> robots – El Blog de CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank El Blog de CaixaBank Fri, 21 Apr 2023 13:58:40 +0000 es-ES hourly 1 Cobots: saluda a tus nuevos compañeros de trabajo https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/cobots-saluda-a-tus-nuevos-companeros-de-trabajo/ https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/cobots-saluda-a-tus-nuevos-companeros-de-trabajo/#respond Mon, 07 Dec 2020 17:48:04 +0000 CaixaBank CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/?p=39554

Con los robots mantenemos una relación a medio camino entre el entusiasmo y la desconfianza. Se trata de artilugios cuyo principal propósito consiste en hacernos la vida más fácil. Sin embargo, no podemos evitar observarlos con recelo. La culpa es de películas como Terminator o Blade Runner, pero no solo eso. Cada vez más personas temen que estos ingenios acaben por dejarlas sin trabajo. Es aquí donde entran en juego los cobots o robots colaborativos, diseñados para trabajar mano a mano con los humanos y facilitarles la labor.

Los cobots son una de las tecnologías más revolucionarias en la llamada industria 4.0. Se trata de robots que colaboran e incluso interactúan con sus compañeros humanos, librándoles de las tareas más pesadas, repetitivas, peligrosas o que requieren de mayor precisión para su ejecución. Todo ello, con total seguridad para sus colegas de carne y hueso.

Cobots vs robots industriales

La gran diferencia entre los clásicos robots industriales —esos artilugios estáticos que se observan en muchas cadenas de producción— y los cobots es que estos últimos han sumado conectividad a sus capacidades. Los robots tradicionales son, simplemente, dispositivos automatizados, mientras que los avances en conectividad, sensorización y procesamiento han convertido a los cobots en artilugios colaborativos.

Precisamente, el uso de sensores es lo que permite a los cobots detectar a sus compañeros humanos y trabajar con ellos en un espacio compartido, otra de las características que los diferencian de sus antecesores automatizados. También son más versátiles: mientras un brazo robótico fijo en una cadena de producción solo puede desempeñar una tarea, como puede ser atornillar un objeto, los cobots se pueden utilizar para realizar diferentes funciones. Por ejemplo, ayudar a preparar pedidos en un almacén y también a reponer material cuando las existencias bajan de cierto punto.

Ayudar a un compañero humano

Para desempeñar esas tareas de cooperación, los cobots cuentan con sensores, tecnologías inteligentes, así como sistemas conectados al Internet de las cosas (IoT) y/o sistemas específicos, como puede ser un programa de gestión de almacén. Esto se debe al hecho que los cobots deben ser capaces de colaborar con un humano de manera segura; por eso necesitan ese tipo de sensores y tecnologías smart, que les permiten detectar y reaccionar ante la presencia de un operario.

Aunque todas estas tecnologías puedan parecer un desafío, lo cierto es que los cobots también se caracterizan por su facilidad de uso. Su tamaño y peso suele ser mucho más reducido que el de los robots industriales automatizados, algo que permite trasladarlos fácilmente de ubicación según convenga al trabajador. También son fáciles de programar y operar, ya que su misión no consiste en sustituir el trabajo humano, sino en reforzarlo.

La primera patente relacionada con cobots se registró en Estados Unidos en 1996. Desde entonces, este mercado no ha dejado de crecer. De hecho, un informe publicado en 2019 predice un aumento del 55,7% hasta 2024. La creciente inversión en automatización de las distintas industrias, junto a la eclosión del comercio electrónico (que cada vez requerirá una mayor capacidad logística en fábricas y almacenes), son dos de las razones que apuntan a que cada vez será más habitual ver a los cobots trabajando codo con codo con humanos.

Qué pueden hacer los cobots

Las labores que puede desempeñar un cobot son tan variadas como el propio mercado demande. En la actualidad, existen algunas aplicaciones que ya son comunes en distintas industrias y que ayudan en su tarea diaria a miles de trabajadores en todo el mundo:

– Soldadura: este tipo de trabajos en una fábrica a través de robots suelen requerir una mezcla de experiencia en programación de robots y técnicas de soldadura. La ventaja de utilizar cobots es que su programación resulta mucho más sencilla, lo que facilita enormemente operar con ellos a cualquier trabajador con conocimientos en este tipo de técnicas. De esta manera, el operario indica al cobot qué tareas deberá realizar y cómo ejecutarlas, de tal modo que la máquina se encarga de llevarlas a cabo de manera precisa y segura.

– Tareas de acabado: pulir, desbarbar o desmenuzar piezas de metal son algunas tareas de acabado que suelen requerir una gran cantidad de fuerza para su ejecución con herramientas manuales. Además, las vibraciones de las máquinas pueden causar lesiones a los operarios. Sin embargo, los cobots pueden aportar la fuerza, repetición y precisión requeridas para este tipo de trabajos. Los propios trabajadores pueden indicar a la máquina cómo realizarlas de manera manual o a través de métodos de programación, en función del tipo o tamaño de pieza de que se trate.

– Control de calidad: las inspecciones para comprobar la calidad de los productos son habituales en las cadenas de producción de todo el mundo. El empleo de cobots en dichas cadenas actúa como un multiplicador de los sentidos del propio inspector: el uso de cámaras de alta resolución permite comprobar hasta el último detalle en piezas de precisión producidas a la medida de las especificaciones de un cliente. También permite comparar con exactitud la pieza que se está inspeccionando con un modelo generado por ordenador.

