunté a Caroline cuál era el número máximo de dígitos que podía recordar sin problemas”, comenta él en una entrevista a la BBC.

En un primer momento, Shepherd pensó que era capaz de recordar su número de ejército de seis cifras. Sin embargo, al consultarlo con su esposa, ella le dijo que solo era capaz de recordar cuatro dígitos. En ese momento, el número PIN de 4 números se convirtió en un estándar mundial.

Pese al recelo inicial, hoy en día este invento está extendido mundialmente y ya existen más de tres millones de cajeros automáticos en todo el mundo. Actualmente, el 73% de los españoles utiliza un cajero automático al menos una vez por semana.

Desde el primer cajero de la historia, estos han evolucionado al mismo ritmo que lo han hecho las tecnologías. Por ejemplo, los cajeros automáticos de CaixaBank cuentan con innovaciones pioneras, como un diseño con doble pantalla, tecnología contactless para operar sin tener que insertar físicamente la tarjeta o una unidad de reconocimiento de billetes de última generación.

Lo que está por venir

Si bien los 4 dígitos siguen muy presentes en nuestras vidas, está por ver qué pasará en un futuro. Las nuevas tecnologías están dando paso a otras opciones, en las cuales ya no es necesario tener en mente el código PIN. La huella dactilar es una de estas innovaciones, disponible, por ejemplo, en CaixaBank Pay, Samsung Pay o Apple Pay.

Otra de las tecnologías que están revolucionando los métodos de pago es el reconocimiento facial. CaixaBank ha sido el primer banco de España que incorpora en sus aplicaciones móviles la tecnología de identificación Face ID, con la que es posible acceder a las cuentas mediante el reconocimiento facial a través del móvil sin tener que introducir los datos habituales de acceso.

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La historia del FMI, un reflejo del mundo https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/la-historia-del-fmi-un-reflejo-del-mundo/ https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/la-historia-del-fmi-un-reflejo-del-mundo/#respond Fri, 09 Mar 2018 07:51:07 +0000 CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/?p=26569

Al igual que la del Banco Mundial, la idea de crear el Fondo Monetario Internacional (FMI) surgió en julio de 1944, en una conferencia de las Naciones Unidas que tuvo lugar en Bretton Woods, Nuevo Hampshire (Estados Unidos). Allí, representantes de 44 gobiernos acordaron establecer un marco de cooperación económica que tenía como objetivo evitar los círculos viciosos de devaluaciones que habían llevado a la Gran Depresión de los años treinta e, indirectamente, a la II Guerra Mundial. Fue ya concluido el conflicto, en marzo de 1947, cuando el FMI inició sus operaciones financieras, con un primer préstamo a Francia por valor de 25 millones de dólares.

Una de las primeras ideas que se habían barajado fue la del representante británico, el prestigioso economista John Maynard Keynes, que había propuesto crear una nueva moneda internacional, el bancor. Pero como la implantación del esperanto como lengua universal, el concepto del bancor tampoco cuajó.

Un nuevo orden económico internacional

Las tesis que finalmente triunfaron fueron las de establecer un patrón monetario oro-dólar: el valor de cada moneda se fijaría con respecto a la divisa estadounidense, y ésta respecto al metal. De esta forma, el dólar se convertía en la única moneda internacional de reserva. Así pues, en la práctica, los llamados acuerdos de Bretton Woods establecieron las bases del nuevo orden económico internacional e institucionalizaron el nuevo papel de Estados Unidos como gran potencia hegemónica.

Naturalmente, sus postulados oficiales son otros: trabajar para promover la cooperación monetaria mundial, asegurar la estabilidad financiera, facilitar el comercio internacional, promover un alto nivel de empleo y crecimiento económico sostenible, y reducir la pobreza.

Pero su historia, que ha transcurrido condicionada por los hechos más significativos de la segunda mitad del siglo xx y del principio del siglo xxi, no ha sido fácil. Con 189 países miembros en la actualidad (prácticamente todos los del mundo) y sede central en Washington, su cronología podría dividirse en cinco grandes etapas.

