ECONOMÍA

De Mesopotamia a nuestros días: historia de la banca

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De Mesopotamia a nuestros días: historia de la banca
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CaixaBank

21 Agosto, 2023


La actividad bancaria ha ido históricamente de la mano del comercio y el desarrollo de las sociedades.

Las personas siempre han necesitado préstamos con los que afrontar empresas o lugares seguros donde depositar la riqueza generada y, aunque el sistema bancario que conocemos hoy en día tiene su origen en la Europa medieval, lo cierto es que la actividad bancaria y financiera es más antigua que el propio dinero.

Ligada al progreso de las civilizaciones, una estructura bancaria sólida es síntoma de salud financiera, personal y comunitaria, que permite consumir, emprender y generar mayor riqueza.

Si quieres saber cómo ha evolucionado este sistema hasta convertirse en la banca que conocemos ahora, sigue leyendo.

La banca en la Antigüedad

La actividad bancaria es tan antigua como el comercio. Allá por el 2000 a. C., Mesopotamia era una tierra fértil donde una sociedad incipiente empezaba a intercambiar bienes y servicios.

En este escenario, germen de nuestra civilización, es donde nace una «protobanca» que se ha ido remodelando con el paso de los siglos hasta llegar a nuestro actual sistema, pero sin modificar sus pilares fundamentales: tomar bienes en depósito, dar bienes en préstamo y generar confianza en sus clientes.

¿Por qué hablamos de bienes? Porque en la Mesopotamia de entonces no existía el dinero. Los bancos hacían préstamos de grano a los mercaderes y agricultores fenicios, asirios y babilonios.

Las operaciones eran anotadas en tablillas de barro (no olvidemos que la escritura nació por necesidades administrativas) y los depósitos se custodiaban en lugares seguros pero inactivos; es decir, no generaban ganancias.

Las semillas y especias se mantuvieron como moneda de trueque hasta que se impuso el uso del oro, la plata y el cobre, materiales preciosos y no perecederos que permitían estandarizar un patrón.

La banca en la época clásica

Tenemos que esperar a la Grecia clásica para empezar a ver un sistema bancario que trabajaba con monedas y ofrecía intereses a sus clientes. Los «trapezitas» (llamados así por el tipo de mesa en que atendían al público) eran los antiguos banqueros griegos, entre cuyos servicios estaban:

  • Cambio de monedas
  • Pago de intereses sobre dinero depositado
  • Casa de empeño
  • Custodia de objetos de valor

Como vemos, este sistema se acerca más al que conocemos. La figura de los «trapezitas» evolucionó, en Roma, a la de los «argentarii», ciudadanos libres que ejercían su actividad a título particular, independientemente del Estado.

Además de las funciones anteriormente mencionadas, los «argentarii» participaban en subastas, determinaban el valor de las monedas, detectaban las monedas falsas y ponían en circulación el dinero de nueva acuñación.

Paralelamente a esta figura, encontramos en Roma la de los «mensarii», banqueros públicos muy respetados que ayudaban a los plebeyos a superar las dificultades económicas, especialmente durante períodos de pobreza general.

Aunque en sus funciones eran similares a los «argentarii», su objetivo era social: los plebeyos que no afrontaran sus deudas corrían el riesgo de convertirse en esclavos, de manera que estos banqueros públicos ayudaban a mantener la paz social.

La banca medieval

Corría el año 1100 d. C. cuando los monarcas europeos convocan a sus señores feudales para defender al cristianismo del auge musulmán. Empiezan las Cruzadas.

Más allá de las leyendas artúricas, lo cierto es que las Cruzadas fueron unas campañas militares que se extendieron durante dos siglos. No es de extrañar, por tanto, que semejante contienda necesitase de recursos para sufragarse. Y es aquí donde entran los caballeros templarios fundando la primera banca, activa en parte de Europa y Oriente Medio, con la que recolectaban fondos para financiar al papa y a los monarcas cristianos.

En teoría, estos fondos iban destinados exclusivamente a sufragar la guerra santa, ya que el Concilio de Letrán (1179) había prohibido la usura a los cristianos, dejando esta actividad relegada a las comunidades judías.