– Logística: existen ya almacenes en los que los operarios preparan los pedidos y se los entregan a sus compañeros cobots, que eligen la ruta óptima para recorrer el almacén y entregarlos en el área adecuada. En este caso, la máquina evita paseos innecesarios a sus compañeros humanos, al cubrir distintos trayectos por diferentes departamentos. Son los operarios los que entregan al cobot los objetos que debe transportar e indican a dónde debe llevarlos. ¿Y qué ocurre si estos artilugios se encuentran con una persona en su camino? Que se apartan respetuosamente para dejar paso.

El uso de cobots en la industria 4.0 es un factor que puede ayudar a personas de todo el mundo a elevar la cualificación de sus puestos de trabajo. La clave está en dejar atrás las tareas repetitivas y peligrosas para que se ocupen de ellas sus compañeros robóticos. Para ello, es imprescindible apostar por un enfoque laboral en el que la inteligencia artificial garantice que las decisiones finales en el trabajo sean tomadas por seres humanos. Un enfoque en el cual los cobots tienen mucho que aportar.

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Con los robots mantenemos una relación a medio camino entre el entusiasmo y la desconfianza. Se trata de artilugios cuyo principal propósito consiste en hacernos la vida más fácil. Sin embargo, no podemos evitar observarlos con recelo. La culpa es de películas como Terminator o Blade Runner, pero no solo eso. Cada vez más personas temen que estos ingenios acaben por dejarlas sin trabajo. Es aquí donde entran en juego los cobots o robots colaborativos, diseñados para trabajar mano a mano con los humanos y facilitarles la labor.

Los cobots son una de las tecnologías más revolucionarias en la llamada industria 4.0. Se trata de robots que colaboran e incluso interactúan con sus compañeros humanos, librándoles de las tareas más pesadas, repetitivas, peligrosas o que requieren de mayor precisión para su ejecución. Todo ello, con total seguridad para sus colegas de carne y hueso.

Cobots vs robots industriales

La gran diferencia entre los clásicos robots industriales —esos artilugios estáticos que se observan en muchas cadenas de producción— y los cobots es que estos últimos han sumado conectividad a sus capacidades. Los robots tradicionales son, simplemente, dispositivos automatizados, mientras que los avances en conectividad, sensorización y procesamiento han convertido a los cobots en artilugios colaborativos.

Precisamente, el uso de sensores es lo que permite a los cobots detectar a sus compañeros humanos y trabajar con ellos en un espacio compartido, otra de las características que los diferencian de sus antecesores automatizados. También son más versátiles: mientras un brazo robótico fijo en una cadena de producción solo puede desempeñar una tarea, como puede ser atornillar un objeto, los cobots se pueden utilizar para realizar diferentes funciones. Por ejemplo, ayudar a preparar pedidos en un almacén y también a reponer material cuando las existencias bajan de cierto punto.

Ayudar a un compañero humano

Para desempeñar esas tareas de cooperación, los cobots cuentan con sensores, tecnologías inteligentes, así como sistemas conectados al Internet de las cosas (IoT) y/o sistemas específicos, como puede ser un programa de gestión de almacén. Esto se debe al hecho que los cobots deben ser capaces de colaborar con un humano de manera segura; por eso necesitan ese tipo de sensores y tecnologías smart, que les permiten detectar y reaccionar ante la presencia de un operario.

Aunque todas estas tecnologías puedan parecer un desafío, lo cierto es que los cobots también se caracterizan por su facilidad de uso. Su tamaño y peso suele ser mucho más reducido que el de los robots industriales automatizados, algo que permite trasladarlos fácilmente de ubicación según convenga al trabajador. También son fáciles de programar y operar, ya que su misión no consiste en sustituir el trabajo humano, sino en reforzarlo.

La primera patente relacionada con cobots se registró en Estados Unidos en 1996. Desde entonces, este mercado no ha dejado de crecer. De hecho, un informe publicado en 2019 predice un aumento del 55,7% hasta 2024. La creciente inversión en automatización de las distintas industrias, junto a la eclosión del comercio electrónico (que cada vez requerirá una mayor capacidad logística en fábricas y almacenes), son dos de las razones que apuntan a que cada vez será más habitual ver a los cobots trabajando codo con codo con humanos.

Qué pueden hacer los cobots

Las labores que puede desempeñar un cobot son tan variadas como el propio mercado demande. En la actualidad, existen algunas aplicaciones que ya son comunes en distintas industrias y que ayudan en su tarea diaria a miles de trabajadores en todo el mundo:

– Soldadura: este tipo de trabajos en una fábrica a través de robots suelen requerir una mezcla de experiencia en programación de robots y técnicas de soldadura. La ventaja de utilizar cobots es que su programación resulta mucho más sencilla, lo que facilita enormemente operar con ellos a cualquier trabajador con conocimientos en este tipo de técnicas. De esta manera, el operario indica al cobot qué tareas deberá realizar y cómo ejecutarlas, de tal modo que la máquina se encarga de llevarlas a cabo de manera precisa y segura.

