> Día Mundial del Agua – El Blog de CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank El Blog de CaixaBank Fri, 21 Apr 2023 13:58:40 +0000 es-ES hourly 1 Agua para frenar el cambio climático https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/agua-para-frenar-el-cambio-climatico/ https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/agua-para-frenar-el-cambio-climatico/#respond Fri, 20 Mar 2020 18:40:42 +0000 CaixaBank CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/?p=36834

Es uno de esos elementos que no solemos valorar como se merecen hasta que los perdemos. El agua es esa compañera que está en todas partes y que es imprescindible para que nuestra vida sea como es. No solo nos hidrata, mantiene ecosistemas, nos ayuda a conseguir alimentos o a preservar nuestra salud. Además, el uso que hagamos del agua nos puede ayudar a frenar el cambio climático y sus consecuencias. Este año, el Día Internacional del Agua promovido por la ONU se dedica precisamente a la relación que existe entre ambos conceptos.

De cómo nos relacionemos con el agua dependerá, en gran medida, la forma en que viviremos en el futuro. Si lo haremos en un entorno amigable o, por el contrario, sufriendo las peores consecuencias de las inundaciones, las sequías, la escasez y la contaminación. Esto se debe a que la correcta gestión del agua es una de las armas más efectivas que tenemos a nuestro alcance para luchar contra el cambio climático. A continuación, veremos algunos ejemplos sobre cómo una gestión inteligente y sostenible del agua nos puede ayudar a frenar este fenómeno, a estar preparados para convivir con sus efectos e incluso a reducir el consumo de otros recursos.

Unos humedales muy eficientes

Proteger los humedales es una estrategia que aporta grandes ventajas. Una de las primeras que se nos suelen ocurrir es la conservación de la biodiversidad, debido al elevado número de especies que los habitan.

Los humedales incluso ayudan a conservar el agua, un recurso cada vez más escaso. Esto es así porque el agua se mueve por el planeta a través de interacciones complejas entre la lluvia, la evaporación, la infiltración, los flujos superficiales y la recarga de acuíferos. Los humedales tienen un papel fundamental en ese delicado equilibrio.

Resulta que, además, los humedales son especialmente buenos en otras tareas. Una de ellas es la retención de carbono. Tal y como explica la ONU, se les da de maravilla absorber gases de efecto invernadero del aire.

Por ejemplo, las turberas cubren apenas el 3% de la superficie terrestre, pero almacenan al menos dos veces más carbono que todos los bosques del planeta juntos. Los manglares, por su parte, retienen unos 60.000 millones de toneladas de dióxido de carbono, hasta tres o cuatro veces más que sus equivalentes terrestres.

Esta es la razón por la que estos entornos se consideran uno de los recursos no explotados más importantes –y baratos– para mitigar el cambio climático. Por eso resulta especialmente conveniente realizar una gestión del agua adecuada que ponga en el centro a los humedales y ayude a preservarlos. Además, se trata de recursos especialmente efectivos como barreras contra las inundaciones y, por tanto, contra la erosión del suelo y los eventos climáticos extremos.

Guardar agua de lluvia (para cuando haga falta)

El cambio climático ya ha comenzado a afectar nuestras vidas, por eso es importante que sepamos cómo adaptarnos a su presencia. Sus efectos son especialmente dramáticos en ciertas zonas del mundo, donde las sequías y la escasez de agua son ya una realidad cotidiana. La ONU cita, en concreto, a los pequeños estados insulares en desarrollo entre las comunidades más vulnerables al cambio climático y la subida del nivel del mar. En ellos, gestionar el agua de manera correcta es ya una cuestión de adaptación y resiliencia ante el cambio climático.

En lugares donde se alternan lluvias extremas con períodos secos, es importante contar con recursos para almacenar el agua cuando hace acto de aparición y tenerla disponible cuando escasee. En este sentido, existen soluciones sostenibles, rentables y escalables que se pueden aplicar. Una de ellas es la llamada gestión conjunta del agua, que incluye la recarga controlada de los acuíferos mediante la recogida del agua de lluvia y el control de crecidas para el riego.

Esta gestión conjunta permite hacer frente a las sequías y la escasez de agua, además de ampliar la capacidad de almacenamiento de este recurso en una región determinada. Un hallazgo que puede resultar muy valioso también para otras partes del mundo de cara al futuro.

El valor oculto de las aguas residuales

El agua reciclada es otro gran ejemplo sobre cómo podemos aprovechar este recurso en todo su ciclo de vida. Debidamente tratadas, las aguas residuales se pueden utilizar para el riego, así como para usos industriales o urbanos.

