Por qué necesitamos más científicas con Premio Nobel

Corría el año 1911 cuando la científica Marie Curie recibió el Premio Nobel de Química, tras haber logrado el de Física en 1903 junto a su marido Pierre. Que una mujer accediera a estos galardones fue todo un hito en su tiempo. Gracias a ello, todos conocemos a Marie Curie como el gran ejemplo de lo que pueden llegar a lograr las mujeres científicas. Lo que no todo el mundo sabe es que años más tarde, en 1935, su hija Irène recibió también un Premio Nobel de Química.

Llegados a este punto, es inevitable plantearse algunas preguntas: ¿habría conseguido Irène su Premio Nobel si Marie no lo hubiera hecho antes? ¿Lo habría logrado si solo su padre se hubiera dedicado a estudiar la radioactividad? ¿Qué importancia tuvo el ejemplo de su madre en el Nobel de Irène?

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Núria Castell, profesora y ex decana de la UPC

Del círculo vicioso al círculo virtuoso

Aquí se sitúa precisamente el punto de partida del círculo vicioso que limita el desarrollo de las mujeres en la ciencia y ensancha la brecha de género en este campo. Comienza con la falta de referentes femeninos y de confianza en la infancia para retroalimentarse durante el resto de las etapas vitales. Lo hace a base de ingredientes como los sesgos de género en la elección de estudios, los techos de cristal en la edad adulta y el escaso reconocimiento que se concede a las mujeres científicas con experiencia.

Actuar sobre cada una de esas etapas es la clave para revertir la situación y convertir ese círculo vicioso en uno virtuoso. Se trata de allanar el camino para que esas niñas que se sienten atraídas por la ciencia, si lo desean, puedan apuntar al mismísimo Premio Nobel y convertirse, a su vez, en referentes que otras niñas puedan seguir en el futuro. Después de todo, la sociedad no se puede permitir renunciar a la mitad de su talento.

Por qué necesitamos más científicas con Premio Nóbel

Niñas: ¿en quién piensas cuando piensas en ciencia?

El hecho de que unos padres hayan sido galardonados con el Nobel debe resultar inspirador para cualquier niño. Efectivamente, existen varios ejemplos similares a los de la familia Curie en los que un Premio Nobel de ciencias bendijo a padres e hijos, pero no existe ningún otro caso en el que madre e hija fueran ambas distinguidas. Sin duda, que solo 22 de los 688 premios otorgados hasta ahora hayan ido a parar a manos de mujeres tiene mucho que ver con ello.

Por eso, el caso de las Curie es tan singular, llegando hasta el punto de que se ha descrito un síndrome con el nombre de Madame Curie: el que lleva a las mujeres a pensar que solo podrán competir en ciencia si son excepcionalmente brillantes. Una razón de más por la que ver a una mujer recoger un Nobel de ciencias debería dejar de ser una rareza.

De hecho, la falta de visibilidad de las mujeres que trabajan en ciencias, cualquiera que sea su nivel, provoca un efecto perverso: las niñas carecen de ejemplos en los que reconocerse y que las animen a optar por estas disciplinas como carrera profesional.

Varios análisis corroboran esta tendencia. Así, un estudio publicado en 1983 por la Universidad de Deakin (Australia) pidió a más de 4.800 niños y niñas de entre cinco y once años que dibujaran una persona científica. El resultado fue revelador: solo 28 dibujos se correspondían con mujeres. Es decir, menos del 0,6%.

Por su parte, un metaanálisis más reciente sobre estudios similares indica que, aunque este tipo de dibujos ha ganado diversidad de género con el tiempo, niños y niñas tienden a identificar ciencia con hombres a medida que van creciendo. El propio informe sugiere que este efecto en los pequeños se debe al hecho de que sus referentes continúan siendo mayoritariamente masculinos, aunque la presencia de mujeres científicas e ingenieras haya aumentado en las últimas décadas.

En consonancia con estos hallazgos, un informe de la OCDE explica cómo, hasta los seis años, las niñas se ven iguales que los niños, pero a partir de esa edad empiezan a asociar brillantez con masculinidad y su ansiedad ante materias como las matemáticas aumenta.

