> contaminación – El Blog de CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank El Blog de CaixaBank Fri, 21 Apr 2023 13:58:40 +0000 es-ES hourly 1 Inteligencia artificial para frenar el cambio climático https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/inteligencia-artificial-para-frenar-el-cambio-climatico/ https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/inteligencia-artificial-para-frenar-el-cambio-climatico/#respond Fri, 23 Oct 2020 16:22:17 +0000 CaixaBank CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/?p=39282

El cambio climático es un problema muy complejo. Tanto es así, que llevamos décadas analizando su existencia, sus causas y sus posibles soluciones. De hecho, el primer informe exhaustivo sobre el cambio climático mundial debido al dióxido de carbono supera ya los 40 años. Desde su publicación, todavía seguimos investigando cómo frenar esta lacra que pone en jaque la propia supervivencia del planeta.

Es un problema que nos trae de cabeza a todos. Padres que se preocupan por el futuro de sus hijos, ciudadanos concienciados que temen por la biodiversidad del planeta, hogares que practican la eficiencia energética… son muchas las personas que ya tratan de involucrarse y poner su granito de arena para frenar la amenaza del cambio climático con el esfuerzo de todos.

Los datos apoyan la idea de que cada acción cuenta: simplemente con cambiar nuestro viejo frigorífico por un modelo moderno de alta calidad podremos reducir las emisiones anuales de CO2 en 100 kg. Y tender la ropa en lugar de usar la secadora nos ahorrará unos 300 kg de CO2.

Tan importante es el cambio climático, que la ONU lo ha incluido como uno de sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), una serie de prioridades marcadas para asegurar la prosperidad de las generaciones presentes y futuras. Concretamente, el ODS n.º 13 (Acción por el clima) anima a adoptar medidas urgentes para combatir este fenómeno y sus efectos. Una tarea en la que la tecnología punta, como la inteligencia artificial, nos puede echar una mano.

Un problema de largo recorrido

Resulta que, aunque llevamos décadas siendo conscientes de la existencia del cambio climático, todavía no hemos logrado pararlo. Según la ONU, ni siquiera nos ayudará de manera consistente a lograrlo el parón económico que sufrió el mundo este año debido a la pandemia de la COVID-19.

Pese a que se estima que las emisiones de gases de efecto invernadero caerán el 6% en 2020, esa mejora solo será temporal. De hecho, se espera que regresen incluso a niveles mayores cuando la economía vuelva a recuperarse de la pandemia.

Esto significa que el cambio climático no se detendrá y que seguirá con sus devastadoras consecuencias, que también afectan a la economía. No hay más que pensar en el coste que suponen los huracanes, las pérdidas de cosechas a causa de la sequía, los incendios forestales o las grandes migraciones que impiden la fijación de la riqueza en distintas áreas del globo.

Sin embargo, no todo está perdido. El desarrollo tecnológico, especialmente en inteligencia artificial, puede suponer un importante salto adelante en la comprensión de este fenómeno que todavía seguimos estudiando. Incluso puede ayudar a tomar decisiones más acertadas para combatirlo de manera mucho más eficiente.

Inteligencia artificial que cuida el planeta

Normalmente asociamos la aplicación de la inteligencia artificial a cuestiones relacionadas con los negocios. Sin embargo, también es una pieza clave que está revolucionando investigaciones de todo tipo. La clave está en que un solo software tiene la capacidad de ahorrar a los investigadores cientos de horas de trabajo manual.

Este principio ya se aplica a la lucha contra el cambio climático y grandes compañías tecnológicas como Google, IBM o Microsoft impulsan el uso de la inteligencia artificial para combatir el cambio climático.

Un ejemplo de ello es el proyecto SilviaTerra que promueve Microsoft. Este software es capaz de predecir la salud de los bosques a partir de imágenes por satélite y avisar sobre las actuaciones que se deben tomar para revertir cualquier problema. De esta manera, agiliza considerablemente el trabajo sobre el terreno en grandes áreas y ayuda a tomar las mejores decisiones para conservar un recurso, los árboles, clave para absorber gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono.

Sin embargo, la tecnología puede tener dos caras en lo que a cambio climático se refiere. Nos ayuda a combatirlo, pero también lo puede empeorar. Pensemos en los recursos energéticos necesarios para enfriar los enormes centros de datos que emplean compañías como Google. En este sentido, el proyecto DeepMind ha sido capaz de crear un algoritmo que se enseña a sí mismo cómo utilizar la mínima cantidad posible de energía en esta tarea. Como resultado, se logró una disminución del 40% y una herramienta que se puede utilizar en muchos otros proyectos.

Por su parte, la iniciativa Green Horizon de IBM, también basada en inteligencia artificial, es capaz de crear predicciones de contaminación y meteorológicas que ayudan a las autoridades a tomar mejores decisiones a la hora de reducir sus emisiones contaminantes.

Pasar a la acción

La inteligencia artificial puede ayudarnos a combatir el cambio climático, pero la acción humana es imprescindible para poder superar este problema. No podemos delegar todo el trabajo en las máquinas: la concienciación y la acción de ciudadanos, Administración y empresas es imprescindible para el éxito.

Un buen ejemplo de ello son las distintas iniciativas que se desarrollaron en el marco de la Semana Social Digital de Voluntarios “la Caixa”, que este año se celebra entre los días 17 y 25 de octubre. Así, la delegación de voluntarios de Almería ha organizado una plantación de especies autóctonas en el monte de Pinar del Rey en Vélez Rubio que se celebrará el próximo 7 de noviembre. Por su parte, la delegación de Andalucía oriental ha organizado un taller de reciclado de ropa usada para convertirla en bolsas para guardar las mascarillas.

También destaca en este sentido la iniciativa de los voluntarios de la Comunidad Valenciana, que animaba a llevar a cabo acciones por el medio ambiente como plantar un árbol o recoger desperdicios en el entorno natural. Por cada una de estas acciones, se realizará una donación a Save The Children. Por su parte, los voluntarios de Burgos y Soria explicaban cómo reducir la basura digital que acumulamos en nuestros dispositivos y que supone un aumento en el consumo de energía de los centros de procesamiento de datos en la nube.

CaixaBank cuenta con su Declaración sobre cambio climático, que promueve el apoyo financiero a iniciativas de energías renovables, así como infraestructuras y agricultura sostenibles, entre otros. También la gestión del riesgo medioambiental en la financiación de proyectos e incluso el establecimiento de objetivos anuales de reducción de huella de carbono de la actividad de la propia entidad. La transparencia en la información sobre sus progresos y las alianzas con otros organismos forman parte asimismo de esta declaración.

El cambio climático no espera y es imprescindible actuar ya para lograr frenarlo. El futuro de la sociedad y del planeta depende de ello.

