La evolución tecnológica es vertiginosa. Cada dos por tres aparece alguna novedad que, en muy poco tiempo, integramos en nuestro día a día. La cuestión es que la tecnología se incorpora a nuestras vidas a tal velocidad, que nos vemos obligados a aprender a utilizarla prácticamente sobre la marcha. Esto es así porque enseguida podemos ver sus ventajas. Sin embargo, sus inconvenientes no nos suelen resultar tan evidentes desde el principio.
Algo así es lo que ocurre con los niños y el uso que hacen de las pantallas. Nuestros hijos son pioneros en un territorio inexplorado: el de los dispositivos portátiles, como los teléfonos inteligentes y las tabletas, a los que pueden acceder en cualquier momento y lugar. Sí, nosotros también crecimos con advertencias sobre una excesiva exposición a la televisión o incluso a los videojuegos. Sin embargo, la gran diferencia con nuestros hijos consiste en que, una vez que nosotros salíamos de casa, se acababan la tele y la consola. Ellos tienen a mano nuestro teléfono móvil hasta cuando están en el parque.
Esta es la razón por la que vemos a los niños prácticamente en cualquier lugar sentados y quietos, mirando una pantalla. Lógicamente, muchos padres ven las ventajas de que puedan acceder a estos dispositivos: se entretienen fácilmente y entran en contacto con la tecnología de manera natural, algo que les ayudará a la hora de aprender a utilizarla. También se preguntan por los inconvenientes. ¿Cómo les afectará el uso de las pantallas? ¿Qué podemos hacer para que convivan con unos aparatos que están por todas partes?
Científicos de todo el mundo buscan respuestas a estas preguntas. Una de las primeras conclusiones que se puede extraer de sus estudios parece ser la siguiente: las pantallas no son buenas o malas, es el uso que hagamos de ellas el que puede hacer que tengan consecuencias positivas o negativas.