– Tareas de acabado: pulir, desbarbar o desmenuzar piezas de metal son algunas tareas de acabado que suelen requerir una gran cantidad de fuerza para su ejecución con herramientas manuales. Además, las vibraciones de las máquinas pueden causar lesiones a los operarios. Sin embargo, los cobots pueden aportar la fuerza, repetición y precisión requeridas para este tipo de trabajos. Los propios trabajadores pueden indicar a la máquina cómo realizarlas de manera manual o a través de métodos de programación, en función del tipo o tamaño de pieza de que se trate.

– Control de calidad: las inspecciones para comprobar la calidad de los productos son habituales en las cadenas de producción de todo el mundo. El empleo de cobots en dichas cadenas actúa como un multiplicador de los sentidos del propio inspector: el uso de cámaras de alta resolución permite comprobar hasta el último detalle en piezas de precisión producidas a la medida de las especificaciones de un cliente. También permite comparar con exactitud la pieza que se está inspeccionando con un modelo generado por ordenador.

– Logística: existen ya almacenes en los que los operarios preparan los pedidos y se los entregan a sus compañeros cobots, que eligen la ruta óptima para recorrer el almacén y entregarlos en el área adecuada. En este caso, la máquina evita paseos innecesarios a sus compañeros humanos, al cubrir distintos trayectos por diferentes departamentos. Son los operarios los que entregan al cobot los objetos que debe transportar e indican a dónde debe llevarlos. ¿Y qué ocurre si estos artilugios se encuentran con una persona en su camino? Que se apartan respetuosamente para dejar paso.

El uso de cobots en la industria 4.0 es un factor que puede ayudar a personas de todo el mundo a elevar la cualificación de sus puestos de trabajo. La clave está en dejar atrás las tareas repetitivas y peligrosas para que se ocupen de ellas sus compañeros robóticos. Para ello, es imprescindible apostar por un enfoque laboral en el que la inteligencia artificial garantice que las decisiones finales en el trabajo sean tomadas por seres humanos. Un enfoque en el cual los cobots tienen mucho que aportar.

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Ética: el gran reto de la inteligencia artificial https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/etica-el-gran-reto-de-la-inteligencia-artificial/ https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/etica-el-gran-reto-de-la-inteligencia-artificial/#respond Fri, 04 Oct 2019 09:04:37 +0000 CaixaBank CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/?p=34650

Existen pocas cosas que hagan volar más nuestra imaginación que los robots. Cuando pensamos en ellos, soñamos con un futuro en el que las máquinas harán todo el trabajo y los humanos podremos dedicarnos a vivir la vida. Sin embargo, los robots no son cosa del futuro. Ya están aquí, entre nosotros. Los coches ya conducen solos e incluso tenemos asistentes virtuales que responden a casi todas nuestras preguntas. La inteligencia artificial (IA) está en plena ebullición y hay una cuestión que cada vez preocupa más a expertos de todo el mundo: su ética.

Pensemos por un momento en un coche autónomo. Sus algoritmos han sido diseñados para salvaguardar las vidas humanas. Sin embargo, en una situación en la que estén en riesgo varias vidas y no pueda salvarlas a todas, ¿cuál elegirá? ¿Y en qué se basará para tomar esa decisión?

Prestemos ahora atención a los asistentes virtuales, cada vez más habituales en nuestros hogares. Más allá de grabar y procesar conversaciones privadas que pueden contener material sensible, son capaces incluso de detectar nuestro estado de ánimo o de salud simplemente con oírnos hablar. ¿Qué consecuencias podría tener para los sistemas democráticos que una serie de empresas acumule semejante cantidad de información?

Estas y otras cuestiones son las que se plantean en la era de la inteligencia artificial. Por ese motivo, la Cátedra CaixaBank RSC del IESE ha editado un cuaderno sobre Ética e inteligencia artificial. Un campo que, como tantos otros, parece ir por detrás del vertiginoso desarrollo tecnológico.

Qué es la inteligencia artificial

Antes de tratar temas tan abstractos como el de la ética, conviene saber a qué nos referimos cuando hablamos de inteligencia artificial. El término, que ha ido evolucionando con los años, surgió en el verano de 1956 como campo de investigación. Entonces, John McCarthy, formado en las universidades de Princeton y de Stanford, decidió reunir en la Universidad de Dartmouth a los principales investigadores estadounidenses de los campos de la informática y de la psicología cognitiva. El objetivo era trabajar durante los meses de verano en lo que McCarthy acuñó como artificial intelligence.

La premisa fundamental de este seminario era la creencia de que «cualquier aspecto del aprendizaje y cualquier otro rasgo de la inteligencia puede, en principio, ser descrito de forma tan precisa que puede lograrse que una máquina que lo simule» (McCarthy et al., 1955). Es decir, se trataba de crear máquinas capaces de replicar la capacidad humana de emplear el lenguaje, de aprender y razonar creativamente.

Este fue el origen de décadas de optimismo en torno a lo que podría llegar a conseguir la inteligencia artificial. De hecho, alguno de los asistentes a la conferencia de Dartmouth, que se celebraba periódicamente, llegó a afirmar en 1965 que «en veinte años las máquinas serán capaces de llevar a cabo cualquier tipo de trabajo que un hombre pueda hacer», con un evidente exceso de entusiasmo.