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El cambio climático es un problema muy complejo. Tanto es así, que llevamos décadas analizando su existencia, sus causas y sus posibles soluciones. De hecho, el primer informe exhaustivo sobre el cambio climático mundial debido al dióxido de carbono supera ya los 40 años. Desde su publicación, todavía seguimos investigando cómo frenar esta lacra que pone en jaque la propia supervivencia del planeta.

Es un problema que nos trae de cabeza a todos. Padres que se preocupan por el futuro de sus hijos, ciudadanos concienciados que temen por la biodiversidad del planeta, hogares que practican la eficiencia energética… son muchas las personas que ya tratan de involucrarse y poner su granito de arena para frenar la amenaza del cambio climático con el esfuerzo de todos.

Los datos apoyan la idea de que cada acción cuenta: simplemente con cambiar nuestro viejo frigorífico por un modelo moderno de alta calidad podremos reducir las emisiones anuales de CO2 en 100 kg. Y tender la ropa en lugar de usar la secadora nos ahorrará unos 300 kg de CO2.

Tan importante es el cambio climático, que la ONU lo ha incluido como uno de sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), una serie de prioridades marcadas para asegurar la prosperidad de las generaciones presentes y futuras. Concretamente, el ODS n.º 13 (Acción por el clima) anima a adoptar medidas urgentes para combatir este fenómeno y sus efectos. Una tarea en la que la tecnología punta, como la inteligencia artificial, nos puede echar una mano.

Un problema de largo recorrido

Resulta que, aunque llevamos décadas siendo conscientes de la existencia del cambio climático, todavía no hemos logrado pararlo. Según la ONU, ni siquiera nos ayudará de manera consistente a lograrlo el parón económico que sufrió el mundo este año debido a la pandemia de la COVID-19.

Pese a que se estima que las emisiones de gases de efecto invernadero caerán el 6% en 2020, esa mejora solo será temporal. De hecho, se espera que regresen incluso a niveles mayores cuando la economía vuelva a recuperarse de la pandemia.

Esto significa que el cambio climático no se detendrá y que seguirá con sus devastadoras consecuencias, que también afectan a la economía. No hay más que pensar en el coste que suponen los huracanes, las pérdidas de cosechas a causa de la sequía, los incendios forestales o las grandes migraciones que impiden la fijación de la riqueza en distintas áreas del globo.

Sin embargo, no todo está perdido. El desarrollo tecnológico, especialmente en inteligencia artificial, puede suponer un importante salto adelante en la comprensión de este fenómeno que todavía seguimos estudiando. Incluso puede ayudar a tomar decisiones más acertadas para combatirlo de manera mucho más eficiente.

Inteligencia artificial que cuida el planeta

Normalmente asociamos la aplicación de la inteligencia artificial a cuestiones relacionadas con los negocios. Sin embargo, también es una pieza clave que está revolucionando investigaciones de todo tipo. La clave está en que un solo software tiene la capacidad de ahorrar a los investigadores cientos de horas de trabajo manual.

Este principio ya se aplica a la lucha contra el cambio climático y grandes compañías tecnológicas como Google, IBM o Microsoft impulsan el uso de la inteligencia artificial para combatir el cambio climático.

Un ejemplo de ello es el proyecto SilviaTerra que promueve Microsoft. Este software es capaz de predecir la salud de los bosques a partir de imágenes por satélite y avisar sobre las actuaciones que se deben tomar para revertir cualquier problema. De esta manera, agiliza considerablemente el trabajo sobre el terreno en grandes áreas y ayuda a tomar las mejores decisiones para conservar un recurso, los árboles, clave para absorber gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono.

Sin embargo, la tecnología puede tener dos caras en lo que a cambio climático se refiere. Nos ayuda a combatirlo, pero también lo puede empeorar. Pensemos en los recursos energéticos necesarios para enfriar los enormes centros de datos que emplean compañías como Google. En este sentido, el proyecto DeepMind ha sido capaz de crear un algoritmo que se enseña a sí mismo cómo utilizar la mínima cantidad posible de energía en esta tarea. Como resultado, se logró una disminución del 40% y una herramienta que se puede utilizar en muchos otros proyectos.

Por su parte, la iniciativa Green Horizon de IBM, también basada en inteligencia artificial, es capaz de crear predicciones de contaminación y meteorológicas que ayudan a las autoridades a tomar mejores decisiones a la hora de reducir sus emisiones contaminantes.

Pasar a la acción

La inteligencia artificial puede ayudarnos a combatir el cambio climático, pero la acción humana es imprescindible para poder superar este problema. No podemos delegar todo el trabajo en las máquinas: la concienciación y la acción de ciudadanos, Administración y empresas es imprescindible para el éxito.

Un buen ejemplo de ello son las distintas iniciativas que se desarrollaron en el marco de la Semana Social Digital de Voluntarios “la Caixa”, que este año se celebra entre los días 17 y 25 de octubre. Así, la delegación de voluntarios de Almería ha organizado una plantación de especies autóctonas en el monte de Pinar del Rey en Vélez Rubio que se celebrará el próximo 7 de noviembre. Por su parte, la delegación de Andalucía oriental ha organizado un taller de reciclado de ropa usada para convertirla en bolsas para guardar las mascarillas.

También destaca en este sentido la iniciativa de los voluntarios de la Comunidad Valenciana, que animaba a llevar a cabo acciones por el medio ambiente como plantar un árbol o recoger desperdicios en el entorno natural. Por cada una de estas acciones, se realizará una donación a Save The Children. Por su parte, los voluntarios de Burgos y Soria explicaban cómo reducir la basura digital que acumulamos en nuestros dispositivos y que supone un aumento en el consumo de energía de los centros de procesamiento de datos en la nube.

CaixaBank cuenta con su Declaración sobre cambio climático, que promueve el apoyo financiero a iniciativas de energías renovables, así como infraestructuras y agricultura sostenibles, entre otros. También la gestión del riesgo medioambiental en la financiación de proyectos e incluso el establecimiento de objetivos anuales de reducción de huella de carbono de la actividad de la propia entidad. La transparencia en la información sobre sus progresos y las alianzas con otros organismos forman parte asimismo de esta declaración.

El cambio climático no espera y es imprescindible actuar ya para lograr frenarlo. El futuro de la sociedad y del planeta depende de ello.

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Cinco datos sobre la capa de ozono que te darán que pensar https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/cinco-datos-sobre-la-capa-de-ozono-que-te-daran-que-pensar/ https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/cinco-datos-sobre-la-capa-de-ozono-que-te-daran-que-pensar/#respond Tue, 15 Sep 2020 16:33:53 +0000 CaixaBank CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/?p=38914

Ya hace décadas que la capa de ozono se convirtió en una de las grandes preocupaciones de científicos y ciudadanos de todo el mundo. Conocemos la importancia de esa frágil bóveda que nos protege de la radiación y sabemos que debemos hacer lo posible para preservarla. De hecho, dedicamos cada 16 de septiembre a recordar su existencia y crear conciencia sobre su protección. Lo conocemos como el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono y es un momento perfecto para repasar algunos datos curiosos relacionados con ella.