Las cinco grandes etapas del FMI

La primera etapa, entre 1944 y 1971, fue la de la cooperación y reconstrucción tras la II Guerra Mundial. Había que reconstruir casi todas las economías nacionales y el FMI fue el encargado de supervisar el sistema monetario internacional, para garantizar la estabilidad de los tipos de cambio, y de promover la eliminación de restricciones que pudieran entorpecer los intercambios comerciales.

La segunda gran etapa, la vivida entre 1972 y 1981, vio el final del sistema Bretton Woods. Tras el colapso, en 1971, del sistema de tipos de cambio fijo con el que el FMI había nacido, los países tenían ahora libertad para escoger su tipo de cambio. Fue también la época de las dos grandes crisis del petróleo, en 1973 y 1979, y el FMI tuvo que intervenir en repetidas ocasiones para ayudar a los países a lidiar con las consecuencias.

Tras las crisis del petróleo llegó la crisis internacional de la deuda, y entre 1982 y 1989, en su tercera etapa, el FMI tuvo que impulsar importantes reformas para ofrecer una respuesta global a los acontecimientos.

En 1989 cayó el muro de Berlín y dos años después, la Unión Soviética, provocando una transformación del mapa de Europa de arriba abajo. Entre 1990 y 2004, el FMI desempeñó un papel central para ayudar a los países que habían pertenecido al bloque soviético a pasar de una economía de planificación centralizada a una economía de libre mercado, además de algunas importantes intervenciones en las crisis de México (1994), Asia (1997), Brasil (1998) y Argentina (2001).

Finalmente, la quinta y última etapa va desde 2005 hasta el día de hoy, y se podría caracterizar por la globalización, las inestabilidades y la actual crisis económica. Las intervenciones más importantes en este periodo han sido, a diferencia del periodo anterior, las de la zona euro, en Grecia (2010) y en Portugal (2011).

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Al igual que la del Banco Mundial, la idea de crear el Fondo Monetario Internacional (FMI) surgió en julio de 1944, en una conferencia de las Naciones Unidas que tuvo lugar en Bretton Woods, Nuevo Hampshire (Estados Unidos). Allí, representantes de 44 gobiernos acordaron establecer un marco de cooperación económica que tenía como objetivo evitar los círculos viciosos de devaluaciones que habían llevado a la Gran Depresión de los años treinta e, indirectamente, a la II Guerra Mundial. Fue ya concluido el conflicto, en marzo de 1947, cuando el FMI inició sus operaciones financieras, con un primer préstamo a Francia por valor de 25 millones de dólares.

Una de las primeras ideas que se habían barajado fue la del representante británico, el prestigioso economista John Maynard Keynes, que había propuesto crear una nueva moneda internacional, el bancor. Pero como la implantación del esperanto como lengua universal, el concepto del bancor tampoco cuajó.

Un nuevo orden económico internacional

Las tesis que finalmente triunfaron fueron las de establecer un patrón monetario oro-dólar: el valor de cada moneda se fijaría con respecto a la divisa estadounidense, y ésta respecto al metal. De esta forma, el dólar se convertía en la única moneda internacional de reserva. Así pues, en la práctica, los llamados acuerdos de Bretton Woods establecieron las bases del nuevo orden económico internacional e institucionalizaron el nuevo papel de Estados Unidos como gran potencia hegemónica.

Naturalmente, sus postulados oficiales son otros: trabajar para promover la cooperación monetaria mundial, asegurar la estabilidad financiera, facilitar el comercio internacional, promover un alto nivel de empleo y crecimiento económico sostenible, y reducir la pobreza.

Pero su historia, que ha transcurrido condicionada por los hechos más significativos de la segunda mitad del siglo xx y del principio del siglo xxi, no ha sido fácil. Con 189 países miembros en la actualidad (prácticamente todos los del mundo) y sede central en Washington, su cronología podría dividirse en cinco grandes etapas.

