Que la estanflación sea un término marginal al que apenas se hace referencia en medios de comunicación tiene un poderoso motivo: su aparición es muy poco frecuente y solo se da cuando se conjugan dos factores muy concretos: inflación y recesión. Pero repasemos brevemente estos dos términos para entender mejor por qué es tan temida la estanflación.
La inflación es uno de los conceptos que más suena en la calle, pero tal vez no termine de comprenderse del todo. Acudimos al Banco Central Europeo para que nos ofrezca su definición: “se habla de inflación cuando se produce un aumento generalizado de los precios que no se limita a determinados artículos. Como resultado, pueden adquirirse menos bienes y servicios por cada euro, es decir, cada euro vale menos que antes”. O lo que es lo mismo, la ciudadanía pierde poder adquisitivo.
Sin embargo, la inflación moderada de los precios es aconsejable para mantener en funcionamiento a las economías. Así lo reconoce el propio BCE, que sitúa la inflación deseable muy cerca —aunque por debajo— del 2% anual.
Todo lo que supere esa cifra puede hacer que los precios suban demasiado rápido y que la economía de un país se acerque peligrosamente a la terrible hiperinflación, un término completamente actual que sufren países como Venezuela —la nación latinoamericana comenzó este año con una inflación del 191% en enero—. Es un caso extremo, pero muy real, de cómo unos precios desbocados pueden llegar a afectar a la economía de un país.
Al otro lado se encuentra la recesión, otro mal de las economías que desde el año 2008 ha estado muy presente en la zona euro. Se dice que un país entra en recesión cuando su PIB sufre un crecimiento negativo durante dos trimestres consecutivos. Este escenario se traduce en elevadas tasas de desempleo, disminución del consumo interno, escalada de impagos… problemas todos ellos muy recientes que todavía hoy colean en muchas de las economías europeas.
Inflación y recesión son dos graves problemas económicos que, en teoría, no se podían dar a la vez, ya que tienen causas muy distintas. Hasta que en 1965 el ministro de Finanzas del Reino Unido, Ian McLeod, tuvo que hacer frente a un duro hecho: el escenario imposible se había dado en su país. En una histórica intervención en el Parlamento británico, el perplejo ministro puso nombre a uno de los peores temores de cualquier economista: estanflación.