Cuestión de olfato

El ozono es un gas cuyas moléculas están compuestas por tres átomos de oxígeno, por lo que su nomenclatura es O3.

Así como el oxígeno (O2) es inodoro, es decir, no produce olor, el ozono desprende un olor penetrante que permite percibir su presencia incluso en pequeñas cantidades. De hecho, su nombre procede del griego antiguo, concretamente de la palabra ozein, que significa “oler”. Este gas es el que provoca ese aroma tan característico que se produce cuando hay tormenta.

Unos cuantos kilómetros sobre tu cabeza

La famosa capa de ozono es un escudo protector frente a la radiación ultravioleta nociva procedente del espacio. Esta barrera natural se encuentra a bastante altura respecto a la superficie de la Tierra.

De hecho, se denomina capa de ozono a la región de la estratosfera donde se dan mayores concentraciones de este gas. Se extiende sobre todo el planeta, con alguna variación en altura y grosor. Este manto comienza entre los 10 y los 16 kilómetros sobre la superficie terrestre y se extiende hasta los 50 kilómetros de altitud.

Ese límite inferior donde comienza la capa de ozono coincide aproximadamente con la altura a la que suelen volar los aviones comerciales, por encima de los 10.000 metros. Está justo sobre la troposfera, que es la parte de la atmósfera donde se suelen dar fenómenos meteorológicos, como las tormentas o las lluvias.

Un gas natural… o no

Uno de los factores más sorprendentes sobre el ozono es que, aunque se encuentra de manera natural en nuestra atmósfera, puede resultar perjudicial cuando se produce de manera artificial por la acción humana.

Resulta que el ozono, cuando se concentra cerca de la superficie que habitamos, es un contaminante que puede causar daños a nuestra salud y a la de las plantas. Se trata de una forma dañina de ozono que resulta de las reacciones químicas que provoca el sol en contacto con gases, como los óxidos de nitrógeno, que liberan los vehículos de combustión y algunos procesos industriales, así como con otras partículas, como los compuestos orgánicos volátiles (COV).

Se puede decir que el ozono es beneficioso cuando se concentra en la estratosfera, porque mantiene fuera rayos nocivos, como los UV-C y parte de los UV-B y de los UV-A. El problema viene cuando lo hace en la troposfera, ya que puede provocar daños en el sistema respiratorio. Un fenómeno que cada vez va a más: un reciente estudio afirma que los valores medios de ozono en esta parte de la atmósfera han aumentado un promedio del 5% por década.

El agujero que no es tal

Lo que conocemos como “agujero de la capa de ozono” no es exactamente un orificio en la capa en el que no hay presencia de este gas. En realidad, es un área de este escudo que se encuentra sobre la Antártida y presenta una concentración extraordinariamente baja de ozono, especialmente en primavera. Este fenómeno también se produce en el Ártico, aunque es menos habitual.

Ese adelgazamiento de la capa de ozono se debe a una serie de reacciones químicas que involucran a los CFC (clorofluorocarbonos), unos químicos artificiales que alcanzan la troposfera y que se rompen en contacto con los rayos ultravioleta. Como consecuencia, se liberan átomos de cloro, capaces de destruir moléculas de ozono. De hecho, un solo átomo de cloro puede hacer desaparecer miles de esas partículas. Se trata de un fenómeno que se produce durante la primavera austral, cuando se dan las condiciones necesarias para desencadenar estas reacciones.

Un protocolo eficaz

En el año 1987 se aprobó el llamado Protocolo de Montreal, un tratado internacional que firmaron todos los países del mundo. Su objetivo consistía en reducir la producción y el consumo de sustancias que agotan la capa de ozono, como los CFC. Se trata de químicos que se empleaban, entre otros usos, en refrigeración y climatización o en aerosoles.

Gracias a la moderación en el uso de estos elementos por parte de ciudadanos e industria y a la progresiva eliminación de los CFC de su composición, el consumo de sustancias químicas dañinas para la capa de ozono se ha reducido en torno al 99% en todo el mundo. Como consecuencia de este cambio de hábitos, la capa de ozono ha comenzado a regenerarse por primera vez en décadas, tal y como respaldan algunas pruebas científicas.

Con todo, no será hasta mediados de este siglo que la capa de ozono se recuperará por completo. La razón es que las sustancias que la atacan son capaces de permanecer en la atmósfera durante años e ir eliminando moléculas de ozono.

Esta es la razón por la que no se debe bajar la guardia en la preservación de la capa de ozono, que nos protege frente a enfermedades como el cáncer de piel, las cataratas o los trastornos inmunitarios. También mantiene los ritmos naturales de crecimiento de los ecosistemas terrestres y acuáticos, claves en la cadena alimentaria. Merece la pena hacer lo posible para conservar este escudo natural, esencial para nuestra supervivencia.

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Ya hace décadas que la capa de ozono se convirtió en una de las grandes preocupaciones de científicos y ciudadanos de todo el mundo. Conocemos la importancia de esa frágil bóveda que nos protege de la radiación y sabemos que debemos hacer lo posible para preservarla. De hecho, dedicamos cada 16 de septiembre a recordar su existencia y crear conciencia sobre su protección. Lo conocemos como el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono y es un momento perfecto para repasar algunos datos curiosos relacionados con ella.

Cuestión de olfato

El ozono es un gas cuyas moléculas están compuestas por tres átomos de oxígeno, por lo que su nomenclatura es O3.

Así como el oxígeno (O2) es inodoro, es decir, no produce olor, el ozono desprende un olor penetrante que permite percibir su presencia incluso en pequeñas cantidades. De hecho, su nombre procede del griego antiguo, concretamente de la palabra ozein, que significa “oler”. Este gas es el que provoca ese aroma tan característico que se produce cuando hay tormenta.

Unos cuantos kilómetros sobre tu cabeza

La famosa capa de ozono es un escudo protector frente a la radiación ultravioleta nociva procedente del espacio. Esta barrera natural se encuentra a bastante altura respecto a la superficie de la Tierra.

De hecho, se denomina capa de ozono a la región de la estratosfera donde se dan mayores concentraciones de este gas. Se extiende sobre todo el planeta, con alguna variación en altura y grosor. Este manto comienza entre los 10 y los 16 kilómetros sobre la superficie terrestre y se extiende hasta los 50 kilómetros de altitud.

