ECONOMÍA

De Jonathan Swift a Bangladés: la historia de los microcréditos

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De Jonathan Swift a Bangladés: la historia de los microcréditos
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CaixaBank

24 Noviembre, 2022


Seguro que has oído hablar de los microcréditos. Son esos pequeños préstamos que se conceden a personas que tienen complicado acceder a la financiación tradicional. Los microcréditos ayudan a poner en marcha negocios, a hacer frente a gastos familiares o a estudiar, por poner tres ejemplos habituales.

Todo esto puede sonar como algo muy moderno, pero lo cierto es que ya en el siglo XVIII existía algo muy similar a los microcréditos de la actualidad. Desde entonces los han concedido escritores de fama universal, organizaciones musicales, cooperativas de agricultores e incluso algún que otro Premio Nobel de la Paz. Su principal objetivo: que las personas que los necesitaban pudieran salir adelante. Sin duda, los microcréditos tienen una interesante historia detrás.

De Los viajes de Gulliver a las cooperativas de crédito

Aunque se considera que el Banco Grameen fue el pionero en la concesión de microcréditos en el mundo, lo cierto es que este tipo de financiación ya tuvo ciertos antecedentes hace algunos siglos, tal y como recoge la catedrática Begoña Gutiérrez Nieto.

Uno de sus abuelos fue el escritor de Los viajes de Gulliver, Jonathan Swift, un ingenioso irlandés de pluma afilada nacido en 1667, que fue deán de la Catedral de San Patricio de Dublín.

Swift era una persona concienciada sobre los graves problemas económicos que atravesaban sus compatriotas, que en ocasiones apenas podían dar de comer a sus hijos por tener que pagar el arriendo de sus tierras a los terratenientes ingleses. Tanto es así que, al morir, el genio irlandés donó la mayor parte de su fortuna a los pobres.

Sin embargo, eso no fue lo único que hizo. A principios del siglo XVIII, Swift había observado el círculo vicioso que se establecía entre la pobreza, la falta de acceso a recursos y la limitada capacidad de inversión de los menos favorecidos. En lugar de cruzarse de brazos, decidió crear un fondo de su propio bolsillo con 500 libras para prestar pequeñas sumas, de cinco o diez libras, a artesanos pobres que presentaran el aval de dos vecinos. Los prestatarios debían devolver cada semana dos o cuatro chelines, sin intereses.

Al no haber una garantía física, la idea era que los propios vecinos avalistas presionaran al prestatario si era impuntual en los pagos para evitar ser llevados ante un juez por impago.

Este sistema implantado por Jonathan Swift fue copiado más tarde por la Sociedad Musical de Dublín, que comenzó a utilizarlos para realizar préstamos de entre dos y cuatro libras a partir de los beneficios de sus actuaciones musicales. Entre 1747 y 1768, unos 5.290 prestatarios distintos se habían beneficiado de ellos.

Otra iniciativa similar fue la de las sociedades benéficas de préstamo inglesas, como la de Samuel Wilson, quien aportó en 1766 un fondo de 20.000 libras para prestar a jóvenes emprendedores de Londres con negocios recientes. Para acceder a ellos, también debían aportar dos cosignatarios.

Cuestión de confianza

Todas estas actividades tenían dos ingredientes en común: el bajo importe de los créditos y la presión que ejerce el entorno cercano sobre el prestatario para que devuelva el dinero en plazo.

De hecho, este aspecto fue crucial en otras iniciativas de gran éxito precursoras de los microcréditos, como las cooperativas de crédito rurales alemanas. A principios del siglo XX había 14.500 de estas cooperativas, que seguían un modelo implantado por el cooperativista Friedrich Wilhelm Raiffeisen.

Estas instituciones realizaban préstamos a partir de los ahorros que aportaban sus miembros. Los prestatarios tenían que aportar también otras dos firmas y podían optar a préstamos de pequeña cuantía. Estas cooperativas tenían una tasa elevada de devolución, entre otras razones, porque todos los miembros se conocían.

