Cada vez que nos preocupamos por la sequía, los humanos tendemos a mirar al cielo. Es natural, ya que su solución suele proceder de allí en forma de nubes negras. Sin embargo, cuando el agua escasea, rara vez dirigimos nuestra mirada al suelo. Y deberíamos hacerlo, ya que es allí donde esa carencia provoca las consecuencias más desastrosas. De hecho, la ONU celebra cada año el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía, dos fenómenos que tienen mucho que ver y que provocan más muertes y desplazamientos humanos que cualquier otro desastre natural.
Desertificación: llegó la hora de mirar al suelo
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CaixaBank
18 Junio, 2020
En qué consiste la desertificación
También ocurre que cuando nos preocupamos por la desertificación solemos hacerlo de manera parcial. Lo más habitual es que nos imaginemos el desierto del Sahara avanzando hasta inundar países enteros. Y no se trata exactamente de eso.
Según la definición de la Convención de Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CLD), este fenómeno consiste en la degradación de las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas resultante de diversos factores, tales como las variaciones climáticas y las actividades humanas.
Esto quiere decir, básicamente, que no es que los desiertos avancen, sino más bien que los suelos de esas zonas se degradan por efecto del cambio climático y de un sistema de explotación insostenible que agota los nutrientes del suelo y los acuíferos subterráneos.
En España, según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, dos tercios del territorio pertenecen a las categorías de áreas áridas, semiáridas y subhúmedas secas, por lo que se encuentran potencialmente afectadas por este fenómeno.
Desertificación: una amenaza compleja
La desertificación es una amenaza que no tiene una solución sencilla. Basta con echar un vistazo al entorno en el que suele producirse para darse cuenta de su complejidad.
El caso es que hay unos 2.000 millones de personas en el mundo cuya alimentación depende precisamente de los ecosistemas de las zonas secas. Aunque las tierras de esas áreas son terrenos de poca productividad, es necesario trabajarlas para mantener a toda esa población, pero su explotación intensiva degrada rápidamente los suelos. Cuando ya no pueden dar más sustento a la población, esas tierras son abandonadas y contribuyen a las migraciones de las zonas rurales a las ciudades.
Más en concreto, las principales causas por las que se produce el fenómeno de la desertificación son especialmente tres: la desaparición de la cubierta vegetal que mantiene la capa fértil del suelo debido a la tala de árboles y arbustos; el sobrepastoreo, que impide la regeneración de las plantas al ritmo que son consumidas por los animales, que a su vez destruyen las capas superiores del suelo con sus pisadas; y la agricultura intensiva, que agota los nutrientes del suelo. También otras actividades, como la minería, pueden influir en la desertificación.
Para acabar de complicar las cosas, el viento y el agua torrencial también contribuyen a la desertificación porque arrastran la capa superficial de suelo fértil. Todos estos factores combinados y repetidos en el tiempo acaban por convertir lo que antes era tierra seca en un desierto.
En el caso español, problemas como los repetidos incendios, la extrema variabilidad de las lluvias, un relieve desigual con laderas escarpadas y paisajes muy diversificados, o la sobreexplotación de acuíferos, agravan este proceso.
Qué podemos hacer contra la desertificación
La respuesta que buscan desde hace años los distintos organismos internacionales para combatir la desertificación tiene mucho que ver con la sostenibilidad. De hecho, el Día Mundial de la Desertificación y la Sequía de este año se centra en promover un cambio en la manera que tenemos de producir y consumir hacia patrones que sean más sostenibles.
En este contexto, la lucha contra este problema contribuye directamente a algunos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) marcados por la ONU en su Agenda 2030 para preservar la prosperidad de la sociedad y la salud del planeta. Entre ellos, el número 2 (Hambre cero), el número 13 (Acción por el clima) y el número 15 (Vida de ecosistemas terrestres).
La Convención para Combatir la Desertificación de la ONU se muestra así de rotunda: si queremos tener suficiente tierra productiva para alimentar a 10.000 millones de personas en 2050, nuestro estilo de vida tiene que cambiar. De hecho, el organismo considera que, con cambios en el comportamiento de consumidores y empresas, junto a la adopción de una planificación más eficiente y prácticas más sostenibles, podría haber suficiente tierra para cubrir esa demanda.
En este sentido, propone que cada consumidor se preocupe por comprar productos que no degraden los suelos y enviar así una señal clara a proveedores, productores y administraciones. Se trata, en definitiva, de ejercer un consumo responsable para cambiar el actual modelo que daña los ecosistemas. De hecho, el organismo calcula que solamente con los cambios en la dieta pueden liberarse entre 80 y 240 millones de hectáreas de terreno para otros usos.
Una tarea de todos
Sin embargo, frenar la desertificación no es solo responsabilidad de los ciudadanos. Autoridades y empresas también pueden apoyar esta tarea e incluso ayudar a restaurar de muchas maneras los suelos de los ecosistemas que ya están dañados.
Algunas de ellas son la reforestación y regeneración de especies arbóreas, las mejoras en la gestión del agua, la promoción de barreras de bosques que protejan las tierras de la erosión por viento, la regeneración de la cubierta vegetal para fertilizar el suelo o el uso de residuos de poda selectiva para abonar los campos.
En este sentido, CaixaBank participa en varios proyectos de reforestación para compensar su huella de carbono. En uno de ellos, más de 30 voluntarios de la entidad colaboraron con la plantación de nuevas especies locales en 4,9 hectáreas de bosque quemado en Ejulve (Teruel) para evitar la erosión y promover la biodiversidad. En esta misma línea, CaixaBank ha promovido también la plantación de 4.500 árboles de especie autóctona en 11 hectáreas quemadas en el entorno de Montserrat (Barcelona) por una empresa que trabaja con personas en riesgo de exclusión social.
La entidad ha apoyado también un proyecto para proteger 500.000 hectáreas de plantaciones de nuez en una zona situada en la frontera entre Perú y Brasil, una acción que permite reducir unos dos millones de toneladas de CO2 al año.
La financiación resulta clave para poder llevar a cabo todas estas iniciativas. En este sentido, en 2019 CaixaBank concedió un total de 1.546 millones de dólares en préstamos verdes y cuenta con líneas específicas para financiar proyectos agrarios de desarrollo sostenible a través de AgroBank. En concreto, las iniciativas apoyadas están relacionadas con la eficiencia en el uso del agua, la agricultura ecológica, la gestión de residuos o el desarrollo del entorno rural. Todas ellas están relacionadas con algunos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible establecidos por la ONU para lograr la prosperidad sin dañar al planeta, como el número 2 (Hambre cero), el 6 (Agua limpia y saneamiento), el 12 (Producción y consumo responsables), el 14 (Vida submarina) o el 15 (Vida de ecosistemas terrestres).
Tal vez a partir de ahora contemplemos el suelo con otros ojos. Protegerlo es uno de los desafíos más importantes que afronta la humanidad de cara al futuro, así que merece la pena tenerlo presente en nuestros actos cotidianos.