¿Cuál es el propósito de una empresa? ¿Cómo se mide el valor que genera? ¿Solamente contamos los dividendos que produce para sus accionistas? ¿O tal vez deberíamos abrir un poco más el campo de visión? Estas son algunas de las preguntas que se plantea la sociedad en nuestros días. En un momento en el que la sostenibilidad se ha hecho un hueco preferente en todas las agendas, el simple beneficio económico suena a algo hueco. Incluso arcaico. Hoy, esa sociedad demanda algo más de las empresas que interactúan con ella que el simple hecho de generar negocio.
Los datos respaldan esta realidad: cada vez compramos más con la conciencia alerta, una tendencia que parece incluso haber aumentado durante la pandemia de la COVID-19. Así lo indica un informe realizado en 2020 por Ipsos: ocho de cada diez consumidores declaraban su intención de buscar productos más sanos y respetuosos con el medio ambiente tras la cuarentena por coronavirus. Además, el 87 % de los españoles cree que puede influir en los cambios que se producirán después de la pandemia, mientras que el 62 % apuesta por una recuperación verde de esta crisis.
El mundo cambia y, con él, la manera que tenemos de hacer negocios. Esta es una de las razones por las que cada vez más empresarios se plantean añadir ingredientes sociales y ambientales a sus compañías. El objetivo: reportar a su entorno una serie de beneficios que se añaden a los derivados del rendimiento económico.
No solo se trata de atraer consumidores concienciados: hoy, los accionistas de la empresa son todas aquellas personas a las que afecta su actividad. Y su opinión cuenta más que nunca.