La isla habitada más remota del mundo es británica. Es la única con humanos del archipiélago Tristán de Acuña —Tristão da Cunha en portugués—, del que recibe el nombre. Está tan alejada de todo que ni siquiera la pandemia de COVID-19 ha llegado a sus orillas. De hecho, allí no es necesario guardar medidas de distancia social debido al extremo aislamiento en el que viven sus habitantes, entre otras razones porque se ha prohibido el desembarco de cualquier crucero o buque de carga debido precisamente a la emergencia sanitaria.
En Tristán de Acuña viven 244 ciudadanos británicos, según los últimos datos que recoge su página web. Está situada en el Atlántico Sur. Para llegar a ella —cuando las circunstancias son normales— solo hay disponibles unos pocos viajes regulares marítimos a lo largo de todo el año y algún crucero, aunque también es posible hacerlo si se dispone de un yate privado. Si logramos que el Consejo de la isla apruebe nuestra visita, tal vez un barco científico de camino al Polo Sur que salga de Cape Town (Sudáfrica) podría llevarnos a sus orillas y pasar a recogernos, con suerte, un mes más tarde. Esto se debe, en parte, a que en Tristán de Acuña no hay aeropuerto, pese a lo remoto de su ubicación.
La única ciudad que hay en el archipiélago recibe el elocuente nombre de Edimburgo de los Siete Mares. Actualmente, en la isla apenas hay nueve apellidos diferentes y siete de ellos proceden directamente de los padres fundadores del asentamiento. Comenzaron a llegar en 1816, cuando la Corona inglesa envió un destacamento para evitar que los franceses trataran de rescatar a Napoleón de la “vecina” Santa Elena, situada a más de 2.000 km.
La vida allí es similar a la de cualquier pequeña población pesquera del Reino Unido, con escuelas, iglesias, un pequeño hospital y cafés. La principal diferencia tal vez sea que, para tomarse algo en el pub de Edimburgo de los Siete Mares, resulta necesario viajar por mar durante una semana.