Las cinco grandes etapas del FMI

La primera etapa, entre 1944 y 1971, fue la de la cooperación y reconstrucción tras la II Guerra Mundial. Había que reconstruir casi todas las economías nacionales y el FMI fue el encargado de supervisar el sistema monetario internacional, para garantizar la estabilidad de los tipos de cambio, y de promover la eliminación de restricciones que pudieran entorpecer los intercambios comerciales.

La segunda gran etapa, la vivida entre 1972 y 1981, vio el final del sistema Bretton Woods. Tras el colapso, en 1971, del sistema de tipos de cambio fijo con el que el FMI había nacido, los países tenían ahora libertad para escoger su tipo de cambio. Fue también la época de las dos grandes crisis del petróleo, en 1973 y 1979, y el FMI tuvo que intervenir en repetidas ocasiones para ayudar a los países a lidiar con las consecuencias.

Tras las crisis del petróleo llegó la crisis internacional de la deuda, y entre 1982 y 1989, en su tercera etapa, el FMI tuvo que impulsar importantes reformas para ofrecer una respuesta global a los acontecimientos.

En 1989 cayó el muro de Berlín y dos años después, la Unión Soviética, provocando una transformación del mapa de Europa de arriba abajo. Entre 1990 y 2004, el FMI desempeñó un papel central para ayudar a los países que habían pertenecido al bloque soviético a pasar de una economía de planificación centralizada a una economía de libre mercado, además de algunas importantes intervenciones en las crisis de México (1994), Asia (1997), Brasil (1998) y Argentina (2001).

Finalmente, la quinta y última etapa va desde 2005 hasta el día de hoy, y se podría caracterizar por la globalización, las inestabilidades y la actual crisis económica. Las intervenciones más importantes en este periodo han sido, a diferencia del periodo anterior, las de la zona euro, en Grecia (2010) y en Portugal (2011).

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Plan Marshall: cambio de rumbo en la historia económica europea https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/plan-marshall-cambio-de-rumbo-en-la-historia-economica-europea/ https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/plan-marshall-cambio-de-rumbo-en-la-historia-economica-europea/#respond Mon, 29 May 2017 07:36:24 +0000 CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/?p=24560

Ya sea en la televisión, los periódicos o los libros, todos, en mayor o menor medida, hemos leído u oído hablar sobre el denominado Plan Marshall, conocido oficialmente como Programa de Recuperación Europea. Aunque este forme parte de la historia, lo cierto es que su ejecución y puesta en marcha fue mucho más trascendental de lo que nos imaginamos. Una reconstrucción económica sin precedentes. Pero, ¿qué sabemos de él? ¿Qué conllevó exactamente su implantación?

Para comprenderlo, debemos remontarnos a uno de los capítulos más estudiados de la historia: la Segunda Guerra Mundial. Cuando esta finalizó, el 7 de mayo de 1945, el escenario que se le presentó a Europa fue desolador: el continente quedó devastado por una guerra que se cobró 40 millones de vidas y en él el beneficio económico y social se presentaban inalcanzables.

En medio de este contexto desesperanzador, Estados Unidos decidió tomar cartas en el asunto y ayudar a los países europeos. ¿Cómo? Aprobando, en 1947, la ejecución del Plan Marshall, un programa que invertiría 13.300 millones de dólares en la reconstrucción económica de Europa. Del total, se estima que 3.400 se invirtieron en materias primas y productos semi facturados, 3.200 en comida, fertilizantes y lienzo, 1.900 en maquinaria y vehículos y 1.600 en combustible.

A pesar de la negativa de los partidos comunistas plan Marshall, el plan fue acogido con los brazos abiertos por 16 países europeos, los cuales crearon la Organización Europea para la Cooperación Económica (OECE) con el fin de gestionar eficientemente las ayudas. El país más beneficiado fue el Reino Unido (26 %), seguido de Francia (18 %) y Alemania Occidental (11 %).

