El peso de los desechos de origen orgánico en el total de basura que generamos es enorme. Se estima que aproximadamente el 37 % de los residuos municipales son residuos orgánicos. O, lo que es lo mismo, son compostables. De estos residuos, aproximadamente el 17 % llega a compostarse, según la Red Española de Compostaje (REC).
El compostaje es un proceso que transforma residuos orgánicos en compost, que es un tipo de abono que aporta nutrientes al suelo. Elementos como restos de comida, verduras crudas, posos de café, hojas de té, cáscaras de huevo o el polvo de la aspiradora son compostables.
Para calibrar la importancia del compostaje, hay que tener en cuenta que la calidad de los suelos —incluidos los de los huertos urbanos, los jardines, zonas arboladas o macetas— es clave para que la vegetación crezca de forma saludable.
En este sentido, el compost es un tipo de materia que reemplaza a los fertilizantes inorgánicos y, por tanto, reduce el impacto ambiental que supone mantener la vegetación. Dicho de otro modo, compostar nos ayuda a mantener los suelos fértiles para producir alimentos, al tiempo que reduce la huella de carbono asociada a esa producción.
El compostaje en casa de estos residuos nos puede ayudar, entre otras cosas, a reiniciar el ciclo de nuestra propia alimentación y reducir nuestra huella de carbono.
Para llevarlo a cabo, tenemos que disponer de una compostadora doméstica y de un espacio aireado y fresco. Este puede ser un jardín, un espacio común en el patio de una comunidad o incluso una terraza. Las compostadoras urbanas domésticas son una especie de armarios de unos 80 x 80 x 100 cm, aproximadamente.
Hay quien composta en su piso utilizando vermicompostadoras con lombrices rojas o quien se organiza para hacer compost a nivel comunitario, cuyas instrucciones detalladas recoge esta guía práctica. También suele realizarse en centros educativos y es muy frecuente a nivel municipal o supramunicipal.
El primer paso para poder compostar en casa es disponer de un compostador y espacio para alojarlo, preferiblemente en un lugar sin luz solar directa o con sombra. Se recomiendan soluciones comerciales de plástico por su facilidad para limpiarlas y evitar ensuciar las casas, aunque también es posible construirlos con malla o palés si se dispone de un jardín.
La materia orgánica se echa al compostador por la parte superior, teniendo siempre en cuenta que ayuda cubrir con hojas o material más antiguo, y se mezcla bien. Esto ayuda a evitar malos olores y la presencia de animales.
Esta fase dura unas dos semanas aproximadamente, y es normal que la temperatura aumente o ver cómo la compostadora empieza a emanar vapor de agua.
La temperatura de la compostadora se eleva de forma notable (70 ºC) a medida que los microorganismos mesófilos de su interior (los que se desarrollan a temperaturas de entre 20 y 45 ºC) son desplazados por los termófilos (a partir de los 45 ºC).
Es en esta fase en la que se produce la descomposición. La materia libera compuestos como el CO₂ y consume oxígeno, por esa razón es imprescindible que esté aireado durante semanas. El volumen decrece de forma apreciable, lo que permite nuevos aportes de desechos orgánicos.
En esta fase los organismos mesófilos se reactivan a medida que se reduce la temperatura del compuesto. La materia orgánica se ha transformado casi en su totalidad y se empiezan a degradar la celulosa y la lignina, uno de los polímeros que forman las plantas. Se reduce la demanda de oxígeno, pero la ventilación sigue siendo clave.
Es la fase más larga y exige largos periodos de tiempo a temperatura ambiente. En función de la temperatura, entre tres y nueve meses. Este compost se puede ir recogiendo ya como producto final para abonar o para ir cubriendo vertidos nuevos por la parte superior.
El compostaje supone una alternativa viable y necesaria para reducir la huella de carbono frente a sistemas como el depósito en vertedero o la incineración de residuos, que no son particularmente sostenibles.
Los datos son muy elocuentes: tratar un kilo de residuos orgánicos en un vertedero supone la emisión de 46,15 g de dióxido de carbono equivalente (CO2e) e incinerarlo, 34,39 g de CO2e.
El compostaje en casa o en una compostera comunitaria de un huerto urbano solo emite el dióxido de carbono del proceso natural de descomposición, es decir: su huella de carbono es prácticamente nula. ¿Las razones? Que ni siquiera hay que transportar el residuo, que se trata in situ. Tampoco el abono resultante, que se utiliza en el mismo lugar en el que se genera. Y, además, ahorra las emisiones asociadas a la generación de otros fertilizantes.
En España, la práctica del compostaje en casa está cada vez más extendida, así como el compostaje comunitario, con una huella de carbono también muy reducida. En marzo de 2016 la ciudad de Madrid presentó el piloto Madrid Agrocomposta, un proyecto temporal que logró recuperar en pocos meses 17,5 toneladas de residuos orgánicos.
No fue un caso aislado. El mismo año la Comarca de Pamplona inició su actividad de compostaje, y apenas un año después una decena de pueblos de Alicante se sumaron a la iniciativa.
Barrios y distritos de toda España lanzaron por esas fechas sus proyectos piloto. Hortaleza (Madrid), Sagrada Familia (Barcelona) o Deusto (Bilbao) son solo algunos ejemplos. Solo en Cataluña, en 2019, cerca de 400 municipios disponían de 26.000 compostadores activos.
En Europa, países como Austria, Alemania, Italia, Países Bajos, Lituania o la región belga de Flandes son los que generan más compost a partir de residuos orgánicos por habitante.
Todos ellos cuentan, además, con una larga trayectoria en el reciclaje de este tipo de desechos.