En el año 1987 se aprobó el llamado Protocolo de Montreal, un tratado internacional que firmaron todos los países del mundo. Su objetivo consistía en reducir la producción y el consumo de sustancias que agotan la capa de ozono, como los CFC. Se trata de químicos que se empleaban, entre otros usos, en refrigeración y climatización o en aerosoles.
Gracias a la moderación en el uso de estos elementos por parte de ciudadanos e industria y a la progresiva eliminación de los CFC de su composición, el consumo de sustancias químicas dañinas para la capa de ozono se ha reducido en torno al 99% en todo el mundo. Como consecuencia de este cambio de hábitos, la capa de ozono ha comenzado a regenerarse por primera vez en décadas, tal y como respaldan algunas pruebas científicas.
Con todo, no será hasta mediados de este siglo que la capa de ozono se recuperará por completo. La razón es que las sustancias que la atacan son capaces de permanecer en la atmósfera durante años e ir eliminando moléculas de ozono.
Esta es la razón por la que no se debe bajar la guardia en la preservación de la capa de ozono, que nos protege frente a enfermedades como el cáncer de piel, las cataratas o los trastornos inmunitarios. También mantiene los ritmos naturales de crecimiento de los ecosistemas terrestres y acuáticos, claves en la cadena alimentaria. Merece la pena hacer lo posible para conservar este escudo natural, esencial para nuestra supervivencia.