Hasta hace pocos años, en los procesos tradicionales de diseño, siempre se partía del producto para definir la experiencia del consumidor. Todo cambió en el año 2008, cuando el empresario Tim Brown publicó un artículo en el Harvard Business Review en el que establecía las bases de una nueva estrategia creativa. Hablamos del Design Thinking, un proceso de trabajo que se centra en detectar y entender las necesidades reales de los usuarios para generar ideas innovadoras y, así, dar solución a los problemas.
El concepto Design Thinking es la suma de aportaciones de muchos profesionales que, durante casi un siglo, han buscado una metodología óptima para resolver los problemas más complejos. El punto de inflexión lo marcó David Kelley, que lideró la creación del Design School (d.school) en la Universidad de Stanford, un centro con un método de estudio basado en los principios del Design Thinking. A partir de ahí, Tim Brown se encargó de explicar alrededor del mundo en qué consistía esta metodología que había llegado para revolucionar el mundo del diseño.
En los últimos años, numerosas empresas como IBM y CaixaBank han adoptado los principios del Design Thinking creando un framework específico adaptado a sus situaciones. Estos frameworks permiten resolver los problemas de los clientes a la velocidad y escala necesarias en la transformación digital de las empresas, asegurando la ideación y generación de ideas involucrando a todas las partes relevantes. Su objetivo es evitar invertir grandes cantidades de dinero en desarrollo e información y generar rápidamente soluciones mínimas viables (MVP) para centrarse en ellas al máximo y así reducir los riesgos. En otras palabras, no se trata de construir grandes productos, sino de desarrollar experiencias sencillas con un bajo coste de producción con el fin de dar con el producto más adecuado para nuestros clientes. Son muchas las empresas que en los últimos años se han inspirado en esta metodología para llevar a cabo modelos de negocio.
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