Tal y como explica Unicef, la pobreza infantil es un problema que se debe atajar desde el principio. Esto se debe a que los niños con peores niveles de bienestar arrastran las consecuencias durante toda su vida. Tratar de mitigar ese impacto cuando son adultos no solo reduce las probabilidades de éxito, sino que resulta más costoso y complicado. En este contexto, la educación aparece como un antídoto contra las desigualdades que se generan en la infancia y que pueden marcar toda la vida de un niño.
Este es uno de los principales motivos por los cuales la ONU fijó uno de sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en torno a esta cuestión. En concreto, el ODS nº4 (Educación de calidad) propone garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad, así como promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida como una vía para garantizar la prosperidad de los adultos del futuro.
Sin embargo, esta meta se ha visto amenazada este año debido a la pandemia del coronavirus. Según un informe de Forética, el cierre de los centros educativos afectó a 9,5 millones de estudiantes en España e imposibilitó, en muchos casos, los resultados de aprendizaje pertinentes.
Además, las desigualdades en el acceso a internet y a dispositivos electrónicos que permiten seguir las clases en caso de aislamiento provocan a su vez una brecha cada vez más profunda entre los estudiantes que forman parte de familias con un buen nivel adquisitivo y aquellos que no. Según Forética, esa desigualdad entre familias y centros educativos con más o menos recursos genera cada vez más conflicto social.