Aunque el vaticinio no se cumplió, en los años 80, el desarrollo de la inteligencia artificial trajo consigo la aparición de sistemas capaces de ahorrar una gran cantidad de dinero a las empresas. A partir de los años 90 y principios del siglo xxi, sus aplicaciones se ampliaron a otros campos como la medicina y la logística. Su trayectoria era prometedora.

Bajo una visión más realista de su evolución, y en vista de lo difícil que resulta definir un término tan amplio como el de «inteligencia», en los últimos años se tiende a definir la IA como un complemento de la inteligencia humana. Esto quiere decir que, más que sustituirnos, los sistemas de IA deben enfocarse en complementar nuestras deficiencias y centrarse en aquello que una máquina pueda hacer mejor que una persona.

Cómo responder a los retos éticos

El desarrollo de sistemas de inteligencia artificial plantea una serie de retos, tales como el dilema del coche autónomo o la gestión de la privacidad de los asistentes virtuales mencionados al principio. Incluso los prejuicios pueden llegar a ser un desafío para las máquinas: existen estudios que muestran cómo la asignación de una hipoteca mediante programas informáticos inteligentes puede variar su precio según la raza o el color de piel del cliente.

La mayor parte de estos problemas procede del propio diseño de la tecnología y el conjunto de datos analizados por los algoritmos. Por eso, el uso y la implementación de la inteligencia artificial debe hacerse bajo ciertas consideraciones éticas.

La cuestión es cómo introducir los principios éticos necesarios dentro de una máquina para que sea capaz de responder a estos retos. Lo primero que hay que tener claro es cuándo hacerlo. En este caso, el cuaderno de la Cátedra CaixaBank RSC apunta dos momentos cruciales: las fases de diseño y de desarrollo del sistema.

Durante el proceso de diseño, hay que concretar de la forma más exhaustiva posible cuáles son los posibles usos y riesgos que una nueva aplicación provista de inteligencia artificial puede desarrollar.

Como se trata de sistemas muy complejos, se corre el riesgo de perder el hilo al tratar de determinar por qué han tomado una u otra decisión. Se pueden volver impredecibles. Por eso hay que delimitar esa impredecibilidad: determinar qué tareas realizan, qué información procesan y qué tipo de resultados cabe esperar de ellas. Igual que una empresa no contrataría a un directivo incapaz de explicar por qué ha tomado una decisión, tampoco debería incorporar sistemas autónomos que actúen de manera incomprensible.

En la fase de desarrollo, se trata de aportar medios concretos que permitan a los ingenieros, programadores, directivos y reguladores incorporar principios y normas al funcionamiento de las nuevas aplicaciones. Esto puede hacerse de diferentes formas. Por ejemplo, poner a la máquina a observar a humanos para replicar sus patrones éticos, introducir una serie de principios éticos universales en el sistema o bien hacer que, en ciertas situaciones, prevalezcan los principios de carácter universal, mientras que en otras lo hagan otros criterios según las circunstancias específicas.

Siete directrices para desarrollar una IA fiable

Como parece difícil que la programación y el diseño informáticos puedan incorporar exactamente todos los principios y normas necesarios para que un sistema inteligente opere siempre de manera adecuada y segura, hacen falta normas que ayuden a establecer un entorno de actuación claro y definido.

Así, la Comisión Europea ya ha emitido un documento elaborado por un grupo independiente de expertos sobre inteligencia artificial. Presenta siete requisitos indispensables para alcanzar una inteligencia artificial fiable:

1. Intervención y supervisión humana: la IA debe siempre fomentar la autonomía humana y los derechos fundamentales de las personas.

2. Robustez y seguridad: la fiabilidad de la inteligencia artificial exige que los algoritmos sean suficientemente seguros, fiables y sólidos para resolver errores o incoherencias durante todas las fases del ciclo de vida útil de los sistemas de IA.

3. Privacidad y gestión de datos: los ciudadanos deben tener pleno control sobre sus propios datos, al tiempo que los datos que les conciernen no deben utilizarse para perjudicarles o discriminarles.

4. Transparencia: debe garantizarse la trazabilidad de los sistemas de inteligencia artificial.

5. Diversidad, no discriminación y equidad: los sistemas de inteligencia artificial deben tener en cuenta el conjunto de capacidades, competencias y necesidades humanas, y garantizar la accesibilidad.

6. Bienestar social y medioambiental: los sistemas de inteligencia artificial deben utilizarse para mejorar el cambio social positivo y aumentar la sostenibilidad y la responsabilidad ecológicas.

7. Rendición de cuentas: deben implantarse mecanismos que garanticen la responsabilidad y la rendición de cuentas de los sistemas de inteligencia artificial y de sus resultados.

Se trata de pilares fundamentales que pueden ser capaces de hacer que la inteligencia artificial se convierta en el gran apoyo para la humanidad que todos esperamos que sea.

 

 

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Existen pocas cosas que hagan volar más nuestra imaginación que los robots. Cuando pensamos en ellos, soñamos con un futuro en el que las máquinas harán todo el trabajo y los humanos podremos dedicarnos a vivir la vida. Sin embargo, los robots no son cosa del futuro. Ya están aquí, entre nosotros. Los coches ya conducen solos e incluso tenemos asistentes virtuales que responden a casi todas nuestras preguntas. La inteligencia artificial (IA) está en plena ebullición y hay una cuestión que cada vez preocupa más a expertos de todo el mundo: su ética.

