Para decir que una vivienda es pasiva no basta con orientarla, aislarla bien y conseguir que no desentone con su entorno. De hecho, existe un estándar denominado Passivhaus que es el que se utiliza para distinguirlas.
Se trata de un concepto que desarrollaron a principios de los años 90 los profesores Wolfgang Feist, del Instituto de la Vivienda y el Medio Ambiente de Darmstadt (Alemania) y Bo Adamson, de la Universidad de Lund (Suecia). Fueron ellos quienes establecieron qué requisitos debía cumplir una vivienda para ser certificada como pasiva. A partir de ese estándar, Feist fundó el Passivhaus Institut, que es el organismo que otorga el certificado Passivhaus o «casa pasiva» a las viviendas.
Básicamente, se trata de minimizar el uso de los sistemas de climatización tradicionales gracias al aprovechamiento de las condiciones climáticas del lugar donde se construye la vivienda, a su propia orientación y al uso de métodos de eficiencia energética. En relación con esto último, los cinco principios básicos para la construcción de una vivienda pasiva son los siguientes:
– Aislamiento térmico eficaz de los elementos exteriores: se trata de una característica que puede elevar el ahorro de energía hasta el 30 % respecto a una casa mal aislada. Según la Plataforma de Edificación Passivhaus, tanto las paredes exteriores como la cubierta y la solera deben tener una baja transmitancia térmica. Por su parte, el grosor del aislamiento dependerá del clima: de los 25 cm en Girona a los 5 cm en Murcia.
– Ventanas de altas prestaciones: se trata de cubrir al máximo los huecos a través de los cuales se pueden escapar el calor o el frío interiores. Para ello, es necesario recurrir a ventanas con marcos bien aislados, con carpinterías de calidad y doble o triple vidrio rellenos de gases inertes como el argón o el criptón. Además, deben reflejar el calor al interior de la vivienda en invierno y mantenerlo fuera en verano.
– Recuperación de calor por ventilación: se trata de un factor clave que permite mantener una buena calidad de aire en el interior y ahorrar energía. En las casas pasivas, al menos el 75 % del calor procedente del aire viciado que se desecha se utiliza para precalentar el aire limpio que entra. Además, el sistema de filtrado del aire exterior evita la entrada de alérgenos como el polvo o el polen.
– Ausencia de puentes térmicos: las esquinas, ejes o juntas de las casas también producen pérdidas o ganancias de temperatura, por eso se deben planificar y ejecutar con sumo cuidado. Esto se debe a que pueden provocar variaciones en la resistencia térmica de la envolvente del edificio, que se conocen como puentes térmicos.
– Estanqueidad del edificio: las grietas y huecos provocan corrientes de aire ineficientes, por eso se deben evitar al máximo. De nuevo, la envolvente del edificio es fundamental en este caso.
Junto a estos cinco principios constructivos, es muy importante el diseño bioclimático de las casas pasivas, esencial para su eficiencia energética. Para ello, es necesario estudiar a fondo el clima del lugar donde se levantará la vivienda, así como otros factores como la forma, el volumen, la captación y protección de la radiación solar o cómo le afectan las sombras. También se debe procurar que su impacto sobre el paisaje sea mínimo o nulo y elegir materiales sostenibles.
¿Serán las casas pasivas el futuro de la construcción? Todavía es pronto para afirmarlo. Eso sí, sus principios concuerdan en gran medida con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) fijados por la ONU en su Agenda 2030 con la finalidad de alcanzar la prosperidad del planeta sin comprometer su futuro. Desde luego, aplicarlos al lugar en el que vivimos parece una gran idea para avanzar en la dirección correcta.