La temperatura de la Tierra no ha dejado de aumentar en la última década, llegando a niveles preindustriales y provocando que los años desde el 2015 hayan sido los más calurosos desde que hay registros. Cada vez existen más ciudadanos, instituciones y agentes económicos concienciados con la gravedad del asunto y comprometidos con la lucha para paliar sus efectos.
Las nuevas generaciones, mucho más informadas y comprometidas que sus predecesoras, se preocupan por mitigar los efectos que el calentamiento global tiene en la biodiversidad y la salud de los ecosistemas. Es por ello que, mientras los usuarios reciclan, reutilizan y eligen alternativas más sostenibles, las empresas intentan conectar con ellos compartiendo estos valores y llegando, en ocasiones, a transformar todo su sistema productivo para lograr una mayor eficiencia y sostenibilidad.
No obstante, lo que muchos aún no se han parado a pensar es en el impacto que el cambio climático tiene en la economía. Más allá de la preservación de los ecosistemas y de mantener un planeta habitable para todas las especies que viven en la Tierra, la batalla contra el calentamiento global debe contemplar una vertiente financiera que, en una economía globalizada como la que tenemos, nos afectará a todos.
En 2006, el gobierno británico fue el primero en encargar a un economista un informe sobre el clima. Nicholas Stern, el encargado de elaborar dicho informe, concluyó que se necesitaría destinar un 2 % del PIB mundial a mitigar los efectos del cambio climático y consideró los gases de efecto invernadero como «el mayor fallo de mercado que el mundo haya visto». Sin embargo, habría que esperar aún más de una década para que se integrase el cambio climático en el análisis macroeconómico a largo plazo, hito por el que William D. Nordhaus obtuvo el Premio Nobel de Economía.
El impacto financiero del cambio climático ya está suscitando el interés de economistas e inversores, que ven la necesidad de reducir las emisiones para preservar la estabilidad económica y asumen este reto como uno de los mayores desafíos de la actualidad. Entre las consecuencias más graves para la población mundial, podemos destacar:
– Descenso de la productividad de las cosechas
– Subida de precio de los alimentos básicos
– Los fenómenos meteorológicos extremos castigan con dureza a las regiones ya de por sí más vulnerables
– Aumento de la presión migratoria, obligando a poblaciones enteras a desplazarse a asentamientos más seguros
– Incremento de las enfermedades y plagas
– Falta de agua
– Conflictos intra e internacionales derivados de la escasez de recursos
– Subida del nivel de mares y océanos
En un mundo globalizado como en el que vivimos, las economías de los países no son independientes. Los entornos se ven afectados, no solo por las consecuencias que el cambio climático tiene directamente en sus territorios, sino también por las que sufren el resto de países que se integran en el mercado global.
Por otra parte, el cambio climático produce efectos económicos en cascada, afectando a la capacidad de trabajo y la productividad, perturbando las infraestructuras de energía, transporte y agua, aumentando la demanda energética y elevando el riesgo de incendios. A estos efectos habría que sumar la dificultad que vaticinan los inversores para que ciertos sectores productivos —como el turismo o la construcción— puedan seguir operando con normalidad.
Más allá de conectar con sus públicos y compartir una serie de valores que favorezcan el posicionamiento de sus marcas en la mente del consumidor, las empresas se han dado cuenta de que su propia actividad corre peligro si no se involucran con la causa. La responsabilidad social corporativa resulta una pieza clave, por tanto, para lograr los objetivos de sostenibilidad fijados en el Pacto Verde Europeo.
Una transformación industrial o un rediseño del sistema productivo que consiga instaurar un modelo más sostenible y respetuoso con el medio ambiente puede ser visto como una enorme inversión inicial, inasumible para algunas empresas. No obstante, también abre la puerta a nuevas oportunidades que pueden generar importantes ganancias y animar a los inversores a construir un mundo más sostenible y económicamente estable.
– La economía circular: modelo de producción y consumo basado en técnicas sostenibles que alarga la vida de los productos, elimina residuos, ahorra costes y materias primas y puede mejorar la actividad económica mundial.
– Energías renovables: estos sistemas de energía limpia —como la geotérmica, la eólica, la hidráulica, el hidrógeno o la energía solar— son mucho más ventajosos para el medio ambiente, ayudan al autoconsumo a través de recursos gratuitos y ofrecen una mayor independencia energética para los países que no gozan de otros recursos, como los combustibles fósiles.
– Gestión del agua: el uso de la tecnología aplicada a sistemas hidráulicos hará que la gestión del agua sea más eficiente y eficaz, suponiendo un importante foco de innovación y abasteciendo regiones con dificultades de acceso a este recurso.
– I+D+I: replantear el modelo productivo requiere de profesionales especializados y, sobre todo, de investigación. La búsqueda de nuevos materiales, el diseño de sistemas más eficientes y la ideación de soluciones innovadoras para resolver los problemas actuales de una manera más respetuosa y sostenible abre un mundo de posibilidades laborales e incita a la creación de titulaciones y especialidades que aún no existen.