Pensemos por un momento en un coche autónomo. Sus algoritmos han sido diseñados para salvaguardar las vidas humanas. Sin embargo, en una situación en la que estén en riesgo varias vidas y no pueda salvarlas a todas, ¿cuál elegirá? ¿Y en qué se basará para tomar esa decisión?

Prestemos ahora atención a los asistentes virtuales, cada vez más habituales en nuestros hogares. Más allá de grabar y procesar conversaciones privadas que pueden contener material sensible, son capaces incluso de detectar nuestro estado de ánimo o de salud simplemente con oírnos hablar. ¿Qué consecuencias podría tener para los sistemas democráticos que una serie de empresas acumule semejante cantidad de información?

Estas y otras cuestiones son las que se plantean en la era de la inteligencia artificial. Por ese motivo, la Cátedra CaixaBank RSC del IESE ha editado un cuaderno sobre Ética e inteligencia artificial. Un campo que, como tantos otros, parece ir por detrás del vertiginoso desarrollo tecnológico.

Qué es la inteligencia artificial

Antes de tratar temas tan abstractos como el de la ética, conviene saber a qué nos referimos cuando hablamos de inteligencia artificial. El término, que ha ido evolucionando con los años, surgió en el verano de 1956 como campo de investigación. Entonces, John McCarthy, formado en las universidades de Princeton y de Stanford, decidió reunir en la Universidad de Dartmouth a los principales investigadores estadounidenses de los campos de la informática y de la psicología cognitiva. El objetivo era trabajar durante los meses de verano en lo que McCarthy acuñó como artificial intelligence.

La premisa fundamental de este seminario era la creencia de que «cualquier aspecto del aprendizaje y cualquier otro rasgo de la inteligencia puede, en principio, ser descrito de forma tan precisa que puede lograrse que una máquina que lo simule» (McCarthy et al., 1955). Es decir, se trataba de crear máquinas capaces de replicar la capacidad humana de emplear el lenguaje, de aprender y razonar creativamente.

Este fue el origen de décadas de optimismo en torno a lo que podría llegar a conseguir la inteligencia artificial. De hecho, alguno de los asistentes a la conferencia de Dartmouth, que se celebraba periódicamente, llegó a afirmar en 1965 que «en veinte años las máquinas serán capaces de llevar a cabo cualquier tipo de trabajo que un hombre pueda hacer», con un evidente exceso de entusiasmo.

Aunque el vaticinio no se cumplió, en los años 80, el desarrollo de la inteligencia artificial trajo consigo la aparición de sistemas capaces de ahorrar una gran cantidad de dinero a las empresas. A partir de los años 90 y principios del siglo xxi, sus aplicaciones se ampliaron a otros campos como la medicina y la logística. Su trayectoria era prometedora.

Bajo una visión más realista de su evolución, y en vista de lo difícil que resulta definir un término tan amplio como el de «inteligencia», en los últimos años se tiende a definir la IA como un complemento de la inteligencia humana. Esto quiere decir que, más que sustituirnos, los sistemas de IA deben enfocarse en complementar nuestras deficiencias y centrarse en aquello que una máquina pueda hacer mejor que una persona.

Cómo responder a los retos éticos

El desarrollo de sistemas de inteligencia artificial plantea una serie de retos, tales como el dilema del coche autónomo o la gestión de la privacidad de los asistentes virtuales mencionados al principio. Incluso los prejuicios pueden llegar a ser un desafío para las máquinas: existen estudios que muestran cómo la asignación de una hipoteca mediante programas informáticos inteligentes puede variar su precio según la raza o el color de piel del cliente.

La mayor parte de estos problemas procede del propio diseño de la tecnología y el conjunto de datos analizados por los algoritmos. Por eso, el uso y la implementación de la inteligencia artificial debe hacerse bajo ciertas consideraciones éticas.

La cuestión es cómo introducir los principios éticos necesarios dentro de una máquina para que sea capaz de responder a estos retos. Lo primero que hay que tener claro es cuándo hacerlo. En este caso, el cuaderno de la Cátedra CaixaBank RSC apunta dos momentos cruciales: las fases de diseño y de desarrollo del sistema.

Durante el proceso de diseño, hay que concretar de la forma más exhaustiva posible cuáles son los posibles usos y riesgos que una nueva aplicación provista de inteligencia artificial puede desarrollar.

Como se trata de sistemas muy complejos, se corre el riesgo de perder el hilo al tratar de determinar por qué han tomado una u otra decisión. Se pueden volver impredecibles. Por eso hay que delimitar esa impredecibilidad: determinar qué tareas realizan, qué información procesan y qué tipo de resultados cabe esperar de ellas. Igual que una empresa no contrataría a un directivo incapaz de explicar por qué ha tomado una decisión, tampoco debería incorporar sistemas autónomos que actúen de manera incomprensible.

En la fase de desarrollo, se trata de aportar medios concretos que permitan a los ingenieros, programadores, directivos y reguladores incorporar principios y normas al funcionamiento de las nuevas aplicaciones. Esto puede hacerse de diferentes formas. Por ejemplo, poner a la máquina a observar a humanos para replicar sus patrones éticos, introducir una serie de principios éticos universales en el sistema o bien hacer que, en ciertas situaciones, prevalezcan los principios de carácter universal, mientras que en otras lo hagan otros criterios según las circunstancias específicas.

