Peseta, euro, real… ¿sabrías nombrar alguna otra moneda que se haya utilizado en España?
Lo cierto es que en este territorio han llegado a circular de manera habitual muchas monedas diferentes. Algunas de ellas, llegadas de latitudes lejanas y otras, nacidas en su propio seno.
La dracma, el shekel, el denario o el excelente han sido algunos de los instrumentos que han utilizado los habitantes del espacio que ocupa ahora España para sus transacciones.
Estas monedas son pequeños testigos de la historia de España que hablan de credos, reinos, dinastías, imperios y colonizaciones, entre otros hitos. Merece la pena conocer algunas de ellas.
Alrededor del año 460 a. C., colonos griegos que habían fundado un siglo antes la ciudad de Emporion (San Martín de Ampurias, Girona) acuñaron las primeras monedas que se produjeron en la península ibérica.
Se trataba de piezas de plata de estilo griego que se utilizaban tanto para el comercio con otras ciudades del Mediterráneo como para uso local.
A partir del siglo III a. C., la prosperidad económica en la zona llevó a la acuñación de la dracma. Aparecía en esta moneda una diosa rodeada de delfines, el caballo alado Pegaso y una leyenda en griego que rezaba: «de los ampuritanos».
La dracma sirvió para popularizar el uso de monedas entre las poblaciones indígenas cercanas.
Esta moneda es fiel testigo de la presencia de fenicios y cartagineses en Iberia. Según explica el Museo Arqueológico Nacional, donde se encuentra expuesta junto a todas las demás que se mencionan en este artículo, fueron los cartagineses los que acuñaron las monedas más espectaculares de la Antigüedad hispana.
Utilizaban sus shekels para transmitir el poder de Cartago a través de sus dioses, caballos, naves de guerra y elefantes que aterrorizaban a los enemigos.
Con la llegada de Roma a Iberia en el 218 a. C. lo hicieron también sus monedas. Las más importantes, el denario y el áureo, se crearon por entonces.
Fue en el 211 a. C. concretamente cuando nació el denario, una moneda con un gran alcance, ya que fue origen de otras monedas antiguas y medievales, así como de nuestra palabra «dinero». Valía 10 ases de bronce, de ahí su nombre, y se convirtió en la moneda de la romanización.
También existieron los denarios ibéricos, acuñados por íberos, celtíberos y otros pueblos. Como se desconoce su nombre indígena, a estas divisas se las conoce también como «denarios».
La moneda fue un pilar fundamental del Imperio romano, que se producía en la capital en enormes cantidades para su distribución a las provincias. En estas piezas aparecía la cabeza del emperador, junto a grandes construcciones públicas, victorias militares y alegorías de la buena marcha política.
El áureo de oro era la moneda situada en la cúspide de este sistema y su acuñación masiva fue posible gracias al metal extraído de las Médulas (León). Incluso algunas formas se acuñaron en las ciudades que ahora son Zaragoza, Córdoba y Tarragona.
El poder islámico trajo a la Península su propio sistema monetario, basado en el dinar de oro, el felús de cobre y especialmente el dírham de plata.
Las primeras emisiones se correspondían con dinares gruesos y toscos con inscripciones en latín, aunque pronto aparecerían también en árabe a partir del año 712 d. C. para pagar a las tropas durante la conquista.
Su nombre procede del denario romano y era la moneda más característica de la Edad Media cristiana en Europa. Las primeras emisiones cristianas de la Península son dineros de plata de Carlomagno acuñados a partir del 785 en el territorio de la actual Cataluña, donde una serie de ducados trataban de contener el avance islámico hacia los Pirineos.
Las monedas andalusíes evolucionaron hasta las últimas emisiones islámicas de la Península, hacia finales del siglo XV, entre las que se encontraban las doblas granadinas.
Estas monedas incluyen largos textos, entre ellos el lema de la dinastía y la genealogía del gobernante. Resultan muy útiles para trazar el árbol genealógico de los reyes nazaríes, un tema que resultaba confuso en las crónicas.
«Real» era el nombre que recibían las monedas propias de los reyes y que se diferenciaban de otras emisiones locales, de obispos y nobles. Introducido en la Península a partir del año 1300, el real tuvo un recorrido enorme: con el tiempo se convirtió en unidad del sistema de plata español y no desapareció hasta 1864.
La unión de los reinos de Castilla y Aragón mediante el matrimonio de los Reyes Católicos provocó grandes cambios que culminarían con la transformación de los reinos medievales en un único estado.
En este contexto se comenzó a acuñar el excelente a partir de 1497, llamado así por su altísima calidad. Tuvo un enorme prestigio y se empleó en el comercio a larga distancia en Europa y las rutas hacia Oriente. Décadas después de la muerte de los reyes Isabel y Fernando se siguió acuñando para mantener la confianza de los mercados.
Los barcos cargados de dinero que procedían de América traían esta moneda, que acuñaba Castilla y se impuso como divisa internacional desde el siglo XVI. Los reales de a ocho se conocían también como pesos y duros. Circularon por todo el mundo, uniendo por primera vez Europa, América y Asia en una red de negocios.
Tras el derrocamiento de Isabel II en 1868, el Gobierno Provisional suscribió la Unión Monetaria Latina, que era un convenio que equiparaba el peso, tamaño y ley de las divisas según el sistema métrico decimal. Fue el nacimiento de la peseta, aunque ese nombre ya se había utilizado anteriormente para denominar una pieza de dos reales. Fue la moneda en España durante más de un siglo, hasta que en 2002 la sustituyó el actual euro.