Agile es la habilidad de crear y responder al cambio. Es una forma de gestionar (y poder tener éxito) en un entorno complejo e incierto, que aparece como solución a dos problemas específicos: reducir tiempos de producción de proyectos (históricamente digitales y de programación) y reducir costes de producción. Cuando se aplican estas metodologías, ya sea en forma de Scrum, Kanban, XP o lean, la entrega del trabajo útil se realiza antes y con mayor calidad.
Además, un punto clave de este aumento de productividad es un mayor compromiso tanto del proveedor como por parte del cliente. El trabajo conjunto es un punto clave para aplicar metodologías ágiles, lo que desafía la idea de que el cliente encarga un proyecto del cual se desentiende hasta su finalización.
El cliente está presente a lo largo de todo el desarrollo y forma parte del equipo de trabajo. La manera de hacerlo puede ser con reuniones semanales periódicas o directamente con presencia física dentro del equipo, con su propio rol y funciones. Es frecuente que este rol implique quedar bajo la jerarquía del proveedor, de forma que se puede dar el curioso caso del cliente que ejecuta trabajo en su proveedor.