Siete directrices para desarrollar una IA fiable

Como parece difícil que la programación y el diseño informáticos puedan incorporar exactamente todos los principios y normas necesarios para que un sistema inteligente opere siempre de manera adecuada y segura, hacen falta normas que ayuden a establecer un entorno de actuación claro y definido.

Así, la Comisión Europea ya ha emitido un documento elaborado por un grupo independiente de expertos sobre inteligencia artificial. Presenta siete requisitos indispensables para alcanzar una inteligencia artificial fiable:

1. Intervención y supervisión humana: la IA debe siempre fomentar la autonomía humana y los derechos fundamentales de las personas.

2. Robustez y seguridad: la fiabilidad de la inteligencia artificial exige que los algoritmos sean suficientemente seguros, fiables y sólidos para resolver errores o incoherencias durante todas las fases del ciclo de vida útil de los sistemas de IA.

3. Privacidad y gestión de datos: los ciudadanos deben tener pleno control sobre sus propios datos, al tiempo que los datos que les conciernen no deben utilizarse para perjudicarles o discriminarles.

4. Transparencia: debe garantizarse la trazabilidad de los sistemas de inteligencia artificial.

5. Diversidad, no discriminación y equidad: los sistemas de inteligencia artificial deben tener en cuenta el conjunto de capacidades, competencias y necesidades humanas, y garantizar la accesibilidad.

6. Bienestar social y medioambiental: los sistemas de inteligencia artificial deben utilizarse para mejorar el cambio social positivo y aumentar la sostenibilidad y la responsabilidad ecológicas.

7. Rendición de cuentas: deben implantarse mecanismos que garanticen la responsabilidad y la rendición de cuentas de los sistemas de inteligencia artificial y de sus resultados.

Se trata de pilares fundamentales que pueden ser capaces de hacer que la inteligencia artificial se convierta en el gran apoyo para la humanidad que todos esperamos que sea.

 

 

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Neil Harbisson: “No uso tecnología, soy tecnología y me siento cíborg” https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/neil-harbisson-no-uso-tecnologia-soy-tecnologia-y-siento-ciborg/ https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/neil-harbisson-no-uso-tecnologia-soy-tecnologia-y-siento-ciborg/#respond Mon, 21 Jan 2019 15:33:59 +0000 CaixaBank CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/?p=28641

Este joven británico está considerado el primer cíborg del mundo, ya que cuenta con un órgano nuevo y completamente artificial: una antena, con la que explora los límites sensoriales del ser humano y que le permite escuchar los colores.

Neil Harbisson (Londres, 1984) no ve el arte, lo escucha. Este inglés criado en Mataró (Barcelona) asegura que Picasso y Warhol tienen sonidos muy altos, saturados. Velázquez, en cambio, “suena poco”. Para Harbisson, el mundo es en blanco y negro. Nació con acromatismo, una patología que afecta a una de cada treinta y tres mil personas en el mundo. Desde 2004, una antena conectada a su cerebro le permite escuchar los colores y, así, detectarlos. Memorizó centenares de ellos. Este artista británico se define como cíborg, un ser compuesto por elementos orgánicos y cibernéticos.

Su “órgano” colgándole de la cabeza y una estética moderna y vanguardista, acorde también con su corte de pelo, le dan un aura futurista. Harbisson es pionero en implantarse tecnología en el cuerpo. Este joven usa la tecnología para explorar y superar las fronteras de los sentidos humanos. Desde su fundación, ayuda a todo aquel interesado en convertirse en un cíborg. Hablamos con él en el centro cultural ImaginCafé, un espacio de CaixaBank donde está a punto de presentar, junto con Silvia Lladós, Colors&NeilHarbisson, una app que permite realizar sesiones de luz y escuchar el sonido del color con las composiciones sonocromáticas compuestas por él mismo.

¿Cómo escuchas los colores sin que los sonidos que te rodean se solapen?

Noto la vibración que emiten los colores dentro del hueso y esta vibración se convierte en sonido. Escucho los colores a través de los huesos, mientras que el resto de sonidos los escucho por las orejas. Se trata de dos canales diferentes. Si fuera sordo, percibiría los colores igualmente.

¿Cuántos colores eres capaz de detectar?

Percibo trescientos sesenta tonos visibles, aunque también capto muchos más que son invisibles para el ojo humano, como los infrarrojos y ultravioletas.

¿Cómo suena una puesta de sol?

Es un sol que se va deslizando hacia un fa sostenido. Es un sonido descendente.

¿Cuántos cíborgs hay en el mundo?

Ser cíborg es una identidad. Hay mucha gente que tiene tecnología dentro del cuerpo, pero no todos se consideran cíborgs. Muchos la tienen por razones médicas, pero no sienten esta tecnología como parte de su identidad, sino como algo externo. También hay mucha gente sin implantes que sí se sienten cíborgs, porque han nacido y crecido siempre con tecnología. Sienten que es parte de su identidad.

Entonces, ¿somos cíborgs psicológicos?

En muchos lugares, la gente se siente unida psicológicamente a la tecnología y se habla de esta en primera persona. Sentimos gente decir “me estoy quedando sin batería” en lugar de “mi móvil se está quedando sin batería”.

En tu caso, el Reino Unido sí te reconoció como tal.

