Firmamos contratos para casi todo y llevamos siglos haciéndolo: para contratar una hipoteca, para comprar muebles, para mantener nuestros datos a salvo… Las posibilidades son infinitas. Se trata de documentos que, en esencia, establecen un acuerdo entre dos partes que se comprometen a cumplir una serie de condiciones. Es una manera de establecer la confianza necesaria para que lo acordado llegue a buen fin.
Pensemos, por ejemplo, en una tienda de ropa que compra su mercancía a un fabricante o dos personas que se ponen de acuerdo para la compraventa de un coche. En ambos casos, lo aconsejable es firmar un contrato por el que cada parte se comprometa a cumplir las condiciones acordadas. Aun así, siempre puede quedar cierto margen para la duda. Si pagamos antes de recibir el bien o, por el contrario, si enviamos el bien antes de recibir el pago completo, ¿qué ocurre si la otra parte no cumple con lo acordado? Por mucho que esa posibilidad esté contemplada y podamos acudir a algún mediador en caso de incumplimiento, siempre existe cierto riesgo.
Para acabar con este dilema ha llegado una de las tecnologías más punteras de la actualidad, la blockchain, y lo ha hecho con una nueva generación de contratos bajo el brazo. Son los llamados smart contracts, que prometen acabar con ese vértigo que sentimos en el momento de desprendernos de nuestro dinero para adquirir un bien o servicio. Por algo son inteligentes.