Junto a estos usos, las aguas residuales presentan otras oportunidades menos evidentes. De hecho, pueden servir como fuente de energía, de nutrientes o de materia orgánica, entre otros recursos. Algo especialmente importante cuando muchos de ellos comienzan a escasear o están sobreexplotados.

En este sentido, la UNESCO cita la recuperación de fósforo en instalaciones de tratamiento de aguas residuales como una oportunidad, ya que se considera que los recursos extraíbles de este elemento serán muy escasos o se habrán agotado en los próximos 50 a 100 años.

Además, la energía química, térmica e hidráulica presente en las aguas residuales puede recuperarse como biogás, para generar electricidad o como fuente de energía para calefacción y refrigeración. Incluso la NASA ha estudiado la posibilidad de producir combustibles para aviación a partir del cultivo de microalgas en cápsulas que flotan en zonas costeras y se alimentan de las aguas residuales de las ciudades.

El agua es vida. En todos los sentidos. Cuidar este recurso tan esencial y gestionarlo de manera inteligente es una de las mejores inversiones que podemos hacer para que la Tierra siga siendo un lugar magnífico donde vivir durante muchos años más.

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Es uno de esos elementos que no solemos valorar como se merecen hasta que los perdemos. El agua es esa compañera que está en todas partes y que es imprescindible para que nuestra vida sea como es. No solo nos hidrata, mantiene ecosistemas, nos ayuda a conseguir alimentos o a preservar nuestra salud. Además, el uso que hagamos del agua nos puede ayudar a frenar el cambio climático y sus consecuencias. Este año, el Día Internacional del Agua promovido por la ONU se dedica precisamente a la relación que existe entre ambos conceptos.

De cómo nos relacionemos con el agua dependerá, en gran medida, la forma en que viviremos en el futuro. Si lo haremos en un entorno amigable o, por el contrario, sufriendo las peores consecuencias de las inundaciones, las sequías, la escasez y la contaminación. Esto se debe a que la correcta gestión del agua es una de las armas más efectivas que tenemos a nuestro alcance para luchar contra el cambio climático. A continuación, veremos algunos ejemplos sobre cómo una gestión inteligente y sostenible del agua nos puede ayudar a frenar este fenómeno, a estar preparados para convivir con sus efectos e incluso a reducir el consumo de otros recursos.

Unos humedales muy eficientes

Proteger los humedales es una estrategia que aporta grandes ventajas. Una de las primeras que se nos suelen ocurrir es la conservación de la biodiversidad, debido al elevado número de especies que los habitan.

Los humedales incluso ayudan a conservar el agua, un recurso cada vez más escaso. Esto es así porque el agua se mueve por el planeta a través de interacciones complejas entre la lluvia, la evaporación, la infiltración, los flujos superficiales y la recarga de acuíferos. Los humedales tienen un papel fundamental en ese delicado equilibrio.

Resulta que, además, los humedales son especialmente buenos en otras tareas. Una de ellas es la retención de carbono. Tal y como explica la ONU, se les da de maravilla absorber gases de efecto invernadero del aire.

Por ejemplo, las turberas cubren apenas el 3% de la superficie terrestre, pero almacenan al menos dos veces más carbono que todos los bosques del planeta juntos. Los manglares, por su parte, retienen unos 60.000 millones de toneladas de dióxido de carbono, hasta tres o cuatro veces más que sus equivalentes terrestres.

Esta es la razón por la que estos entornos se consideran uno de los recursos no explotados más importantes –y baratos– para mitigar el cambio climático. Por eso resulta especialmente conveniente realizar una gestión del agua adecuada que ponga en el centro a los humedales y ayude a preservarlos. Además, se trata de recursos especialmente efectivos como barreras contra las inundaciones y, por tanto, contra la erosión del suelo y los eventos climáticos extremos.

Guardar agua de lluvia (para cuando haga falta)

El cambio climático ya ha comenzado a afectar nuestras vidas, por eso es importante que sepamos cómo adaptarnos a su presencia. Sus efectos son especialmente dramáticos en ciertas zonas del mundo, donde las sequías y la escasez de agua son ya una realidad cotidiana. La ONU cita, en concreto, a los pequeños estados insulares en desarrollo entre las comunidades más vulnerables al cambio climático y la subida del nivel del mar. En ellos, gestionar el agua de manera correcta es ya una cuestión de adaptación y resiliencia ante el cambio climático.