En 2004 no me dejaron renovar el pasaporte porque decían que no podía hacerme la fotografía con un aparato electrónico. Les dije que se trataba de un órgano más. No uso tecnología, yo soy tecnología y me siento cíborg. Después aceptaron mi razonamiento y los periodistas dijeron que era la primera vez que un gobierno aceptaba a un ciudadano cíborg.

Existe un antes y un después.

Al principio, memorizaba el sonido de cada color. Era algo muy externo, pero poco a poco el cerebro se acostumbró hasta el punto de que empecé a soñar colores y a dejar de notar la diferencia entre el cerebro y el software. Sentí que la palabra cíborg definía esa unión. La antena es un órgano más de mi cuerpo, no es un aparato.

El aprendizaje es infinito. ¿El límite lo pones tú?

Es como con el idioma. De pequeño debías memorizar lo que veías en una palabra. Cuando escuchaba la frecuencia del rojo, la llamaba rojo. Esto fue en 2004, cuando aprendí los colores. Ahora no lo pienso.

¿No descansas nunca de escuchar colores?

Puedo taparlo, es como un ojo o una oreja, pero no hay un on y un off. No existe un interruptor.

¿La comunidad científica reconoce a los cíborgs?

Las comisiones bioéticas de los hospitales no ven ético añadir órganos y sentidos que no sean humanos. Yo me hice cirugía con un doctor anónimo. Son operaciones que no están aceptadas. Uno de los grandes retos es conseguir que lo vean ético. Pasó lo mismo con la cirugía transgénero en los años cincuenta y sesenta.

¿Qué quieres demostrar con tu experiencia?

Lo hago para explorar. Quiero revelar realidades que ya existen, como los colores infrarrojos y ultravioletas, que vosotros no percibís. Unirnos a la tecnología nos permite revelar realidades y saber mejor dónde estamos y quién somos, porque descubrimos mejor cuáles son nuestros sentidos. La medicina hace implantes para mejorar la vida de las personas, yo lo hago por arte. Soy un artista cíborg.

¿Querías superar el hecho de ver la vida en blanco y negro?

No. Cuando estudiaba música, quise usar la tecnología en el artista y no en el arte. Me decidí por los colores, porque al ver en blanco y negro siempre me interesó el color, pero no quería solucionar un problema, sino satisfacer una curiosidad. Para mí, ver en blanco y negro es algo que tiene muchas ventajas.

¿Cuáles?

Tenemos mejor visión nocturna y vemos a más distancia, porque el color no interfiere. Podemos memorizar la forma más fácilmente. Mucha gente que ve en escala de grises trabaja en la marina para detectar dónde hay barcos, porque vemos la forma antes que el color. Y la gente que ve color se puede confundir con el camuflaje.

¿Estás pensando en otro implante?

Sí. Me permitirá notar el paso del tiempo, crear ilusiones del tiempo. Podré viajar en el tiempo, eliminar los jet lags. El objetivo es llevar a la práctica la teoría de Einstein, la relatividad del tiempo llevada a un órgano.

¿Viajar en el tiempo?

El tiempo es una percepción. Si puedes modificar la percepción, puedes viajar en el tiempo. El tiempo está en tu cabeza. No está demostrado que esté fuera.

ImaginCafé

Una antigua sede de CaixaBank en el centro de Barcelona acoge desde hace un año ImaginCafé, un centro cultural de la entidad bancaria dedicado a la generación millenial. En las antiguas dependencias de las cajas fuertes descansan ahora potentes ordenadores y cómodos sillones, listos para jugar a videojuegos o eSports. Con este centro, la entidad busca captar al público joven con numerosas ofertas culturales y lúdicas. El espacio, de 1.200 metros cuadrados y tres pisos, organiza exposiciones, conferencias y conciertos. Las salas del piso superior ofrecen la posibilidad de trabajar por grupos y un nuevo espacio de coworking.

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Este joven británico está considerado el primer cíborg del mundo, ya que cuenta con un órgano nuevo y completamente artificial: una antena, con la que explora los límites sensoriales del ser humano y que le permite escuchar los colores.

Neil Harbisson (Londres, 1984) no ve el arte, lo escucha. Este inglés criado en Mataró (Barcelona) asegura que Picasso y Warhol tienen sonidos muy altos, saturados. Velázquez, en cambio, “suena poco”. Para Harbisson, el mundo es en blanco y negro. Nació con acromatismo, una patología que afecta a una de cada treinta y tres mil personas en el mundo. Desde 2004, una antena conectada a su cerebro le permite escuchar los colores y, así, detectarlos. Memorizó centenares de ellos. Este artista británico se define como cíborg, un ser compuesto por elementos orgánicos y cibernéticos.

Su “órgano” colgándole de la cabeza y una estética moderna y vanguardista, acorde también con su corte de pelo, le dan un aura futurista. Harbisson es pionero en implantarse tecnología en el cuerpo. Este joven usa la tecnología para explorar y superar las fronteras de los sentidos humanos. Desde su fundación, ayuda a todo aquel interesado en convertirse en un cíborg. Hablamos con él en el centro cultural ImaginCafé, un espacio de CaixaBank donde está a punto de presentar, junto con Silvia Lladós, Colors&NeilHarbisson, una app que permite realizar sesiones de luz y escuchar el sonido del color con las composiciones sonocromáticas compuestas por él mismo.

