Para soportar la carga económica asociada al proyecto de una empresa social, la financiación es esencial. Además, esta deberá adecuarse al momento en el que se encuentre el desarrollo de ese proyecto, ya que las necesidades de financiación no son las mismas cuando surge la idea de negocio que cuando este se encuentra consolidado y busca expandirse.
Como cualquier negocio, las empresas sociales requieren financiarse en sus distintas etapas para cumplir con sus objetivos. Junto a la financiación tradicional que les ofrecen las entidades bancarias, existen determinadas fuentes a las que pueden acudir en uno u otro momento. Esto se debe a que cada fase tiene un nivel de riesgo y un coste asociado, que deberán conocerse bien para buscar el mejor inversor en cada una de ellas.
Durante la etapa de gestación de la empresa social —es decir, cuando sus fundadores se reúnen para desarrollar su idea de negocio y comprobar si es viable—, las necesidades de financiación son reducidas y deben mantenerse así. Le sigue la etapa de creación, cuando ya existe un prototipo de producto viable y un equipo. En esta segunda etapa aumenta el riesgo, ya que todavía no se ha comercializado nada, pero ya se ha establecido cierta infraestructura que precisa de ciertos recursos para mantenerse. Por ese motivo, resulta más complicado que los inversores externos confíen en el proyecto en este momento de su desarrollo.
En estas etapas iniciales, la financiación procede habitualmente de los propios fundadores —por ejemplo, a través de la capitalización del desempleo— o de su propio entorno. En este último caso, suelen ser los llamados FFF (familiares y amigos de los emprendedores) los que apuestan por la idea de negocio y el producto inicial. También existen otros recursos que pueden ayudar, como las incubadoras de empresas sociales o incluso los premios a este tipo de iniciativas.
En la fase de lanzamiento del negocio entran en juego conceptos tales como los equipos comerciales, el estocaje o la distribución del producto. En esta etapa se necesita un elevado nivel de inversión en un momento en el que el volumen de ventas es todavía limitado. Por consiguiente, las necesidades de financiación aumentan, al igual que el riesgo.
La fase de lanzamiento es crítica y se corresponde con lo que se denomina «el Valle de la Muerte». Se trata de una etapa en la que muchas compañías tienen un producto que funciona, pero todavía no cuentan con la confianza de los inversores para sacarlo adelante. En este punto puede ser interesante recurrir a la figura del business angel o incluso al crowdfunding, una herramienta especialmente útil en el caso de las empresas sociales.
Por último, durante la fase de consolidación de la empresa social, cuando ya ha alcanzado un elevado nivel de profesionalización e incluso se plantea su escalamiento, el nivel de riesgo disminuye. Esto abre las puertas a otras fuentes de financiación, como los fondos de inversión de impacto social, que tratan precisamente de apoyar a este tipo de negocios. Se trata de una tendencia que cuenta cada vez con un mayor respaldo. Este tipo de inversión persigue un impacto social o medioambiental medible y con retorno financiero.