Seguro que has oído alguna vez la expresión «zona franca». Seguro también que la asocias a grandes puertos y a una potente actividad industrial.
Efectivamente, estas áreas se encuentran habitualmente en lugares donde se produce entrada y salida de mercancías, tanto desde otros países de la Unión Europea como extracomunitarios.
Tienen ciertas peculiaridades que las hacen especialmente atractivas para muchas empresas, especialmente aquellas que importan y/o exportan bienes.
En este artículo, te contamos:
Comprender el concepto de zona franca es muy sencillo. Solo hay que echar un vistazo al Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española (RAE), que la define como una «zona delimitada por las autoridades en la que no se liquidan derechos arancelarios a las mercancías depositadas en ella o a determinadas actividades industriales».
En el caso de la Unión Europea, aunque estas zonas forman parte de su territorio aduanero, se encuentran separadas del resto. Si te acercas a una de ellas, lo verás claramente: tanto su perímetro como sus puntos de entrada y salida tienen vigilancia aduanera.
Esto es así porque las mercancías que se introducen en una zona franca se consideran como si estuvieran fuera del territorio aduanero a ciertos efectos y su introducción en el resto del territorio del país exige cierto control.
Actualmente, España cuenta con siete zonas francas ubicadas en Santander, Barcelona, Vigo, Cádiz, Tenerife, Las Palmas de Gran Canaria y Sevilla.
Tal y como explica la Asociación Española de Zonas y Depósitos Francos, en las zonas francas se puede introducir toda clase de mercancías, independientemente de su cantidad, naturaleza, origen, procedencia o destino.
Eso sí, no todo vale: esas mercancías deben cumplir con ciertas prohibiciones o restricciones que se establecen por diversas razones de orden público, moralidad, seguridad pública, protección de la salud, etc.
En una zona franca, las mercancías pueden permanecer por tiempo ilimitado y hasta que el operador económico decida darles otro destino, que incluye su paso por el régimen aduanero, su reexportación o incluso su abandono.
Durante su estancia en la zona franca, las mercancías no están sometidas a derechos de importación, gravámenes interiores ni otras medidas de política comercial. Y esto, lógicamente, agiliza mucho las cosas tanto para las empresas que se dedican a la importación y/o la exportación como para aquellas que manipulan mercancías para su transformación en otros productos.
Básicamente, las ventajas de una zona franca se pueden resumir en dos: ventajas fiscales y agilidad burocrática para las empresas.
Hablamos de espacios en los que se considera que las mercancías no han entrado ni salido de territorio aduanero comunitario, por lo que no estarían sometidas a los aranceles aduaneros, a los impuestos ordinarios ni a cualquier tipo de normativa que regule la importación o exportación de determinados productos.
Mientras esas mercancías se almacenan en la zona franca a la espera de su destino definitivo no deberán satisfacer esos impuestos, lo que supone una clara ventaja al poder diferir su pago y mejorar así la planificación fiscal de las empresas.
A esto hay que sumar una importante simplificación del papeleo, al eliminar trámites aduaneros. La concentración de empresas en estas zonas también ayuda a potenciar su visibilidad, así como a acceder a servicios y ventajas especiales para ellas.
De manera más específica, las ventajas para las compañías que operan en estas zonas francas son las siguientes:
- Para el exportador: las mercancías comunitarias que se introducen en una zona franca, incluidas las nacionales, se podrán beneficiar de ciertas medidas como el pago de las restituciones y la exención del IVA. La percepción de estas cantidades se realizará desde el mismo momento en que las mercancías entren en la zona franca.
- Para el importador: a las mercancías situadas en zona franca no les son aplicables a su entrada, ni mientras permanezcan en ella, los derechos arancelarios, las exacciones reguladoras agrícolas, los impuestos especiales sobre bebidas alcohólicas, hidrocarburos y labores de tabaco ni el impuesto sobre el valor añadido (IVA).
En cuanto a las actividades habituales en una zona franca, podemos decir que su principal función consiste en el almacenamiento de mercancías a la espera de un destino definitivo, así que concentran una importante actividad logística.
Sin embargo, las empresas también suelen establecer en estos espacios instalaciones de transformación de esas mercancías, por eso no es extraño encontrar en estas áreas fábricas de automóviles, astilleros, conserveras, etc.
Las opciones posibles dentro de una zona franca son el despacho a libre práctica, el tráfico de perfeccionamiento activo, la transformación bajo control aduanero, la importación temporal y la exportación. En realidad, se puede llevar a cabo en ellas cualquier actividad industrial autorizada, comercial o de prestación de servicios.
Las zonas francas, además, ofrecen exenciones fiscales y otros beneficios vinculados a montar una empresa en un territorio extenso, casi siempre cerca de puertos principales, y que conforma un hervidero de compañías que concentran atención y visibilidad.
En las zonas francas son también frecuentes los programas de dinamización e innovación empresarial, así como servicios interesantes pensados en las empresas que operan dentro de ellas.