La aceptación pública de la tecnología es un prerrequisito para su penetración y uso. Esta es la razón por la que, si una innovación llega al mercado antes de que la gente esté preparada para aceptarla, simplemente no triunfará. Será criticada o, peor, ignorada y no llegará a despegar. Esto es algo que se ha visto con frecuencia en el pasado.
Tanto influye la aceptación a la hora de que una tecnología sea realmente utilizada, que se utilizan complejos modelos solamente para tratar de predecir si las personas están preparadas o no para adoptar una novedad tecnológica. Los investigadores también se afanan en descubrir las relaciones que existen entre utilidad, facilidad de uso y uso efectivo de un sistema. No es para menos: descubrirlas puede ser la diferencia entre que una tecnología desarrollada durante años triunfe o se quede en un cajón.
De hecho, esto último es lo que les ocurrió al precursor de la tableta (1968), a las gafas de realidad virtual (1961), a la electrificación de la energía (1893) y a la movilidad autónoma (2016). Todas estas innovaciones lo tuvieron realmente difícil a la hora de convencer a la opinión pública de que eran inventos que merecería la pena considerar.