Como buena variable económica, la inflación se determina por el equilibrio entre la demanda y la oferta de dinero. La oferta de dinero la fija el Banco Central, mientras que la demanda depende de la cantidad de bienes y servicios que se intercambian en la economía (en tanto que, para intercambiarlos, es necesario el dinero). Cuando la oferta de dinero crece más rápidamente que su demanda, cae el precio del dinero y tenemos inflación: la misma moneda de euro puede adquirir menos bienes y servicios. Por esta razón, los economistas afirman que la inflación es un fenómeno monetario.
La importancia de medir bien la inflación
La evolución de la inflación resulta de gran importancia en un país, ya que refleja la evolución del coste de la vida. Por ello, los salarios, las pensiones de jubilación públicas, las tasas e impuestos específicos o los contratos de alquiler, entre otros, se suelen modificar, en parte, en función de la inflación. Además, también resulta de gran importancia a nivel macroeconómico, ya que la evolución de los precios es fundamental para la formulación de la política monetaria de un país. Viendo la relevancia que tiene, es fundamental medir la inflación de forma precisa y puntual.
Para medir la inflación, se necesita un indicador del nivel de precios, como el Índice de Precios de Consumo (IPC), que mide de forma genérica los precios de los elementos que conforman una “cesta de la compra”. El IPC se calcula a partir de dos inputs básicos: una cesta de la compra, que contiene la cantidad de bienes y servicios que consume un hogar representativo, y los precios de estos bienes y servicios. Con estos datos se calcula el gasto necesario para adquirir la cesta con una frecuencia determinada, generalmente cada mes. La inflación, por tanto, mide la evolución del gasto necesario para adquirir esta cesta de bienes predeterminada.