No cabe duda de que la epidemia de la COVID-19 nos ha dejado un entorno en el que mandan las situaciones impredecibles y cambiantes, cuando no directamente desfavorables para cada empresa. Para adaptarse a ellas y superarlas con éxito, la clave está en la resiliencia. Es decir, que la compañía cuente con la capacidad —en términos de conocimientos, habilidades y actitudes— para operar en situaciones que se pueden complicar en cualquier momento.
El cuaderno de la Cátedra CaixaBank de Responsabilidad Social Corporativa (RSC) del IESE apunta a seis principios de la resiliencia que pueden aportar la flexibilidad suficiente a las empresas para orientar correctamente sus acciones y sobrevivir tanto en el nuevo horizonte como en los que vengan después de él.
– Disponer de recursos frente a nuevas emergencias: si algo nos ha enseñado el confinamiento y las medidas de excepción es que las situaciones de emergencia requieren contar con recursos de sobra. Por eso es tan importante asegurar que cada empresa cuenta con recursos suficientes para garantizar la viabilidad de su negocio en situaciones límite, sobre todo en lo relativo a la cadena de suministros.
– Diversidad en ideas y soluciones: apostar por ella ayuda a las compañías a asegurarse de que son resilientes cuando manda la incertidumbre. La diversidad de recursos e ideas al diseñar las soluciones y estrategias es mucho más útil ante los desafíos que vayan surgiendo que las propuestas unidimensionales. De nuevo, involucrar a todos los trabajadores en la búsqueda de esas soluciones y dialogar con otros grupos de interés ayuda a que esa diversidad sea efectiva, a recibir nuevas ideas y a contrastar las propias.
– Acción en módulos: otra de las lecciones extraídas del estado de alarma es que resulta importante evitar los contagios mediante el aislamiento. Con la cadena de suministros de las empresas ocurre lo mismo. De hecho, los sistemas muy integrados pueden ser especialmente vulnerables a situaciones de emergencia. Si se apuesta por la acción modular, diversificada en compartimentos estancos y autónomos, será más sencillo proteger las actividades indispensables para las operaciones fundamentales de la compañía y, de este modo, evitar que se interrumpan. Así, esta acción modular servirá como posible medida de contención ante nuevas situaciones de emergencia.
– Evolución y aprendizaje constantes: los entornos cambiantes, con un goteo de nuevos desafíos, exigen respuestas dinámicas por parte de las empresas. Para generarlas, es imprescindible saber aprovechar al máximo cualquier nuevo conocimiento y oportunidad que surja durante la operación retorno. Solo así se podrán integrar de verdad los conocimientos y las oportunidades que se vayan abriendo camino. Junto a los propios departamentos, esa capacidad de evolución y aprendizaje se debe extender también a la cadena de suministros y aprovisionamiento para fomentar su agilidad y adaptación ante posibles situaciones de emergencia.
– Prevenir contratiempos: tener en cuenta los peores escenarios posibles —como la posibilidad de que surja un nuevo foco de contagio del virus— es especialmente importante en un nivel de gestión de las empresas. Aunque dé la impresión de que la propagación del virus se ha frenado y que se ha conseguido controlar la primera ola de contagios, la gestión resiliente exige tener también en cuenta posibles rebrotes.
– Cooperar con otras empresas: es muy posible que, en el mundo después de la pandemia, la cooperación entre personas y empresas ocupe el puesto que hasta ahora ocupaba solo a la competencia. Por esa razón, las compañías deberán enfocar su labor de forma holística y generar cooperación en su propio ecosistema.