Consecuencias del Plan Marshall: Europa renace

Sin duda, la implantación de este programa fue sinónimo de prosperidad y esperanza para Europa. Las cifras hablan por sí solas: durante los cuatro años en los que estuvo vigente el plan, la producción industrial aumentó en un 64 %, la cantidad de acero colado se duplicó y la producción alimentaria progresó un 24 %.

Con todo, podemos afirmar que el Plan Marshall marcó un antes y un después en la historia de la economía europea y mundial. Tan trascendental fue ese capítulo, que incluso hoy en día se sigue nombrando ‘Plan Marshall’ a los proyectos de reconstrucción económica y social.

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Ya sea en la televisión, los periódicos o los libros, todos, en mayor o menor medida, hemos leído u oído hablar sobre el denominado Plan Marshall, conocido oficialmente como Programa de Recuperación Europea. Aunque este forme parte de la historia, lo cierto es que su ejecución y puesta en marcha fue mucho más trascendental de lo que nos imaginamos. Una reconstrucción económica sin precedentes. Pero, ¿qué sabemos de él? ¿Qué conllevó exactamente su implantación?

Para comprenderlo, debemos remontarnos a uno de los capítulos más estudiados de la historia: la Segunda Guerra Mundial. Cuando esta finalizó, el 7 de mayo de 1945, el escenario que se le presentó a Europa fue desolador: el continente quedó devastado por una guerra que se cobró 40 millones de vidas y en él el beneficio económico y social se presentaban inalcanzables.

En medio de este contexto desesperanzador, Estados Unidos decidió tomar cartas en el asunto y ayudar a los países europeos. ¿Cómo? Aprobando, en 1947, la ejecución del Plan Marshall, un programa que invertiría 13.300 millones de dólares en la reconstrucción económica de Europa. Del total, se estima que 3.400 se invirtieron en materias primas y productos semi facturados, 3.200 en comida, fertilizantes y lienzo, 1.900 en maquinaria y vehículos y 1.600 en combustible.

A pesar de la negativa de los partidos comunistas plan Marshall, el plan fue acogido con los brazos abiertos por 16 países europeos, los cuales crearon la Organización Europea para la Cooperación Económica (OECE) con el fin de gestionar eficientemente las ayudas. El país más beneficiado fue el Reino Unido (26 %), seguido de Francia (18 %) y Alemania Occidental (11 %).

Consecuencias del Plan Marshall: Europa renace

Sin duda, la implantación de este programa fue sinónimo de prosperidad y esperanza para Europa. Las cifras hablan por sí solas: durante los cuatro años en los que estuvo vigente el plan, la producción industrial aumentó en un 64 %, la cantidad de acero colado se duplicó y la producción alimentaria progresó un 24 %.

Con todo, podemos afirmar que el Plan Marshall marcó un antes y un después en la historia de la economía europea y mundial. Tan trascendental fue ese capítulo, que incluso hoy en día se sigue nombrando ‘Plan Marshall’ a los proyectos de reconstrucción económica y social.

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Cómo una flor causó la primera crisis financiera de la historia https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/como-una-flor-causo-la-primera-crisis-financiera-de-la-historia/ https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/como-una-flor-causo-la-primera-crisis-financiera-de-la-historia/#respond Wed, 01 Mar 2017 08:10:33 +0000 CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/?p=23671

Todos, en mayor o menor medida, hemos oído hablar de las grandes crisis económicas de la historia: el crack del 29, la crisis del petróleo, el lunes negro… Pero, ¿qué se sabe de la crisis de los tulipanes? Se trata de la primera gran crisis financiera de la historia reciente y, sin embargo, es una de las más desconocidas. ¿Cómo tuvo lugar y qué consecuencias desencadenó? Hoy viajamos en el tiempo hacia el país de los tulipanes.

