La inflación se descontrola de pronto y el dinero que llevamos en el bolsillo pierde prácticamente todo su valor. Parece un guion para una película distópica, pero es lo que han experimentado los ciudadanos de algunos países en determinados momentos de su historia.
La hiperinflación es un fenómeno que lleva a nuestro alrededor desde la Revolución francesa y que puede tener consecuencias dramáticas. También ha sido el desencadenante de historias muy pintorescas, desde el uso de naipes como dinero a la emisión de billetes de trillones para no tener que llevar en un remolque el dinero necesario para comprar el pan.
Básicamente, la hiperinflación es un proceso de inflación extremadamente rápido y agudo. Esto quiere decir que, en un período de tiempo muy corto, los precios de los bienes y servicios se disparan de manera incontrolada. Este término suele aplicarse cuando la tasa de inflación supera el 50 %.
Generalmente, la hiperinflación se genera cuando se produce un enorme y repentino aumento en la cantidad de dinero disponible en un país. Esto puede deberse a que el Gobierno decida emitir moneda para pagar deudas o porque la demanda de productos y servicios supere con creces a la oferta, empujando al alza los precios. Como consecuencia, incluso productos básicos como el pan, el arroz o el azúcar pueden encarecerse día tras día.
Aunque hay quien considera la crisis de los tulipanes de 1634 como el primer episodio hiperinflacionario de la historia, la Revolución francesa es la más reconocida: entonces, la inflación mensual llegó a alcanzar un pico del 304 %. Los precios se duplicaban cada 15 días.
El período de entreguerras fue el escenario en el que países como Alemania y Austria sufrieron una importante hiperinflación que alteró la vida diaria de sus ciudadanos.
En octubre de 1923, la tasa de inflación mensual en Alemania alcanzó el 29.500 % y los precios tardaban poco más de tres días en duplicarse. Ayuntamientos y bancos empezaron a emitir su propio dinero (Notgeld), respaldado en bienes como azúcar o carbón. Cuando escaseó el papel, se utilizaban trozos de naipes para imprimirlo.
El alcance de la situación en Austria se puede intuir en la autobiografía de Stefan Zweig, El mundo de ayer: «Pronto nadie supo lo que costaba nada. Los precios subían arbitrariamente; una caja de cerillas costaba veinte veces más en una tienda que había subido su precio a tiempo que en otra cuyo dueño vendía ingenuamente sus artículos al precio del día anterior. Como premio a su honradez, su tienda se vaciaba en una hora, pues la noticia corría de boca en boca y todo el mundo se apresuraba a comprar aquello que estaba en venta, sin importar si lo necesitaba o no. Al fin y al cabo, hasta un pez de colores o un viejo telescopio eran algo tangible, y todo el mundo quería cosas tangibles en lugar de papel moneda».
El mayor episodio de hiperinflación registrado lo experimentó Hungría en 1946. Su tasa de inflación mensual llegó a alcanzar el 4,19 × 1016 % y la diaria, el 207 %. En términos más sencillos, los precios se duplicaban en Hungría cada 15 horas.
Es decir: el dinero que llevaban los húngaros en la cartera por la mañana valía la mitad esa misma noche.
La II Guerra Mundial destruyó la economía del país centroeuropeo. Gobiernos sucesivos trataron de salir de la situación imprimiendo dinero, de tal manera que se disparó una espiral inflacionaria.
Se dieron entonces situaciones tan extrañas como millonarios que no podían permitirse un bollo de pan u obreros que tenían que utilizar barriles para poder llevar sus sueldos rodando a casa.
Tras Hungría, el siguiente episodio de hiperinflación más abultado del que se tiene registro fue el que sufrió Zimbabue desde principios de siglo, sobre todo entre 2007 y 2008. Hacia finales de este último año, la tasa de inflación diaria en el país africano fue del 98 %, lo que suponía que los precios se duplicaran prácticamente cada día.
La hiperinflación de Zimbabue se desencadenó a raíz de un profundo declive agrícola en el país. Tanto se devaluó el dinero que se llegó a utilizar para empapelar paredes y un periódico denunció que le resultaba más barato imprimir anuncios en billetes que hacerlo en papel.
Las consecuencias de este terremoto económico se dejaron notar durante muchos años. En 2019 se emitió un billete de 100 trillones de dólares y no era extraño que los clientes de un restaurante prefirieran recibir ingredientes extra a precios elevados en su hamburguesa para cuadrar la cuenta. La razón: ante la escasez de efectivo, los negocios utilizaban trocitos de papel como vales para dar el cambio, que podían acabar disueltos en la lavadora. Salía mejor llevarse el cambio puesto.
La hiperinflación más reciente —y una de las más prolongadas— fue la que experimentó la economía venezolana entre 2017 y 2021. El año 2018 cerró con una tasa de inflación del 130.060 %.
La caída de los precios del petróleo en 2013, la contracción de la economía y las sanciones internacionales al país se encontraban entre las causas que provocaron este problema.
Este fenómeno, junto con la escasez de dinero en efectivo, llevó a muchos venezolanos de vuelta al trueque para abastecerse. Mercados enteros dejaron de utilizar dinero o tarjetas de crédito para cobrar los productos a sus clientes, que intercambian bienes como plátanos, medicamentos o herramientas por pescados o cacao.