¿Cómo escuchas los colores sin que los sonidos que te rodean se solapen?

Noto la vibración que emiten los colores dentro del hueso y esta vibración se convierte en sonido. Escucho los colores a través de los huesos, mientras que el resto de sonidos los escucho por las orejas. Se trata de dos canales diferentes. Si fuera sordo, percibiría los colores igualmente.

¿Cuántos colores eres capaz de detectar?

Percibo trescientos sesenta tonos visibles, aunque también capto muchos más que son invisibles para el ojo humano, como los infrarrojos y ultravioletas.

¿Cómo suena una puesta de sol?

Es un sol que se va deslizando hacia un fa sostenido. Es un sonido descendente.

¿Cuántos cíborgs hay en el mundo?

Ser cíborg es una identidad. Hay mucha gente que tiene tecnología dentro del cuerpo, pero no todos se consideran cíborgs. Muchos la tienen por razones médicas, pero no sienten esta tecnología como parte de su identidad, sino como algo externo. También hay mucha gente sin implantes que sí se sienten cíborgs, porque han nacido y crecido siempre con tecnología. Sienten que es parte de su identidad.

Entonces, ¿somos cíborgs psicológicos?

En muchos lugares, la gente se siente unida psicológicamente a la tecnología y se habla de esta en primera persona. Sentimos gente decir “me estoy quedando sin batería” en lugar de “mi móvil se está quedando sin batería”.

En tu caso, el Reino Unido sí te reconoció como tal.

En 2004 no me dejaron renovar el pasaporte porque decían que no podía hacerme la fotografía con un aparato electrónico. Les dije que se trataba de un órgano más. No uso tecnología, yo soy tecnología y me siento cíborg. Después aceptaron mi razonamiento y los periodistas dijeron que era la primera vez que un gobierno aceptaba a un ciudadano cíborg.

Existe un antes y un después.

Al principio, memorizaba el sonido de cada color. Era algo muy externo, pero poco a poco el cerebro se acostumbró hasta el punto de que empecé a soñar colores y a dejar de notar la diferencia entre el cerebro y el software. Sentí que la palabra cíborg definía esa unión. La antena es un órgano más de mi cuerpo, no es un aparato.

El aprendizaje es infinito. ¿El límite lo pones tú?

Es como con el idioma. De pequeño debías memorizar lo que veías en una palabra. Cuando escuchaba la frecuencia del rojo, la llamaba rojo. Esto fue en 2004, cuando aprendí los colores. Ahora no lo pienso.

¿No descansas nunca de escuchar colores?

Puedo taparlo, es como un ojo o una oreja, pero no hay un on y un off. No existe un interruptor.

¿La comunidad científica reconoce a los cíborgs?

Las comisiones bioéticas de los hospitales no ven ético añadir órganos y sentidos que no sean humanos. Yo me hice cirugía con un doctor anónimo. Son operaciones que no están aceptadas. Uno de los grandes retos es conseguir que lo vean ético. Pasó lo mismo con la cirugía transgénero en los años cincuenta y sesenta.

¿Qué quieres demostrar con tu experiencia?

Lo hago para explorar. Quiero revelar realidades que ya existen, como los colores infrarrojos y ultravioletas, que vosotros no percibís. Unirnos a la tecnología nos permite revelar realidades y saber mejor dónde estamos y quién somos, porque descubrimos mejor cuáles son nuestros sentidos. La medicina hace implantes para mejorar la vida de las personas, yo lo hago por arte. Soy un artista cíborg.

¿Querías superar el hecho de ver la vida en blanco y negro?

No. Cuando estudiaba música, quise usar la tecnología en el artista y no en el arte. Me decidí por los colores, porque al ver en blanco y negro siempre me interesó el color, pero no quería solucionar un problema, sino satisfacer una curiosidad. Para mí, ver en blanco y negro es algo que tiene muchas ventajas.

¿Cuáles?

Tenemos mejor visión nocturna y vemos a más distancia, porque el color no interfiere. Podemos memorizar la forma más fácilmente. Mucha gente que ve en escala de grises trabaja en la marina para detectar dónde hay barcos, porque vemos la forma antes que el color. Y la gente que ve color se puede confundir con el camuflaje.

¿Estás pensando en otro implante?

Sí. Me permitirá notar el paso del tiempo, crear ilusiones del tiempo. Podré viajar en el tiempo, eliminar los jet lags. El objetivo es llevar a la práctica la teoría de Einstein, la relatividad del tiempo llevada a un órgano.

¿Viajar en el tiempo?

El tiempo es una percepción. Si puedes modificar la percepción, puedes viajar en el tiempo. El tiempo está en tu cabeza. No está demostrado que esté fuera.

ImaginCafé

Una antigua sede de CaixaBank en el centro de Barcelona acoge desde hace un año ImaginCafé, un centro cultural de la entidad bancaria dedicado a la generación millenial. En las antiguas dependencias de las cajas fuertes descansan ahora potentes ordenadores y cómodos sillones, listos para jugar a videojuegos o eSports. Con este centro, la entidad busca captar al público joven con numerosas ofertas culturales y lúdicas. El espacio, de 1.200 metros cuadrados y tres pisos, organiza exposiciones, conferencias y conciertos. Las salas del piso superior ofrecen la posibilidad de trabajar por grupos y un nuevo espacio de coworking.

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