La “tulipomanía”

El tulipán llegó a los Países Bajos en la segunda mitad del siglo XVI y se implantó rápidamente, ya que la calidad de las tierras de este país resultó ser tan buena que empezaron a florecer tulipanes como nunca antes se habían visto, con formas, colores y tonalidades fascinantes. Con el tiempo, estas flores se empezaron a coleccionar entre las clases más nobles y, a los pocos meses, el tulipán se convirtió en un verdadero símbolo de riqueza.

La fiebre del tulipán fue tal que se empezaron a realizar lo que ahora conocemos como “contratos de futuro”: los productores prometían entregar tulipanes y los compradores obtenían un derecho de entrega.

El mercado estaba en pleno apogeo. En ocasiones, la gente vendía incluso algunos de sus bienes más preciados con el único objetivo de invertir en tulipanes. Todo eran beneficios. Se vendían mansiones, granjas y campos de cultivo a cambio de un solo bulbo. Incluso se llegaron a vender 99 tulipanes a 90.000 florines (unos 15.000 euros).

Hasta que, de un día para otro, la burbuja estalló. ¿El motivo? Una mala cosecha y la desconfianza de perder las garantías que se habían obtenido. Ello provocó que la gente se quisiera deshacer de los tulipanes a toda costa y el precio de estos, como no podía ser de otra manera, se desplomó. Ya nadie quería invertir en el mercado del tulipán y, lo peor de todo, miles de inversores y ahorradores perdieron todo lo que habían ganado. El país entero se arruinó.

La crisis de los tulipanes marcó un antes y un después en la historia económica mundial, pues muchos de los conceptos que se aplican y estudian hoy en día surgieron a partir de ella.

¿Quieres leer más sobre historia y economía? ¡Visita EduCaixa!

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Todos, en mayor o menor medida, hemos oído hablar de las grandes crisis económicas de la historia: el crack del 29, la crisis del petróleo, el lunes negro… Pero, ¿qué se sabe de la crisis de los tulipanes? Se trata de la primera gran crisis financiera de la historia reciente y, sin embargo, es una de las más desconocidas. ¿Cómo tuvo lugar y qué consecuencias desencadenó? Hoy viajamos en el tiempo hacia el país de los tulipanes.

La “tulipomanía”

El tulipán llegó a los Países Bajos en la segunda mitad del siglo XVI y se implantó rápidamente, ya que la calidad de las tierras de este país resultó ser tan buena que empezaron a florecer tulipanes como nunca antes se habían visto, con formas, colores y tonalidades fascinantes. Con el tiempo, estas flores se empezaron a coleccionar entre las clases más nobles y, a los pocos meses, el tulipán se convirtió en un verdadero símbolo de riqueza.

La fiebre del tulipán fue tal que se empezaron a realizar lo que ahora conocemos como “contratos de futuro”: los productores prometían entregar tulipanes y los compradores obtenían un derecho de entrega.

El mercado estaba en pleno apogeo. En ocasiones, la gente vendía incluso algunos de sus bienes más preciados con el único objetivo de invertir en tulipanes. Todo eran beneficios. Se vendían mansiones, granjas y campos de cultivo a cambio de un solo bulbo. Incluso se llegaron a vender 99 tulipanes a 90.000 florines (unos 15.000 euros).

Hasta que, de un día para otro, la burbuja estalló. ¿El motivo? Una mala cosecha y la desconfianza de perder las garantías que se habían obtenido. Ello provocó que la gente se quisiera deshacer de los tulipanes a toda costa y el precio de estos, como no podía ser de otra manera, se desplomó. Ya nadie quería invertir en el mercado del tulipán y, lo peor de todo, miles de inversores y ahorradores perdieron todo lo que habían ganado. El país entero se arruinó.

La crisis de los tulipanes marcó un antes y un después en la historia económica mundial, pues muchos de los conceptos que se aplican y estudian hoy en día surgieron a partir de ella.

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