La manera de veranear ha cambiado a lo largo de los siglos. España, gracias a su situación geográfica, es un lugar con muchos atractivos para disfrutar del tiempo libre en época estival. Te proponemos un viaje en el tiempo para visitar los destinos significativos de la historia del descanso vacacional de nuestro país.
¿Qué destinos elegían los españoles de antaño para veranear sin salir de España?
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20 Junio, 2023
Veranear es cosas de reyes: Aranjuez (Madrid)
Hasta la consecución de los derechos laborales, con el descanso dominical y los días de vacaciones, solo la nobleza podía permitirse días de asueto. Es el caso de los romanos, cuyos emperadores se construían lujosas villas de verano en la costa del Adriático, y, posteriormente, los reyes de los reinos de la península.
De hecho, la popular expresión «estar en Babia» tiene un significado ligado a esta idea: era el destino vacacional de los reyes de León, el lugar donde descansaban y desconectaban del trasiego de la corte.
En España tenemos otro magnífico ejemplo de destino de veraneo real: Aranjuez, en Madrid. La confluencia del río Tajo y su afluente Jarama despliegan una fértil y fresca vega, repleta de huertas y frutales.
La proximidad de este enclave a Madrid, la capital, hizo de Aranjuez el lugar de veraneo de reyes ya a principios del siglo XVI, pero no es hasta la llegada al trono de la dinastía Borbón cuando el Real Sitio y Villa de Aranjuez alcanza todo su esplendor.
Fernando VI y Bárbara de Braganza disfrutaban de travesías por el río, mientras se deleitaban con la música de las partituras de los mejores músicos de la época interpretadas por las voces líricas de mayor prestigio de Europa, en un marco bucólico.
Sus majestades podían alternar palacios con salones decorados con piezas de lujo elaboradas con materiales de todas partes del mundo con laberínticos jardines estilo francés y elegantes fiestas, en un concepto inspirado en Versalles.
Todo este extraordinario complejo Patrimonio Mundial por la UNESCO, con 111,23 hectáreas de jardines, se puede visitar. La primavera y el otoño traen espectaculares colores al entorno, pero el verano es la época que nos puede ayudar a trasladarnos a cómo vivían los reyes su descanso.
Turismo de ola: Sanlúcar de Barrameda (Cádiz)
El siglo XVIII y sus avances científicos descubren los beneficios de los baños en el mar. La aristocracia española no tarda en copiar las costumbres de la corte británica, pionera en este turismo de ola.
El rey Jorge ya se bañaba en el primer balneario moderno, abierto en 1720 en Scarborough, Reino Unido. Santander y San Sebastián se convierten en dos destinos de turismo de ola, especialmente tras las visitas de la reina Isabel II, que sufría una dolencia dermatológica que mejoraba tras sus chapuzones en el Cantábrico.
Frente a las frías aguas del norte, un destino de costa en Andalucía ofrecía a la aristocracia un lugar para disfrutar del beneficio de las aguas, huir de las altas temperaturas y cuidar las relaciones sociales, acortando el viaje gracias a la irrupción del ferrocarril.
Hablamos de Sanlúcar de Barrameda, en Cádiz. En 1852, los duques de Montpensier comenzaron a acudir de forma regular a la localidad, atrayendo la visita de numerosos aristócratas. Muchos de ellos se desplazaban en barcos a vapor, que realizaban la travesía fluvial entre Sevilla y Sanlúcar. El verano, además, ofrecía atractivos como las carreras de caballos en la playa, que son las más antiguas de España y son de Interés Turístico Internacional.
Sanlúcar no solo ofrece sensacionales vinos y fantásticos pescados y mariscos, sino un interesante patrimonio de palacetes, castillos e iglesias. Perderse por sus plazas y rincones este verano es un estupendo plan que ya conocían los aristócratas del pasado.
