Vivimos en una sociedad interconectada en la que los avances tecnológicos han cambiado nuestra forma de interactuar, así como el modo en el que trabajamos y aprendemos. Las videoconferencias, las clases telemáticas o las compras on-line se han convertido en recursos necesarios para mantener una normalidad relativa, especialmente durante los días de confinamiento. Además, han puesto de manifiesto las diferencias que ya existían en el acceso y uso de la tecnología en determinados colectivos, como los estudiantes con pocos recursos o los mayores, y que ahora se han visto acentuadas. Son lecciones que hemos tenido que aprender a marchas forzadas durante la pandemia de la COVID-19, pero que resultan muy valiosas para poder corregirlas de cara al futuro.
En los casos de esos dos colectivos, los efectos negativos de la brecha digital se han hecho especialmente evidentes. “Las desigualdades en la preparación digital son un obstáculo para que una gran parte de la población mundial pueda aprovechar las ventajas que ofrecen las tecnologías para hacer frente a la pandemia de coronavirus al quedarnos en casa”, advierte la directora de Tecnología y Logística de la Conferencia de las Naciones Unidas de Comercio y Desarrollo (UNCTAD), Shamika Sirimanne.
La brecha digital no es una cuestión menor. De hecho, está relacionada con al menos tres de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) fijados por la ONU en su Agenda 2030 para promover la prosperidad de todos y preservar el planeta. Se trata de los objetivos número 1 (Fin de la pobreza), 4 (Educación de calidad) y 10 (Reducción de las desigualdades). Acabar con esa brecha es esencial para que todos los ciudadanos puedan prosperar y ejercer sus derechos, sin importar su origen o las circunstancias de su vida.