Siendo innovaciones maduras a nivel técnico, las tecnologías de secuestro de carbono presentan varios retos. El más evidente es que resultan costosas a nivel económico y, sin alicientes, pueden no ser utilizadas.
Un segundo reto podría ser la tentación de utilizar estas tecnologías para seguir emitiendo grandes cantidades, cuando lo que se debe hacer es utilizarlas dentro de una estrategia de reducción de emisiones para que sean realmente útiles. Es decir, el aporte neto de carbono necesita ser negativo tan pronto como sea posible, porque la actual concentración en la atmósfera ya es no sostenible para el clima.
A fecha de 2019, última de la que se tiene registros fiables, la tecnología de captura puede secuestrar 33,3 Mtpa CO₂ (megatoneladas de CO₂ por año). Sin embargo, se emiten en todo el mundo 2.400 Mtpa. Es decir, se emite 70 veces más carbono del que se puede capturar como máximo.
Por último, resulta curiosa la siguiente paradoja: los sistemas de captura de carbono dependientes de la tecnología funcionan mejor cuanto mayor es la concentración de CO₂, y funcionarán peor a medida que se descarbonice la atmósfera.
Las estrategias de reducción de emisiones y de captura de carbono han de ir de la mano para ralentizar el cambio climático, y necesitan ser aplicadas de forma masiva durante décadas. Aunque su uso aún es embrionario, tienen un enorme potencial por delante para asegurar el futuro del planeta y de las siguientes generaciones.