Ese límite inferior donde comienza la capa de ozono coincide aproximadamente con la altura a la que suelen volar los aviones comerciales, por encima de los 10.000 metros. Está justo sobre la troposfera, que es la parte de la atmósfera donde se suelen dar fenómenos meteorológicos, como las tormentas o las lluvias.

Un gas natural… o no

Uno de los factores más sorprendentes sobre el ozono es que, aunque se encuentra de manera natural en nuestra atmósfera, puede resultar perjudicial cuando se produce de manera artificial por la acción humana.

Resulta que el ozono, cuando se concentra cerca de la superficie que habitamos, es un contaminante que puede causar daños a nuestra salud y a la de las plantas. Se trata de una forma dañina de ozono que resulta de las reacciones químicas que provoca el sol en contacto con gases, como los óxidos de nitrógeno, que liberan los vehículos de combustión y algunos procesos industriales, así como con otras partículas, como los compuestos orgánicos volátiles (COV).

Se puede decir que el ozono es beneficioso cuando se concentra en la estratosfera, porque mantiene fuera rayos nocivos, como los UV-C y parte de los UV-B y de los UV-A. El problema viene cuando lo hace en la troposfera, ya que puede provocar daños en el sistema respiratorio. Un fenómeno que cada vez va a más: un reciente estudio afirma que los valores medios de ozono en esta parte de la atmósfera han aumentado un promedio del 5% por década.

El agujero que no es tal

Lo que conocemos como “agujero de la capa de ozono” no es exactamente un orificio en la capa en el que no hay presencia de este gas. En realidad, es un área de este escudo que se encuentra sobre la Antártida y presenta una concentración extraordinariamente baja de ozono, especialmente en primavera. Este fenómeno también se produce en el Ártico, aunque es menos habitual.

Ese adelgazamiento de la capa de ozono se debe a una serie de reacciones químicas que involucran a los CFC (clorofluorocarbonos), unos químicos artificiales que alcanzan la troposfera y que se rompen en contacto con los rayos ultravioleta. Como consecuencia, se liberan átomos de cloro, capaces de destruir moléculas de ozono. De hecho, un solo átomo de cloro puede hacer desaparecer miles de esas partículas. Se trata de un fenómeno que se produce durante la primavera austral, cuando se dan las condiciones necesarias para desencadenar estas reacciones.

Un protocolo eficaz

En el año 1987 se aprobó el llamado Protocolo de Montreal, un tratado internacional que firmaron todos los países del mundo. Su objetivo consistía en reducir la producción y el consumo de sustancias que agotan la capa de ozono, como los CFC. Se trata de químicos que se empleaban, entre otros usos, en refrigeración y climatización o en aerosoles.

Gracias a la moderación en el uso de estos elementos por parte de ciudadanos e industria y a la progresiva eliminación de los CFC de su composición, el consumo de sustancias químicas dañinas para la capa de ozono se ha reducido en torno al 99% en todo el mundo. Como consecuencia de este cambio de hábitos, la capa de ozono ha comenzado a regenerarse por primera vez en décadas, tal y como respaldan algunas pruebas científicas.

Con todo, no será hasta mediados de este siglo que la capa de ozono se recuperará por completo. La razón es que las sustancias que la atacan son capaces de permanecer en la atmósfera durante años e ir eliminando moléculas de ozono.

Esta es la razón por la que no se debe bajar la guardia en la preservación de la capa de ozono, que nos protege frente a enfermedades como el cáncer de piel, las cataratas o los trastornos inmunitarios. También mantiene los ritmos naturales de crecimiento de los ecosistemas terrestres y acuáticos, claves en la cadena alimentaria. Merece la pena hacer lo posible para conservar este escudo natural, esencial para nuestra supervivencia.

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¿Qué pasa con los plásticos y por qué nos preocupan tanto? https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/que-pasa-con-los-plasticos-y-por-que-nos-preocupan-tanto/ https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/que-pasa-con-los-plasticos-y-por-que-nos-preocupan-tanto/#respond Wed, 03 Jun 2020 06:34:13 +0000 CaixaBank CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/?p=37506

Las industrias están siempre a la búsqueda de nuevos materiales para superar los límites de los antiguos y mejorar así las prestaciones de los productos. El plástico surgió como una de esas soluciones. En el año 1860, la empresa norteamericana Phelan and Collarder, dedicada a la fabricación de bolas de billar, temía por la desaparición de su negocio: las reservas de marfil, el material base con el que se elaboraban sus productos, se agotaban. Para solventar el problema, los responsables de la compañía organizaron un concurso para encontrar a alguien capaz de inventar un material que pudiera sustituirlo y salvarles de la ruina.

El ganador del certamen fue John Hyatt. Este investigador realizó sus experimentos partiendo de un material conocido como parkesina. Dicho material había sido desarrollado anteriormente por el británico Alexander Parkes, sin conseguir los objetivos perseguidos. Cuenta la leyenda que el descubrimiento de Hyatt fue accidental. Se hizo un corte en el dedo mientras trabajaba en su laboratorio. Al ir a buscar el vendaje para curarse la herida, derramó por accidente dos líquidos que se mezclaron sobre la mesa del laboratorio, y dieron lugar al celuloide. Este material serviría posteriormente de base para fabricar películas cinematográficas y fotográficas, y tendría también múltiples aplicaciones. Con el dinero que obtuvo con el premio, Hyatt creó unos años más tarde su propia empresa, la Celluloid Manufacturing Company.

En 1907, Leo Baekeland mejoró el descubrimiento de Hyatt cuando inventó la baquelita, el primer plástico sintético. Entre sus múltiples ventajas estaba la resistencia al agua, al calor moderado y a los ácidos. Años más tarde, entre 1930 y 1942, se descubrieron la mayoría de los polímeros que todavía utilizamos hoy, como el poliuretano, el poliestireno o el nailon.

A partir de los años 60, los plásticos empezaron a sustituir paulatinamente a otros materiales como la madera, el cristal o incluso el papel en múltiples aplicaciones, desde muebles de todo tipo hasta embalajes. También pasaron a ser componentes esenciales en otros productos, desde la ropa a los ordenadores, pasando por los cosméticos.

Lentamente, los materiales plásticos se impusieron a sus predecesores por diversas ventajas: la maleabilidad, la resistencia, la higiene, el precio, la textura. Su irrupción vino acompañada de un cambio en la mentalidad de la sociedad, y formó parte del paso de una sociedad de subsistencia a una sociedad de consumo. Se dejó atrás la venta a granel, caracterizada por la reutilización de envases, y se promovió la filosofía de los productos de un solo uso, de usar y tirar.