Conflictos bélicos aparte, la primera banca, en el sentido moderno, florecería en las ricas ciudades del norte de Italia (centros neurálgicos de comercio marítimo): Florencia, Pisa, Venecia y Génova. Estos banqueros operaban en bancas (de ahí su nombre) situadas en las plazas públicas y potenciaron las relaciones comerciales y el intercambio cultural que haría de Italia, más tarde, el epicentro del Renacimiento.

La banca en el Renacimiento

En el Renacimiento, Europa vive una etapa de esplendor económico y cultural. Se descubre América, las potencias europeas se lanzan a conquistar territorios en ultramar, el giro antropocéntrico revoluciona las artes y las ciencias y el mecenazgo permite un florecimiento cultural sin precedentes.

En este contexto, los Medici, una poderosa familia de mecenas florentinos, fundan el Banco Medici, uno de los más prósperos de la época.

Por aquel entonces, aunque la Iglesia había condenado la usura, era quien más necesitaba de la existencia de la banca, ya que con ella sufragaba la cristiandad. Obligaba a todos a apoyar la causa, bajo riesgo de excomunión, y recibía donativos de territorios tan lejanos como Escocia o Escandinavia. El envío de dinero era peligroso en esos años, por lo que se creó un sistema con el que se «pagaba a la orden de la Curia de Roma» en la sucursal local o al corresponsal de confianza; se abonaba una comisión por el servicio, pero se evitaba el robo (o, peor aún, la condena eterna).

Así, el Banco Medici supo explotar las cartas de crédito, las sucursales (descentralizadas de la sede florentina) y el movimiento de divisas para convertirse en una importante fuerza financiera y política, llegando a ser la banca del Vaticano en 1410.

Portal del Banco de Medici. Foto: Stefano Stabile

Comienzos de la banca en España

Aunque en España había habido una importante actividad bancaria y financiera por parte de los judíos, el primer banco español fue el Banco de San Carlos, creado en 1782.

Este hito supone el primer paso para la creación de un sistema bancario nacional y se empieza a hacer circular los vales reales y cédulas al portador. Los vales sufrieron una rápida depreciación que llevó a la desaparición de la entidad, tras lo cual se fundó el Banco Español de San Fernando, en 1829. Esta institución apenas se dedicó a la financiación privada, actuando casi exclusivamente como prestamista del Estado.

Durante el reinado de Isabel II, España se vio sumida en la inestabilidad, por lo que las leyes liberales de bancos de emisión y sociedades de crédito (1856) se vieron anuladas por la crisis financiera, que llevó a suprimir la pluralidad de emisión e instauró el monopolio en manos del Banco de España (1874).

El Banco de España tuvo un papel preponderante en la economía desde finales del XIX hasta ya entrado el XX, siendo el único autorizado para emitir moneda, además de operar con el sector privado y ser prestamista del Tesoro Público.

No obstante, la Ley de Ordenación Bancaria (1921) lleva a que deje de lado la actividad comercial para pasar a ser un «banco de bancos», cambiando de funciones para sostener un sistema en que el monopolio había dejado paso a la creación de nuevas entidades bancarias.

Durante el primer tercio del siglo XX, la banca privada española va evolucionando: aparecen los bancos mixtos y los bancos oficiales. Los primeros se caracterizan por ofrecer créditos de diversa duración y participar directamente en empresas. Los segundos, por su parte, eran de titularidad privada, pero tenían un objetivo público y misiones concretas, como financiar la expansión de un sector económico u ofrecer créditos hipotecarios, por ejemplo.

También cobran importancia en estos años las cajas de ahorro (surgidas en el siglo XIX), entidades de crédito y depósito, sin ánimo de lucro, que introducían en el circuito financiero a personas con escasos recursos.

Como hemos visto, la actividad bancaria ha sido una aliada para el desarrollo de las civilizaciones. Con el transcurrir de los siglos se han ido incorporando funciones, se ha permitido ejercer esta práctica más o menos libremente o se ha centralizado la actividad en una comunidad concreta, pero su misión no se ha desvirtuado: permitir a sus clientes afrontar sus gastos, mantener a salvo sus ahorros o, incluso, emprender y atraer nuevas riquezas.