Los sesgos de género en nuestra visión de la ciencia comienzan, así, en la infancia. Sin embargo, las calificaciones que obtienen niños y niñas no justifican esta distorsión. Al contrario: en 2012, el 81% de las estudiantes analizadas alcanzó el nivel básico establecido por la OCDE en su informe PISA para lectura, ciencias y matemáticas, frente al 76% de sus compañeros varones. Además, la última edición de PISA apenas detecta diferencias en el rendimiento entre uno y otro género en ciencias y matemáticas. Sí lo hace en lectura, y a favor de las niñas.

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Estas son algunas de las razones por las que cabe pensar que si las niñas tuvieran como referencia a profesionales científicas y tecnológicas con las que puedan identificarse, se sentirían con mayor confianza a la hora de desarrollar todo su potencial en estas áreas.

Jóvenes: acabar con los estereotipos de género

Los estereotipos de género no se limitan a la infancia, ya que también se reproducen en la elección de carreras de muchas adolescentes y adultas jóvenes. Una mirada a los datos corrobora que, incluso cuando optan por carreras de ciencias, tienden a inclinarse por aquellas relacionadas con el rol tradicional de las mujeres como cuidadoras.

De hecho, según los últimos datos de la Secretaría General de Universidades, mientras ellas están sobrerrepresentadas en los estudios de grado de Ciencias de la Salud (70%), apenas suponen uno de cada cuatro alumnos en carreras tecnológicas (Ingeniería y Arquitectura).

Al igual que en el caso de las niñas, los resultados académicos de aquellas mujeres que se animan a hacer una carrera científica o tecnológica demuestran que los estereotipos de género son solo eso, meros estereotipos. Y así lo corrobora el hecho de que tanto su rendimiento durante los estudios como su nota media al terminarlos son ligeramente superiores a los de los chicos, tal y como desvelan los datos oficiales.

Por qué necesitamos más científicas con Premio Nóbel

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Las distintas políticas que se han puesto en marcha para romper estereotipos y atraer a las jóvenes a la ciencia parece que también empiezan a ejercer un efecto positivo: tras años de caídas, el número de alumnas matriculadas en carreras de ciencias no relacionadas con la salud desde 2015 ha comenzado a repuntar de manera ligera, pero constante. Eliminar esos estereotipos de la ecuación al elegir carrera, tal y como hicieron Marie e Irène Curie en su día, es fundamental para reforzar esta tendencia y lograr resultados consistentes.

Adultas: romper el techo de cristal

Los obstáculos a las carreras femeninas en ciencias continúan al llegar a la edad adulta. El famoso techo de cristal que impide que las mujeres evolucionen profesionalmente en muchos otros ámbitos es también una realidad entre las científicas.

Uno de los campos en los que se puede observar esta tendencia es en el de la investigación, donde son habituales los gráficos «en tijera», que muestran cómo la igualdad de género se impone en los rangos más bajos del escalafón (alumnos de grado y posgrado) para divergir hacia la desigualdad al llegar a los más altos (profesores titulares y catedráticos). Las dificultades para conciliar e, incluso, para reincorporarse a la carrera investigadora después de la maternidad son algunas de las razones que explican este techo de cristal.

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Pese a esta brecha, existen otros indicadores que muestran el gran avance que ha experimentado la educación de las mujeres en los últimos años y que, a su vez, evidencian que solo es cuestión de tiempo que se extienda también a otros ámbitos. Por ejemplo, el hecho de que la proporción de población con estudios superiores haya variado su tendencia desde 2002, cuando existía un mayor porcentaje de hombres que de mujeres en esa situación. Hoy, sin embargo, la cuota de adultos con educación superior ha aumentado y el porcentaje de mujeres en esa situación supera incluso al de los hombres.