En lugares donde se alternan lluvias extremas con períodos secos, es importante contar con recursos para almacenar el agua cuando hace acto de aparición y tenerla disponible cuando escasee. En este sentido, existen soluciones sostenibles, rentables y escalables que se pueden aplicar. Una de ellas es la llamada gestión conjunta del agua, que incluye la recarga controlada de los acuíferos mediante la recogida del agua de lluvia y el control de crecidas para el riego.

Esta gestión conjunta permite hacer frente a las sequías y la escasez de agua, además de ampliar la capacidad de almacenamiento de este recurso en una región determinada. Un hallazgo que puede resultar muy valioso también para otras partes del mundo de cara al futuro.

El valor oculto de las aguas residuales

El agua reciclada es otro gran ejemplo sobre cómo podemos aprovechar este recurso en todo su ciclo de vida. Debidamente tratadas, las aguas residuales se pueden utilizar para el riego, así como para usos industriales o urbanos.

Junto a estos usos, las aguas residuales presentan otras oportunidades menos evidentes. De hecho, pueden servir como fuente de energía, de nutrientes o de materia orgánica, entre otros recursos. Algo especialmente importante cuando muchos de ellos comienzan a escasear o están sobreexplotados.

En este sentido, la UNESCO cita la recuperación de fósforo en instalaciones de tratamiento de aguas residuales como una oportunidad, ya que se considera que los recursos extraíbles de este elemento serán muy escasos o se habrán agotado en los próximos 50 a 100 años.

Además, la energía química, térmica e hidráulica presente en las aguas residuales puede recuperarse como biogás, para generar electricidad o como fuente de energía para calefacción y refrigeración. Incluso la NASA ha estudiado la posibilidad de producir combustibles para aviación a partir del cultivo de microalgas en cápsulas que flotan en zonas costeras y se alimentan de las aguas residuales de las ciudades.

El agua es vida. En todos los sentidos. Cuidar este recurso tan esencial y gestionarlo de manera inteligente es una de las mejores inversiones que podemos hacer para que la Tierra siga siendo un lugar magnífico donde vivir durante muchos años más.

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¿Podremos medir la riqueza de las naciones por su acceso al agua? https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/podremos-medir-la-riqueza-de-las-naciones-por-su-acceso-al-agua/ https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/podremos-medir-la-riqueza-de-las-naciones-por-su-acceso-al-agua/#respond Thu, 21 Mar 2019 12:00:13 +0000 CaixaBank CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/?p=30492

La ONU establece el 22 de marzo como el Día Mundial del Agua, cuyo principal objetivo es concienciar sobre el uso que se le da a este recurso, además de evidenciar cómo el cambio climático está complicando poder acceder al agua y amenaza con provocar graves crisis humanitarias

Comienzas el día con una refrescante ducha que alargas más de lo que habías previsto. Cuando terminas de ducharte, lo primero que haces es poner una lavadora. Mientras comienza el ciclo de lavado, te preparas un buen desayuno en el que no falta la fruta y el café. Para cuando estás a punto de salir de casa, te acuerdas de que no te has lavado los dientes; de camino hacia el baño, recuerdas que los platos del fin de semana se acumulan en el lavavajillas… Así que emprendes una rápida maratón para terminar todas las tareas y marcharte de una vez. No es el relato más apasionante, ¿verdad? ¿Y si te dijéramos que se trata del preludio a la mayor crisis a la que se ha enfrentado una gran ciudad desde los ataques del 11 de septiembre de Nueva York?

A comienzos de 2018, la urbe más poblada de Sudáfrica, Ciudad del Cabo, se enfrentó a un escenario que nos parece impensable: sus casi cuatro millones de habitantes estaban a punto de quedarse sin agua. Después de tres largos años de sequía, las autoridades de la ciudad calcularon que, si nada cambiaba y el consumo de agua se mantenía en los mismos niveles, en apenas unas semanas llegaría el «día cero». Y entonces la vida se paralizaría por completo en una ciudad con más habitantes que Barcelona o Madrid.

Un bien de consumo inconsciente

La grave crisis del agua en Ciudad del Cabo no tuvo un final acorde a la épica del problema; la ciudadanía entendió que ese «día cero» —divulgado por las propias autoridades— era muy real y que lo único que podían hacer era reducir el consumo de agua y hacerlo de manera drástica.

