Somos seres expansivos. Los humanos siempre hemos tratado de ir más allá, de traspasar límites, de explorar nuevos territorios. Esta tendencia es la que estaba detrás de las migraciones que llevaron a nuestros tíos abuelos neandertales a atravesar Europa, de la primera vuelta al mundo de la expedición Magallanes-Elcano y también de la llegada del hombre a la Luna. Una vez superados los propios límites que marca nuestro planeta, nos queda resolver la siguiente gran cuestión: ¿podemos vivir en otro planeta?
Esta es una pregunta que tiene su miga. Podemos pensar que si un astronauta ha caminado sobre la superficie de la Luna con su traje espacial hace cincuenta años, ¿por qué no podríamos a estas alturas pasearnos por la superficie de otro planeta e ir a hacer la compra con nuestras escafandras?
La respuesta a esta cuestión es sencilla. No es tan fácil encontrar un lugar en el que podamos instalarnos a largo plazo. Los trajes espaciales están bien, pero solo para un rato. Hay que abastecerlos de agua y oxígeno que nos permitan vivir, y estos son recursos que no abundan en cualquier cuerpo celeste. Además, aunque encontráramos un planeta de características similares a la Tierra, podría estar tan alejado que tardaríamos siglos en llegar a él.
En cualquier caso, la curiosidad humana e incluso la necesidad de encontrar una alternativa a la Tierra si esta se volviera inhabitable ya nos han puesto a trabajar en este reto.