Si ha habido un obstáculo que ha impedido que todos, a estas alturas, estemos conduciendo coches eléctricos, ese ha sido su autonomía. Esa es la palabra mágica que anima a unos conductores y disuade a otros a la hora de pasarse a la conducción eléctrica, junto al precio de los vehículos. Dos factores que dependen en gran medida de un elemento, la batería, cuya evolución será esencial para implantar una futura movilidad de cero emisiones locales.
Precisamente la innovación en el desarrollo de baterías será clave en la popularización de los coches eléctricos. Se trata de una meta que persigue la Unión Europea en su agenda para cumplir sus objetivos de descarbonización en 2050. En este sentido, un informe de la Federación Europea de Transporte y Medio Ambiente estima que, a partir de 2030, solo deberían venderse este tipo de automóviles en el territorio comunitario para poder limitar el calentamiento global 1,5 ºC.
Hasta entonces, el coche eléctrico debe ser capaz de erigirse en una alternativa competitiva frente a los actuales vehículos de combustión interna. Para ello, debe superar la barrera de una autonomía limitada entre recargas y la amenaza de aumento de precio que suponen unas baterías cada vez más sofisticadas. Lo cierto es que, por el momento, parece que va por buen camino.