En ese momento de efervescencia económica no se tuvieron en cuenta las consecuencias futuras que el sobreuso del plástico tendría para nuestro planeta y para nuestra salud. El plástico tiene un gran inconveniente: no es un material biodegradable. Con el paso del tiempo, en vez de descomponerse tan solo reduce su tamaño, hasta convertirse en un microplástico: tarda entre 500 y 1.000 años en hacerlo. Según Óscar Longares, desarrollador de negocio de la empresa Feltwood, compañía que elabora materiales industriales ecológicos alternativos al plástico y reconocida por los Premios EmprendedorXXI impulsados por CaixaBank, «se estima que el 90 % del agua que consumimos contiene microplásticos, incluso la embotellada». Lo confirman nuestras heces. En un estudio piloto realizado por la Universidad de Viena, que contó con voluntarios de Finlandia, Polonia, Países Bajos y Austria, los investigadores encontraron 20 microplásticos en cada 10 gramos de materia fecal de los participantes.

Según datos de la ONU de 2015, desde los años 70 la producción de plástico en el ámbito mundial ha aumentado un 9 % por año. En 2020 se fabricará un 900 % más de plástico mundialmente que el que se fabricaba en 1980 (en Asia se producirá el 50 % del plástico del mundo).

¿Y esta masa ingente de plástico de usar y tirar dónde termina sus días? La mayoría en el mar o en los vertederos. El reciclaje todavía es algo residual. «Hoy día, en el ámbito terrestre, solo el 9 % del plástico mundial pasa por el proceso de reciclaje. Del que llega al mar, solo se recicla un 3 %», explica Longares. En la actualidad disponemos de métodos para recuperar este plástico. Uno de ellos es el de los barcos aspiradores de basura, utilizados para eliminar los elementos flotantes que navegan a la deriva y que crean enormes islas de basura. La isla más grande se encuentra en el Pacífico y tiene el tamaño de Francia, Alemania y España juntas.

Pero existe, también, una basura marítima oculta mucho más difícil de eliminar. Se encuentra acumulada en las fosas marinas, como la fosa de las Marianas, a más de 10.000 metros de profundidad. Se prevé que en un futuro las fosas marinas se puedan limpiar utilizando robots, pero esta solución se encuentra aún en fase experimental.  

Otro gran problema de este material es la amenaza que supone para la biodiversidad del planeta: el plástico mata cada año 100.000 mamíferos marinos. Es el caso de un cachalote que apareció muerto en una playa de Murcia. El animal había comido 29 kilos de plásticos, entre ellos, varias bolsas de basura y un bidón, lo que provocó su muerte.

Para frenar esta espiral, la Unión Europea pondrá en marcha en 2021 una normativa en la que prohíbe los plásticos de un solo uso. Las cosas están cambiando. Hay empresas que ofrecen materiales alternativos a los usos actuales del plástico, que proporcionan unas buenas prestaciones y, además, provienen de residuos vegetales, por lo que son respetuosos con las personas y con el medioambiente.

Pero veamos la otra cara de la moneda. ¿Qué pasará con los fabricantes de plásticos cuando entre en vigor la nueva normativa europea? ¿Cómo han reaccionado con la irrupción en el sector de estas empresas que proporcionan nuevos materiales? Los fabricantes de plásticos están dispuestos a cambiar su modelo de negocio ─como en su momento lo hiciera Phelan and Collarder con las bolas de billar─ para adaptarse a un mercado que pide, cada vez más, productos ecológicos y biodegradables.

¿Es posible un mundo sin plástico?

Hay diferentes medidas que los consumidores pueden llevar a cabo para reducir el consumo de plásticos, sobre todo los de un solo uso:

1. Comprar en tiendas que vendan a granel. La venta a granel está recuperando su antigua pujanza. Este tipo de tiendas se caracterizan porque el cliente lleva su propio envase de casa. De este modo, se evita el uso innecesario de plásticos de usar y tirar.

2. Reducir al máximo el consumo de bolsas de plástico y reutilizarlas. Las bolsas de plástico, especialmente las usadas en las grandes superficies, son uno de los elementos más contaminantes. La normativa española que se implantó en 2018 (que impulsó el pago por cada bolsa de plástico utilizada) ha reducido en un 30 % el porcentaje de bolsas encontradas en el mar, pero aún queda mucho por hacer.

3. Evitar en la medida de lo posible el consumo de plásticos de un solo uso, como por ejemplo las pajitas. Las pajitas están realizadas con polipropileno, un plástico, a priori, fácil de reciclar. El problema es que al tener un diámetro tan estrecho suelen escapar a los filtros en el proceso de reciclado.

4. Reducir el consumo de chicles. Los chicles tienen una base plástica en su composición, y su reciclado es muy difícil. Existe la opción del consumo de chicles ecológicos realizados con otros materiales.

5. Reducir el uso de fiambreras de plástico y aumentar el consumo de las de cristal.

6. Reutilizar, reutilizar y reutilizar. No hay que olvidar que el plástico es un material fácilmente reutilizable.

Limitar el uso de los plásticos innecesarios es un factor fundamental para mejorar la salud del planeta. Más del 40 % de los plásticos se usa una sola vez y se tira. Por ello, es necesario apostar por materiales biodegradables que cumplan estas funciones y dejar los plásticos para aplicaciones para las que son imprescindibles, como algunos tipos concretos de plásticos utilizados para realizar maquinaria médica.

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Las industrias están siempre a la búsqueda de nuevos materiales para superar los límites de los antiguos y mejorar así las prestaciones de los productos. El plástico surgió como una de esas soluciones. En el año 1860, la empresa norteamericana Phelan and Collarder, dedicada a la fabricación de bolas de billar, temía por la desaparición de su negocio: las reservas de marfil, el material base con el que se elaboraban sus productos, se agotaban. Para solventar el problema, los responsables de la compañía organizaron un concurso para encontrar a alguien capaz de inventar un material que pudiera sustituirlo y salvarles de la ruina.

El ganador del certamen fue John Hyatt. Este investigador realizó sus experimentos partiendo de un material conocido como parkesina. Dicho material había sido desarrollado anteriormente por el británico Alexander Parkes, sin conseguir los objetivos perseguidos. Cuenta la leyenda que el descubrimiento de Hyatt fue accidental. Se hizo un corte en el dedo mientras trabajaba en su laboratorio. Al ir a buscar el vendaje para curarse la herida, derramó por accidente dos líquidos que se mezclaron sobre la mesa del laboratorio, y dieron lugar al celuloide. Este material serviría posteriormente de base para fabricar películas cinematográficas y fotográficas, y tendría también múltiples aplicaciones. Con el dinero que obtuvo con el premio, Hyatt creó unos años más tarde su propia empresa, la Celluloid Manufacturing Company.

En 1907, Leo Baekeland mejoró el descubrimiento de Hyatt cuando inventó la baquelita, el primer plástico sintético. Entre sus múltiples ventajas estaba la resistencia al agua, al calor moderado y a los ácidos. Años más tarde, entre 1930 y 1942, se descubrieron la mayoría de los polímeros que todavía utilizamos hoy, como el poliuretano, el poliestireno o el nailon.

