¿Qué pasa cuando un producto que llevas años comprando baja en cantidad o calidad, pero mantiene su precio? ¿Y cuándo se te presenta un producto con cualidades mejoradas, que quizá no necesitas pero que te ves obligado a pagar, y el precio es elevado? Estos dos supuestos ocurren en la economía real y reciben los nombres de reduflación e inflación hedónica.
El término hedónico proviene del griego y hace referencia al concepto de placer. Por lo tanto, detrás de la inflación hedónica se encuentra el determinar cuánto placer extra nos puede generar una mejora en un producto o servicio a un mayor precio.
Veamos un ejemplo.
Tenemos un teléfono móvil que nos da un servicio perfecto, pero se avería y optamos por comprar uno nuevo similar. Sin embargo, ese modelo ya no se comercializa porque se han introducido nuevas gamas en el mercado con muchas más prestaciones.
¿Cuál es el problema? Que dado el uso que le damos a nuestro terminal, no vamos a sacar partido a esas mejoras. Y, aun así, tenemos que pagar por ellas porque necesitamos el producto.
Para ver el impacto real de este fenómeno en la cesta de la compra, se suelen emplear métodos de regresión hedónica. Para poder llevarlos a cabo es necesario un conocimiento muy especializado del producto, por lo que se suele aplicar a un número reducido de bienes. En España, por ejemplo, el Instituto Nacional de Estadística (INE) aplica modelos de regresión hedónica para hacer ajustes en lavadoras y televisores.