Lo del vertedero global no es una exageración. El Servicio de Estudios del Parlamento Europeo estima que entre 4,8 y 12,7 millones de toneladas de plástico acaban cada año en los océanos e incluso llegan a formar inmensas islas de basura. Este es un problema que afecta no solo a los ecosistemas marinos, sino a nosotros mismos. Ya hay estudios que han encontrado microplásticos dentro de nuestros cuerpos y lo más probable es que hayan llegado a nuestra cadena alimenticia a través de la fauna marina. Hablamos, por tanto, de un problema sanitario de primer orden.
El rayo de esperanza aquí es el cambio en la normativa; por ejemplo, el de la producción de plásticos: la Unión Europea ha aprobado una directiva que prohíbe la fabricación de utensilios de plástico de un solo uso a partir de 2021.
Por supuesto, que una ingente cantidad de plásticos termine en el océano pone en peligro a numerosas especies marinas, muchas de las cuales ya están en jaque por la sobreexplotación pesquera.
Tal vez uno de los mejores ejemplos lo representan especies como el atún o el bacalao, cuyo número ha disminuido en un 90% en las últimas seis décadas. Esto nos lleva a un escenario muy real en el que la pesca marina puede terminar desapareciendo en la mayoría de caladeros del mundo si seguimos aplicando la fórmula actual: ecosistemas marinos contaminados, sobreexplotación pesquera y aumento de la temperatura del agua.
Precisamente ese es otro de los puntos clave que nos indica que los océanos se están transformando –para mal– a marchas aceleradas. Según los estudios publicados por la revista Science este pasado mes de enero, en 2018 se batió el récord de aumento de temperatura de los océanos. De nuevo, las principales perjudicadas son las especies marinas, pero esta vez aquellas que forman la base de la cadena alimenticia: grandes arrecifes de coral y bancos de kril. Sin ellos, el resto de especies están condenadas a la extinción.
Tampoco ayuda que los mares y océanos sean cada vez más ácidos como consecuencia del aumento de CO2 en la atmósfera. Esto afecta, de nuevo, a las criaturas más sensibles de la cadena trófica y a todo el equilibrio del ecosistema marino.
Las consecuencias de la acidificación de los océanos no son inmediatas ni fácilmente perceptibles por los humanos –de ahí que el problema haya estado en un segundo plano hasta ahora–. Sin embargo, la subida de las temperaturas de los océanos tiene otra cara aún más visible: los grandes desastres naturales que cada vez se producen con mayor frecuencia y virulencia, como tifones y huracanes.