A partir de los años 60, los plásticos empezaron a sustituir paulatinamente a otros materiales como la madera, el cristal o incluso el papel en múltiples aplicaciones, desde muebles de todo tipo hasta embalajes. También pasaron a ser componentes esenciales en otros productos, desde la ropa a los ordenadores, pasando por los cosméticos.

Lentamente, los materiales plásticos se impusieron a sus predecesores por diversas ventajas: la maleabilidad, la resistencia, la higiene, el precio, la textura. Su irrupción vino acompañada de un cambio en la mentalidad de la sociedad, y formó parte del paso de una sociedad de subsistencia a una sociedad de consumo. Se dejó atrás la venta a granel, caracterizada por la reutilización de envases, y se promovió la filosofía de los productos de un solo uso, de usar y tirar.

En ese momento de efervescencia económica no se tuvieron en cuenta las consecuencias futuras que el sobreuso del plástico tendría para nuestro planeta y para nuestra salud. El plástico tiene un gran inconveniente: no es un material biodegradable. Con el paso del tiempo, en vez de descomponerse tan solo reduce su tamaño, hasta convertirse en un microplástico: tarda entre 500 y 1.000 años en hacerlo. Según Óscar Longares, desarrollador de negocio de la empresa Feltwood, compañía que elabora materiales industriales ecológicos alternativos al plástico y reconocida por los Premios EmprendedorXXI impulsados por CaixaBank, «se estima que el 90 % del agua que consumimos contiene microplásticos, incluso la embotellada». Lo confirman nuestras heces. En un estudio piloto realizado por la Universidad de Viena, que contó con voluntarios de Finlandia, Polonia, Países Bajos y Austria, los investigadores encontraron 20 microplásticos en cada 10 gramos de materia fecal de los participantes.

Según datos de la ONU de 2015, desde los años 70 la producción de plástico en el ámbito mundial ha aumentado un 9 % por año. En 2020 se fabricará un 900 % más de plástico mundialmente que el que se fabricaba en 1980 (en Asia se producirá el 50 % del plástico del mundo).

¿Y esta masa ingente de plástico de usar y tirar dónde termina sus días? La mayoría en el mar o en los vertederos. El reciclaje todavía es algo residual. «Hoy día, en el ámbito terrestre, solo el 9 % del plástico mundial pasa por el proceso de reciclaje. Del que llega al mar, solo se recicla un 3 %», explica Longares. En la actualidad disponemos de métodos para recuperar este plástico. Uno de ellos es el de los barcos aspiradores de basura, utilizados para eliminar los elementos flotantes que navegan a la deriva y que crean enormes islas de basura. La isla más grande se encuentra en el Pacífico y tiene el tamaño de Francia, Alemania y España juntas.

Pero existe, también, una basura marítima oculta mucho más difícil de eliminar. Se encuentra acumulada en las fosas marinas, como la fosa de las Marianas, a más de 10.000 metros de profundidad. Se prevé que en un futuro las fosas marinas se puedan limpiar utilizando robots, pero esta solución se encuentra aún en fase experimental.  

Otro gran problema de este material es la amenaza que supone para la biodiversidad del planeta: el plástico mata cada año 100.000 mamíferos marinos. Es el caso de un cachalote que apareció muerto en una playa de Murcia. El animal había comido 29 kilos de plásticos, entre ellos, varias bolsas de basura y un bidón, lo que provocó su muerte.

Para frenar esta espiral, la Unión Europea pondrá en marcha en 2021 una normativa en la que prohíbe los plásticos de un solo uso. Las cosas están cambiando. Hay empresas que ofrecen materiales alternativos a los usos actuales del plástico, que proporcionan unas buenas prestaciones y, además, provienen de residuos vegetales, por lo que son respetuosos con las personas y con el medioambiente.

Pero veamos la otra cara de la moneda. ¿Qué pasará con los fabricantes de plásticos cuando entre en vigor la nueva normativa europea? ¿Cómo han reaccionado con la irrupción en el sector de estas empresas que proporcionan nuevos materiales? Los fabricantes de plásticos están dispuestos a cambiar su modelo de negocio ─como en su momento lo hiciera Phelan and Collarder con las bolas de billar─ para adaptarse a un mercado que pide, cada vez más, productos ecológicos y biodegradables.

¿Es posible un mundo sin plástico?

Hay diferentes medidas que los consumidores pueden llevar a cabo para reducir el consumo de plásticos, sobre todo los de un solo uso:

1. Comprar en tiendas que vendan a granel. La venta a granel está recuperando su antigua pujanza. Este tipo de tiendas se caracterizan porque el cliente lleva su propio envase de casa. De este modo, se evita el uso innecesario de plásticos de usar y tirar.

2. Reducir al máximo el consumo de bolsas de plástico y reutilizarlas. Las bolsas de plástico, especialmente las usadas en las grandes superficies, son uno de los elementos más contaminantes. La normativa española que se implantó en 2018 (que impulsó el pago por cada bolsa de plástico utilizada) ha reducido en un 30 % el porcentaje de bolsas encontradas en el mar, pero aún queda mucho por hacer.

3. Evitar en la medida de lo posible el consumo de plásticos de un solo uso, como por ejemplo las pajitas. Las pajitas están realizadas con polipropileno, un plástico, a priori, fácil de reciclar. El problema es que al tener un diámetro tan estrecho suelen escapar a los filtros en el proceso de reciclado.

4. Reducir el consumo de chicles. Los chicles tienen una base plástica en su composición, y su reciclado es muy difícil. Existe la opción del consumo de chicles ecológicos realizados con otros materiales.

5. Reducir el uso de fiambreras de plástico y aumentar el consumo de las de cristal.

6. Reutilizar, reutilizar y reutilizar. No hay que olvidar que el plástico es un material fácilmente reutilizable.

Limitar el uso de los plásticos innecesarios es un factor fundamental para mejorar la salud del planeta. Más del 40 % de los plásticos se usa una sola vez y se tira. Por ello, es necesario apostar por materiales biodegradables que cumplan estas funciones y dejar los plásticos para aplicaciones para las que son imprescindibles, como algunos tipos concretos de plásticos utilizados para realizar maquinaria médica.

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Día Internacional de la Madre Tierra: cómo cuidar el planeta desde casa https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/dia-internacional-de-la-madre-tierra-como-cuidar-el-planeta-desde-casa/ https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/dia-internacional-de-la-madre-tierra-como-cuidar-el-planeta-desde-casa/#respond Wed, 22 Apr 2020 08:06:44 +0000 CaixaBank CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/?p=37090

La pandemia de covid-19 lo acapara todo. Es natural, ya que tiene a más de un tercio de la población mundial recluido en casa. Este problema apenas deja espacio a otras cuestiones, pero lo cierto es que, más allá de las puertas de nuestros hogares, la vida sigue. La Tierra continúa girando alrededor del Sol y la naturaleza disfruta de una nueva primavera en el hemisferio norte. De hecho, este Día Internacional de la Madre Tierra que hoy celebramos es muy especial y lo es precisamente porque lo estamos viviendo de puertas para adentro.