Turismo termal: Puente Viesgo (Cantabria)
Los antiguos griegos ya conocían el bienestar que conllevaba una sesión de termas. Además, las termas constituían un lugar de reunión para la discusión de asuntos políticos o económicos. Romanos y árabes mantuvieron esta tradición y sus beneficios fueron estudiados por científicos desde la Edad Media.
En toda Europa se mantuvieron destinos de baños termales, desde Turquía al Reino Unido, pasando por el balneario termal por excelencia, Spa, en Bélgica. En el siglo XIX, las tendencias como el higienismo, los avances de la química y la mejora de los transportes hicieron que las aristocracias de toda Europa pudieran desplazarse a probar los beneficios de estas aguas, lo que creó una auténtica fiebre de aparición de balnearios.
En España, uno de los destinos más significativos es Puente Viesgo, en Cantabria. Desde mediados del siglo XVIII se tiene constancia de la existencia de aguas medicinales en este enclave en el hermoso valle del Pas, que ya tenía visitas de pacientes en busca de una mejoría de sus enfermedades. Prueba de la afluencia de bañistas es la regulación de los balnearios termales en España, que arranca a principios del siglo XIX.
En 1888, el balneario consigue la Medalla de Oro en la Exposición Universal de Barcelona, lo que atrajo a miles de bañistas a sus instalaciones. Hay que destacar que muchos de estos baños termales, como el de Puente Viesgo, se sitúan en entornos naturales de gran belleza, que suponían un cambio de aires respecto a las bulliciosas ciudades que, debido a la industrialización, comenzaban a ser insalubres e inhóspitas.
Puente Viesgo, además, cuenta con unas asombrosas cuevas paleolíticas en el Monte Castillo y el bello conjunto monumental de Aes, reclamos que superan las expectativas de cualquier veraneante que se precie.
Turismo el siglo XX: Perlora, Carreño (Asturias)
A partir de los años 50 se establece el concepto de veraneo en España. Las clases medias comienzan a buscar destinos para pasar el verano, ya sea el pueblo o un tranquilo enclave de montaña o a pie de mar. La costa mediterránea es la que registra un mayor impulso urbanístico, con hoteles y apartamentos que se convierten en segundas residencias y albergan a los miles de veraneantes que se desplazan a disfrutar de sus días libres.
La industria minera y metalúrgica de Asturias contaba con más de 50.000 trabajadores a mediados del siglo pasado. Para ofrecer espacios vacacionales asequibles y adecuados para estas personas y sus familias, el Estado impulsó la construcción de la ciudad residencial de Perlora, en el municipio asturiano de Carreño, a orillas del Cantábrico, con acceso a cuatro playas: Huelgues, La Isla, playa de «Los Curas» y Carranques. Perlora constaba de 20 hectáreas y sus viviendas eran pequeños chalés de dos pisos con jardín, con fabulosas vistas al privilegiado entorno natural en el que se sitúan.
Desde su construcción a principios de los 60 hasta la década de los 80, familias de trabajadores, no solo de Asturias sino de toda España, iban turnándose para disfrutar de estas aproximadamente 300 casas, además de instalaciones deportivas, hotel, comedores, minigolf, bolera y piscina.
No obstante, a partir de los 90 la iniciativa languidece y desde principios de siglo se encuentra en abandono. Algunos de los chalés, de una singularidad arquitectónica destacada, se han derribado. Pasear por Perlora nos lleva a un pasado no muy lejano en el que las vacaciones se democratizaron y permitieron a familias humildes un instante de asueto, al modo de los reyes y aristócratas de otros tiempos.
Existen proyectos de recuperación de la ciudad residencial, pero mientras se acometen se puede visitar Perlora, pernoctar en su camping y experimentar esa nostalgia de veranos del antaño. Los alrededores ofrecen espectaculares miradores al mar, paneras centenarias y barrios marineros, que bien merecen una parada. La gastronomía asturiana tampoco puede pasarse por alto: pescados y mariscos son estupendos como broche final a nuestro recorrido.