El modelo se extendió posteriormente por varias regiones alemanas e incluso a otros países europeos como Austria, Suiza, Bélgica o Italia. Su éxito inspiró la lucha contra la pobreza en India, donde se establecieron cooperativas similares a las que se adhirieron más de 400.000 personas pobres hasta 1912. Fue el germen de lo que implantaría el Premio Nobel de la Paz Muhammad Yunus entre los años 60 y 70 del siglo pasado en Bangladés.

El Banco Grameen, pionero en microcréditos

Yunus observó en la zona de Jobra (Bangladés) cómo la falta de acceso a financiación bancaria perpetuaba la pobreza de sus habitantes. Entre los obstáculos para que las personas con menos recursos accedieran a la financiación bancaria que necesitaban, observó que se encontraba la carencia de avales que respaldaran las operaciones. Y eso que entre todas las personas más endeudadas de Jobra no debían más que 27 dólares.

A consecuencia de esta realidad, las únicas fuentes de financiación a las que podían acceder estas personas eran prestamistas que imponían condiciones leoninas. Era el caso de Sophia, una cestera que había cedido los derechos de compra de toda su producción a un usurero local a cambio de un préstamo de menos de un dólar.

Precisamente fue Sophia la primera persona a la que Yunus prestó dinero. A ella y al resto de personas les pidió únicamente que se centraran en su trabajo y que devolvieran el préstamo cuando pudieran. Eso sí, tenían que formar parte de un grupo de cinco personas que ejercían control unas sobre las otras.

Yunus repitió esta experiencia durante nueve años para perfeccionar el sistema y acabó creando, en 1976, el Banco Grameen. Esta entidad está especializada en financiación a personas sin recursos para poner en marcha sus proyectos empresariales. La tasa de devolución de los préstamos es del 97 % en este banco.

La filosofía de esta entidad está detrás de la implantación de otras iniciativas similares en todo el mundo. Esto incluye a países desarrollados, donde algunas entidades utilizan el modelo para ayudar a personas que, de otra manera, no tendrían acceso a financiación para llevar a cabo sus proyectos de desarrollo personal y profesional.

A finales del siglo XX existían ya unas 2.000 instituciones de microfinanzas. En 2019, el valor de la cartera total de microcréditos en Europa se situaba en los 3.700 millones de euros y el número de prestatarios activos alcanzaba los 1,3 millones.

Microcréditos en España

En España, las entidades financieras comenzaron a conceder microcréditos en el siglo XXI. Los prestatarios suelen pertenecer a colectivos vulnerables, tales como parados de larga duración, mujeres en situación de vulnerabilidad, inmigrantes u hogares monoparentales.

También estudiantes o familias que atraviesan una etapa económica inestable suelen recurrir a este tipo de pequeños préstamos, así como personas que buscan el autoempleo y no pueden acceder a la financiación tradicional.

De hecho, así es como surgió MicroBank en 2007, como un banco social cuya misión consiste en preservar la función de acceso al crédito a los colectivos con mayores dificultades. De esta manera, daba continuidad a la labor que ”la Caixa” había iniciado desde su fundación en 1904. En realidad, los primeros microcréditos se concedieron en 2002 a través de la Obra Social “la Caixa”, aunque esta actividad la continuaría MicroBank desde su puesta en marcha.

A lo largo de los años, MicroBank ha ido evolucionando su oferta de productos y servicios adaptados a las necesidades de los distintos colectivos. Hoy, MicroBank representa la práctica totalidad de la producción que se realiza en la concesión de microcréditos en España, según recoge el informe EMN Microfinance in Europe: Survey Report. Además, se trata de la única entidad financiera en España que se dedica principalmente a la financiación de proyectos a través de microcréditos.

Hoy son millones las personas de todo el mundo que se benefician de aquel invento que llevó a Jonathan Swift a reaccionar en plena hambruna de Irlanda y que busca cambiar el círculo vicioso de la pobreza por el círculo virtuoso de la prosperidad.

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