El confinamiento por la pandemia ha puesto de manifiesto algunos de los efectos que nuestras acciones tienen sobre el planeta. Que millones de seres humanos nos hayamos visto obligados a paralizar o modificar nuestras rutinas ha tenido consecuencias palpables sobre la vida en la Tierra. La calidad del aire mejora, los animales recuperan parte del terreno perdido y en algunos lugares el mar recupera su transparencia. Resulta que el planeta vuelve a respirar mientras nosotros contenemos el aliento.

La contaminación ambiental se reduce

Entre las consecuencias de la crisis sanitaria que estamos atravesando destaca la reducción del tráfico rodado. Que millones de personas no puedan desplazarse de la manera habitual debido a las restricciones de movilidad ciudadana ha tenido una consecuencia lógica: la calidad del aire ha mejorado, especialmente en las ciudades.

El informe Efectos de la crisis de la COVID-19 sobre la calidad del aire urbano en España, elaborado por Ecologistas en Acción a partir de los datos recogidos en 125 estaciones de medición de 24 ciudades españolas, registra cómo ha mejorado la calidad del aire en estos entornos. En concreto, apunta una reducción media del 55% en las concentraciones de dióxido de nitrógeno, un contaminante típico de los tubos de escape de los automóviles, en la segunda mitad de marzo.

El informe achaca esa mejora en la calidad del aire a la reducción del tráfico desde la declaración del estado de alarma —que sitúa en torno al 90% en desplazamientos interurbanos y accesos a las ciudades—, así como a una climatología favorable.

Esta es una tendencia que se observa en otros lugares del mundo, como China. Allí se ha observado un incremento del 21,5% en el promedio de días sin contaminación en provincias como Hubei, que pasó todo el mes de febrero en confinamiento. También resultan impactantes las imágenes por satélite tomadas por la NASA, que muestran una reducción drástica en los niveles de óxidos de nitrógeno en las principales ciudades del gigante asiático, así como otras similares de la Agencia Espacial Europea referidas a algunas urbes del viejo continente.

La fauna reclama su espacio

Durante el confinamiento se han vuelto muy populares las imágenes de animales salvajes que se pasean por las calles y carreteras ante la ausencia de los humanos. Los jabalíes, cuya proliferación y cercanía ya preocupaban a las autoridades madrileñas a principios de año, se pasean ahora tranquilamente por algunos puntos de la capital. La imagen de ejemplares correteando por una glorieta junto a la sede de la Real Federación Española de Caza resulta reveladora. Pumas en Santiago de Chile, osos en las carreteras asturianas o cabras montesas en la plaza de Chinchilla (Albacete) son algunos otros ejemplos.

También ha llamado la atención estos días el caso de dos osos panda de un zoológico de Hong Kong que se aparearon con éxito por primera vez en diez años, justo cuando las instalaciones permanecían cerradas al público.

Incluso los peces aprovechan la ausencia de personas para dejarse ver en lugares como Venecia, que acusa habitualmente los efectos del turismo masivo. La ausencia de visitantes, taxis acuáticos y grandes barcos de crucero durante algunos días ha provocado que los fondos dejen de removerse y las aguas de los canales recuperen parte de su transparencia perdida. En su lugar, miles de peces de la laguna de Venecia nadan dispuestos a convertirse en los nuevos amos de la ciudad.

Cómo cuidar el planeta desde casa

Parece claro que la reducción de la actividad humana tiene consecuencias directas sobre el planeta, muchas de ellas positivas. Sin embargo, no debemos olvidar que la sostenibilidad de la Tierra no es solo una cuestión de puertas para afuera. Cuidar de ella desde casa también es posible si tenemos en cuenta algunos consejos:

– Racionalizar el uso de energía: la ralentización de la actividad económica en los sectores industrial y de servicios ha supuesto un descenso en el consumo de energía. En su lugar, ha aumentado el que realizamos en los hogares, un factor que podemos ayudar a controlar con algunos hábitos como usar regletas para desconectar varios aparatos a la vez, apagar las luces cuando no sean necesarias, aprovechar la luz natural al máximo o racionalizar el uso de la climatización.

– Reducir el consumo de agua: los acuíferos son esenciales para la vida en el planeta y también para frenar el cambio climático. Por eso es tan importante que todos colaboremos a la hora de preservarlos. Realizar un consumo de agua eficiente en casa es una manera excelente de contribuir a esta meta.

Según el INE, el consumo medio de agua en los hogares ronda los 136 litros por habitante y día. Para optimizarlo, la Fundación Aquae ofrece algunos consejos útiles, como cerrar los grifos siempre que no se utilicen, recoger el agua mientras esperamos a que se caliente y reutilizarla para regar o fregar el suelo, o poner la lavadora y el lavavajillas cuando estén completamente llenos.

– Reciclar, más importante que nunca: el reciclaje es una de las piedras angulares de la economía circular, un cambio de paradigma sobre el cual la Unión Europea quiere afrontar el desafío de la sostenibilidad. En este sentido, todos debemos contribuir separando nuestros residuos y depositándolos en el lugar adecuado para que puedan ser reciclados.

En plena pandemia de coronavirus, además, esta costumbre se ha convertido en una necesidad. El aumento en el uso de mascarillas y guantes puede provocar efectos adversos sobre el planeta y la salud si no se gestionan correctamente después de usarlos.

En los hogares donde haya casos positivos de covid-19, se debe seguir un proceso especial para deshacerse de los residuos generados por el enfermo, que deberán depositarse todos en una bolsa cerrada dentro del contenedor del resto de residuos. Si no hay casos positivos, el reciclaje deberá realizarse normalmente. Eso sí, deben separarse las mascarillas y guantes utilizados en una bolsa de plástico, que irá a su vez dentro de una segunda bolsa de basura en un cubo separado dentro del domicilio. Después, se depositará en el contenedor del resto de residuos. Por su parte, los envases de gel hidroalcohólico deberán ir en el contenedor amarillo, por ser de plástico.

Cuidar el planeta es una tarea que debemos realizar cada día. Aprovechar el confinamiento para cultivar buenos hábitos en este sentido no solo nos ayudará a reducir costes en nuestro bolsillo, sino que también nos permitirá invertir en el futuro de nuestra casa, la Tierra.