Regresamos a la escena que abría este reportaje. Esa refrescante ducha que al final dura 10 minutos consume alrededor de 100 litros de agua; la lavadora, que hemos puesto con 7 kilos de carga, gasta entre 42 y 62 litros; el lavavajillas son 54 litros más y, según cómo nos lavemos los dientes, podemos llegar a tirar hasta 4 litros. En este cómputo hemos dejado fuera el agua usada para cocinar, regar las plantas, limpiar la casa o utilizar el inodoro. Así que imagina tener que continuar con tu rutina, pero utilizando únicamente 50 litros de agua. Ese fue el reto al que se enfrentaron en Ciudad del Cabo. Si la tendencia no se rompe, este reto pronto deberán asumirlo cada vez más ciudades, regiones y países de todo el mundo. España incluida.

No es un escenario catastrofista, sino que se trata de una realidad que preocupa especialmente a la Organización de las Naciones Unidas, entre cuyos Objetivos de Desarrollo Sostenible marcados para 2030 se encuentra el de «garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua y el saneamiento para todos».

La escasez de agua es uno de los principales problemas a los que se enfrenta la humanidad. Cada vez hay más personas en el planeta —en 2030 seremos ya 8.600 millones—, pero el acceso al agua dulce no únicamente no ha crecido en consonancia, sino que, debido al cambio climático, los procesos de desertificación se están acelerando e incluso están provocando la total desaparición de algunos mares.

Lejos de lo que pueda parecer, este no es un problema únicamente ecológico, sino que la escasez de agua es también un desafío económico.

Un recurso estratégico

Ese desayuno que nos tomábamos al inicio del reportaje estaba compuesto de frutas —digamos un aguacate, que está de moda— y de un buen vaso de zumo de naranja. Aunque no seamos conscientes de ello, para que estos alimentos hayan podido llegar a nuestra mesa han pasado por un proceso de producción que ha implicado el empleo de 170 litros de agua para las naranjas del zumo y unos 400 litros de agua para nuestros aguacates. ¿Qué recurso puede haber más estratégico que aquel que inicia la cadena alimenticia?

Nuestra dieta cotidiana requiere de enormes cantidades de agua para ser producida. El ejemplo del desayuno nos arroja, en realidad, cifras muy reducidas en comparación con lo que realmente necesitamos para mantener nuestro actual consumo calórico. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, para producir un solo kilo de carne se precisan 10.500 litros de agua, y esta cifra puede verse incrementada todavía más en función del tipo de animal empleado.

Así que aquella idea de ciencia-ficción que situaba el estallido de guerras por el control del agua es hoy un futuro cada vez más plausible.

De hecho, no será necesario tener que esperar para ver cómo el agua se utiliza ya en los conflictos actuales como un arma de guerra, una vulnerabilidad que ataca y que puede provocar más bajas enemigas que las propias bombas y balas.

En España

El sur de Europa será una de las regiones del mundo que se enfrente con mayores incertidumbres al cambio climático: la creciente contaminación del mar Mediterráneo, unido a un proceso de desertificación grave en las zonas más sureñas, harán que España tenga que potenciar todos sus recursos para aprovechar al máximo el agua de su territorio.

La buena noticia es que las Administraciones Públicas son conscientes de este escenario y que ya existen planes para paliar los efectos de un clima cada vez más extremo. Dos de ellos son el Plan Nacional de Reutilización de Aguas y el Plan Hidrológico Nacional, este más polémico por su amplio calado en el desarrollo de las diferentes regiones. Si bien es cierto que todavía queda mucho para que España pueda proclamar que está preparada para afrontar los peores escenarios que se prevén para el clima en las próximas décadas, parece claro que el uso del agua y su valor intrínseco son ya un tema de discusión tanto a nivel político como social.

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La ONU establece el 22 de marzo como el Día Mundial del Agua, cuyo principal objetivo es concienciar sobre el uso que se le da a este recurso, además de evidenciar cómo el cambio climático está complicando poder acceder al agua y amenaza con provocar graves crisis humanitarias

Comienzas el día con una refrescante ducha que alargas más de lo que habías previsto. Cuando terminas de ducharte, lo primero que haces es poner una lavadora. Mientras comienza el ciclo de lavado, te preparas un buen desayuno en el que no falta la fruta y el café. Para cuando estás a punto de salir de casa, te acuerdas de que no te has lavado los dientes; de camino hacia el baño, recuerdas que los platos del fin de semana se acumulan en el lavavajillas… Así que emprendes una rápida maratón para terminar todas las tareas y marcharte de una vez. No es el relato más apasionante, ¿verdad? ¿Y si te dijéramos que se trata del preludio a la mayor crisis a la que se ha enfrentado una gran ciudad desde los ataques del 11 de septiembre de Nueva York?