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Además, muchas de esas científicas y tecnólogas que regresan de la universidad han logrado —y logran— desarrollar su carrera profesional en el ámbito científico de manera destacable, rompiendo ese techo de cristal. De nuevo, Marie e Irène Curie son referentes en este sentido, pero no están solas. Hay otras mujeres que también han alcanzado puestos de liderazgo dentro de sus campos de investigación, como la física Fabiola Gianotti, directora del CERN de Suiza; la ingeniera mecánica Gwynne Shotwell, presidenta de SpaceX; la doctora en medicina Margaret Chan, directora general durante 10 años de la OMS; o la pionera en biología molecular Margarita Salas, recientemente fallecida. Todas ellas son ejemplos en los que se miran muchas científicas contemporáneas a la hora de desarrollar sus propias carreras.

Séniors: el merecido reconocimiento

Mientras la presencia de mujeres investigadoras en posiciones de liderazgo no se extienda, será complicado conseguir que el género de los Premios Nobel de ciencias se equilibre. Precisamente, la escasa presencia femenina en este tipo de puestos es una de las muchas causas de la brecha de género que se da en estos galardones. De hecho, existe un estudio de la Universidad de Copenhague que demuestra que una científica tiene más difícil ganar un Premio Nobel de ciencias que un científico e ilustra cómo las mujeres están mucho menos representadas entre los ganadores del Premio Nobel que en la ciencia en general.

Los autores del informe apuntan a los distintos sesgos y obstáculos que sufren las mujeres a lo largo de sus carreras, que se suelen dar antes de llegar a ser lo suficientemente mayores o influyentes como para ser consideradas para optar a los premios. De hecho, el trabajo menciona otros análisis que afirman que las mujeres distinguidas con el Premio Nobel tienen menos probabilidades de casarse o tener hijos que sus homólogos varones y que, además, ellos tienen más probabilidades de obtener los recursos y el apoyo que se requieren para realizar un trabajo científico extraordinario.

Otros informes han observado diferencias de género sustanciales entre los galardones que otorgan las sociedades médicas americanas e incluso en las autocitas que realizan investigadores e investigadoras. A la larga, dichas menciones resultan claves para aumentar su visibilidad y también para su consideración como candidatos a premios importantes.

No cabe duda de que las ganadoras de Premios Nobel de ciencias, como tantas otras científicas y tecnólogas, han lidiado con mucho más que con los grandes interrogantes que plantean sus campos de estudio. Por consiguiente, recordarlas y poner en valor su trabajo es, sin lugar a dudas, una cuestión de justicia.

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Qué estamos haciendo para evitar todo esto

Influir en cada etapa de la vida de una mujer científica requiere medidas concretas y son muchos los pasos que se están dando en este sentido. Un ejemplo de ello son las medidas que están tomando las universidades y los organismos públicos para reducir la brecha de género en investigación. Comienzan por la promoción de vocaciones científico-tecnológicas en niñas y jóvenes para continuar por asegurar la igualdad de género en los procesos de selección, contratación y promoción del personal investigador. Además, existen otras medidas que apoyan la conciliación de la vida personal, laboral y familiar, así como la prevención frente al acoso o la promoción de la visibilidad de científicas y tecnólogas.

En relación con este último punto, los premios Wonnow, promovidos por CaixaBank y Microsoft Ibérica, reconocen a alumnas universitarias que estudian carreras con menor presencia femenina de las áreas de ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM). Es una manera de hacerlas visibles y de ayudar a que otras jóvenes se inspiren en sus ejemplos.

Esta y otras iniciativas forman parte del programa Wengage de CaixaBank, un programa basado en la meritocracia y la igualdad de oportunidades que busca fomentar y visualizar la diversidad dentro y fuera de la entidad.

También la UNESCO se ha marcado sus propios objetivos de género en la ciencia. Dichos objetivos se distribuyen en siete grandes áreas que abarcan desde el cambio de los estereotipos sobre mujeres en disciplinas STEM, junto a la implicación de niñas y mujeres jóvenes en estos campos, hasta la promoción de la igualdad de género en el emprendimiento basado en ciencia y tecnología, así como en actividades de innovación.

Romper el círculo que empieza y termina con la falta de visibilidad de las científicas y tecnólogas es fundamental para que el talento en estas disciplinas pueda alcanzar su máximo potencial. Sin duda, se trata de un camino complicado y lleno de retos, pero la dificultad no puede servir de excusa para abandonarlo. Al menos eso no frenó a Marie e Irène Curie en su momento.

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