Cada 26 de enero se celebra el Día Mundial de la Educación Ambiental, una fecha impulsada por las Naciones Unidas para concienciar a las futuras generaciones sobre la importancia de cuidar del planeta.
La concienciación medioambiental que hoy impregna prácticamente cada parcela de nuestra vida ―desde cómo nos movemos por la ciudad hasta qué comemos o vestimos― es un movimiento relativamente nuevo. Fue en la década de los sesenta del pasado siglo cuando comenzaron a surgir algunas organizaciones que se preocupaban por la conservación de la naturaleza, como la conocida World Wildlife Fund (WWF). Sin embargo, uno de los hitos fundamentales lo encontramos en 1975, año en el que la Organización de las Naciones Unidas proclamó el 26 de enero como el Día Mundial de la Educación Ambiental. Y no solo como fecha simbólica.
En la década de los 70 la conciencia medioambiental casi no existía; de hecho, conceptos como el cambio climático o el desarrollo sostenible apenas comenzaban a ver la luz en un momento en el que ya era evidente cómo la actividad humana repercutía de manera negativa en el medioambiente de todo el planeta. Es en ese contexto cuando surge el Día Mundial de la Educación Ambiental, cuyo objetivo último es crear una concienciación global, de sociedad y gobiernos, sobre los problemas ambientales que ponen en riesgo los ecosistemas del planeta y, en última instancia, la propia supervivencia de la humanidad. ¿Muy ambicioso, no?
Aunque este tipo de declaraciones y «Días Mundiales» a veces están vacíos de contenidos, no es el caso que nos ocupa, ya que la educación ambiental de las últimas cuatro décadas está dando resultados de maneras muy concretas, de las que hoy nos vamos a quedar con cinco.