A comienzos de 2018, la urbe más poblada de Sudáfrica, Ciudad del Cabo, se enfrentó a un escenario que nos parece impensable: sus casi cuatro millones de habitantes estaban a punto de quedarse sin agua. Después de tres largos años de sequía, las autoridades de la ciudad calcularon que, si nada cambiaba y el consumo de agua se mantenía en los mismos niveles, en apenas unas semanas llegaría el «día cero». Y entonces la vida se paralizaría por completo en una ciudad con más habitantes que Barcelona o Madrid.

Un bien de consumo inconsciente

La grave crisis del agua en Ciudad del Cabo no tuvo un final acorde a la épica del problema; la ciudadanía entendió que ese «día cero» —divulgado por las propias autoridades— era muy real y que lo único que podían hacer era reducir el consumo de agua y hacerlo de manera drástica.

Regresamos a la escena que abría este reportaje. Esa refrescante ducha que al final dura 10 minutos consume alrededor de 100 litros de agua; la lavadora, que hemos puesto con 7 kilos de carga, gasta entre 42 y 62 litros; el lavavajillas son 54 litros más y, según cómo nos lavemos los dientes, podemos llegar a tirar hasta 4 litros. En este cómputo hemos dejado fuera el agua usada para cocinar, regar las plantas, limpiar la casa o utilizar el inodoro. Así que imagina tener que continuar con tu rutina, pero utilizando únicamente 50 litros de agua. Ese fue el reto al que se enfrentaron en Ciudad del Cabo. Si la tendencia no se rompe, este reto pronto deberán asumirlo cada vez más ciudades, regiones y países de todo el mundo. España incluida.

No es un escenario catastrofista, sino que se trata de una realidad que preocupa especialmente a la Organización de las Naciones Unidas, entre cuyos Objetivos de Desarrollo Sostenible marcados para 2030 se encuentra el de «garantizar la disponibilidad y la gestión sostenible del agua y el saneamiento para todos».

La escasez de agua es uno de los principales problemas a los que se enfrenta la humanidad. Cada vez hay más personas en el planeta —en 2030 seremos ya 8.600 millones—, pero el acceso al agua dulce no únicamente no ha crecido en consonancia, sino que, debido al cambio climático, los procesos de desertificación se están acelerando e incluso están provocando la total desaparición de algunos mares.

Lejos de lo que pueda parecer, este no es un problema únicamente ecológico, sino que la escasez de agua es también un desafío económico.

Un recurso estratégico

Ese desayuno que nos tomábamos al inicio del reportaje estaba compuesto de frutas —digamos un aguacate, que está de moda— y de un buen vaso de zumo de naranja. Aunque no seamos conscientes de ello, para que estos alimentos hayan podido llegar a nuestra mesa han pasado por un proceso de producción que ha implicado el empleo de 170 litros de agua para las naranjas del zumo y unos 400 litros de agua para nuestros aguacates. ¿Qué recurso puede haber más estratégico que aquel que inicia la cadena alimenticia?

Nuestra dieta cotidiana requiere de enormes cantidades de agua para ser producida. El ejemplo del desayuno nos arroja, en realidad, cifras muy reducidas en comparación con lo que realmente necesitamos para mantener nuestro actual consumo calórico. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, para producir un solo kilo de carne se precisan 10.500 litros de agua, y esta cifra puede verse incrementada todavía más en función del tipo de animal empleado.

Así que aquella idea de ciencia-ficción que situaba el estallido de guerras por el control del agua es hoy un futuro cada vez más plausible.

De hecho, no será necesario tener que esperar para ver cómo el agua se utiliza ya en los conflictos actuales como un arma de guerra, una vulnerabilidad que ataca y que puede provocar más bajas enemigas que las propias bombas y balas.

En España

El sur de Europa será una de las regiones del mundo que se enfrente con mayores incertidumbres al cambio climático: la creciente contaminación del mar Mediterráneo, unido a un proceso de desertificación grave en las zonas más sureñas, harán que España tenga que potenciar todos sus recursos para aprovechar al máximo el agua de su territorio.

La buena noticia es que las Administraciones Públicas son conscientes de este escenario y que ya existen planes para paliar los efectos de un clima cada vez más extremo. Dos de ellos son el Plan Nacional de Reutilización de Aguas y el Plan Hidrológico Nacional, este más polémico por su amplio calado en el desarrollo de las diferentes regiones. Si bien es cierto que todavía queda mucho para que España pueda proclamar que está preparada para afrontar los peores escenarios que se prevén para el clima en las próximas décadas, parece claro que el uso del agua y su valor intrínseco son ya un tema de discusión tanto a nivel político como social.

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