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La pandemia de covid-19 lo acapara todo. Es natural, ya que tiene a más de un tercio de la población mundial recluido en casa. Este problema apenas deja espacio a otras cuestiones, pero lo cierto es que, más allá de las puertas de nuestros hogares, la vida sigue. La Tierra continúa girando alrededor del Sol y la naturaleza disfruta de una nueva primavera en el hemisferio norte. De hecho, este Día Internacional de la Madre Tierra que hoy celebramos es muy especial y lo es precisamente porque lo estamos viviendo de puertas para adentro.

El confinamiento por la pandemia ha puesto de manifiesto algunos de los efectos que nuestras acciones tienen sobre el planeta. Que millones de seres humanos nos hayamos visto obligados a paralizar o modificar nuestras rutinas ha tenido consecuencias palpables sobre la vida en la Tierra. La calidad del aire mejora, los animales recuperan parte del terreno perdido y en algunos lugares el mar recupera su transparencia. Resulta que el planeta vuelve a respirar mientras nosotros contenemos el aliento.

La contaminación ambiental se reduce

Entre las consecuencias de la crisis sanitaria que estamos atravesando destaca la reducción del tráfico rodado. Que millones de personas no puedan desplazarse de la manera habitual debido a las restricciones de movilidad ciudadana ha tenido una consecuencia lógica: la calidad del aire ha mejorado, especialmente en las ciudades.

El informe Efectos de la crisis de la COVID-19 sobre la calidad del aire urbano en España, elaborado por Ecologistas en Acción a partir de los datos recogidos en 125 estaciones de medición de 24 ciudades españolas, registra cómo ha mejorado la calidad del aire en estos entornos. En concreto, apunta una reducción media del 55% en las concentraciones de dióxido de nitrógeno, un contaminante típico de los tubos de escape de los automóviles, en la segunda mitad de marzo.

El informe achaca esa mejora en la calidad del aire a la reducción del tráfico desde la declaración del estado de alarma —que sitúa en torno al 90% en desplazamientos interurbanos y accesos a las ciudades—, así como a una climatología favorable.

Esta es una tendencia que se observa en otros lugares del mundo, como China. Allí se ha observado un incremento del 21,5% en el promedio de días sin contaminación en provincias como Hubei, que pasó todo el mes de febrero en confinamiento. También resultan impactantes las imágenes por satélite tomadas por la NASA, que muestran una reducción drástica en los niveles de óxidos de nitrógeno en las principales ciudades del gigante asiático, así como otras similares de la Agencia Espacial Europea referidas a algunas urbes del viejo continente.

La fauna reclama su espacio

Durante el confinamiento se han vuelto muy populares las imágenes de animales salvajes que se pasean por las calles y carreteras ante la ausencia de los humanos. Los jabalíes, cuya proliferación y cercanía ya preocupaban a las autoridades madrileñas a principios de año, se pasean ahora tranquilamente por algunos puntos de la capital. La imagen de ejemplares correteando por una glorieta junto a la sede de la Real Federación Española de Caza resulta reveladora. Pumas en Santiago de Chile, osos en las carreteras asturianas o cabras montesas en la plaza de Chinchilla (Albacete) son algunos otros ejemplos.

También ha llamado la atención estos días el caso de dos osos panda de un zoológico de Hong Kong que se aparearon con éxito por primera vez en diez años, justo cuando las instalaciones permanecían cerradas al público.

Incluso los peces aprovechan la ausencia de personas para dejarse ver en lugares como Venecia, que acusa habitualmente los efectos del turismo masivo. La ausencia de visitantes, taxis acuáticos y grandes barcos de crucero durante algunos días ha provocado que los fondos dejen de removerse y las aguas de los canales recuperen parte de su transparencia perdida. En su lugar, miles de peces de la laguna de Venecia nadan dispuestos a convertirse en los nuevos amos de la ciudad.

Cómo cuidar el planeta desde casa

Parece claro que la reducción de la actividad humana tiene consecuencias directas sobre el planeta, muchas de ellas positivas. Sin embargo, no debemos olvidar que la sostenibilidad de la Tierra no es solo una cuestión de puertas para afuera. Cuidar de ella desde casa también es posible si tenemos en cuenta algunos consejos:

– Racionalizar el uso de energía: la ralentización de la actividad económica en los sectores industrial y de servicios ha supuesto un descenso en el consumo de energía. En su lugar, ha aumentado el que realizamos en los hogares, un factor que podemos ayudar a controlar con algunos hábitos como usar regletas para desconectar varios aparatos a la vez, apagar las luces cuando no sean necesarias, aprovechar la luz natural al máximo o racionalizar el uso de la climatización.

– Reducir el consumo de agua: los acuíferos son esenciales para la vida en el planeta y también para frenar el cambio climático. Por eso es tan importante que todos colaboremos a la hora de preservarlos. Realizar un consumo de agua eficiente en casa es una manera excelente de contribuir a esta meta.

Según el INE, el consumo medio de agua en los hogares ronda los 136 litros por habitante y día. Para optimizarlo, la Fundación Aquae ofrece algunos consejos útiles, como cerrar los grifos siempre que no se utilicen, recoger el agua mientras esperamos a que se caliente y reutilizarla para regar o fregar el suelo, o poner la lavadora y el lavavajillas cuando estén completamente llenos.

– Reciclar, más importante que nunca: el reciclaje es una de las piedras angulares de la economía circular, un cambio de paradigma sobre el cual la Unión Europea quiere afrontar el desafío de la sostenibilidad. En este sentido, todos debemos contribuir separando nuestros residuos y depositándolos en el lugar adecuado para que puedan ser reciclados.

En plena pandemia de coronavirus, además, esta costumbre se ha convertido en una necesidad. El aumento en el uso de mascarillas y guantes puede provocar efectos adversos sobre el planeta y la salud si no se gestionan correctamente después de usarlos.

En los hogares donde haya casos positivos de covid-19, se debe seguir un proceso especial para deshacerse de los residuos generados por el enfermo, que deberán depositarse todos en una bolsa cerrada dentro del contenedor del resto de residuos. Si no hay casos positivos, el reciclaje deberá realizarse normalmente. Eso sí, deben separarse las mascarillas y guantes utilizados en una bolsa de plástico, que irá a su vez dentro de una segunda bolsa de basura en un cubo separado dentro del domicilio. Después, se depositará en el contenedor del resto de residuos. Por su parte, los envases de gel hidroalcohólico deberán ir en el contenedor amarillo, por ser de plástico.

Cuidar el planeta es una tarea que debemos realizar cada día. Aprovechar el confinamiento para cultivar buenos hábitos en este sentido no solo nos ayudará a reducir costes en nuestro bolsillo, sino que también nos permitirá invertir en el futuro de nuestra casa, la Tierra.

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Por qué la capa de ozono necesita su propio día https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/por-que-la-capa-de-ozono-necesita-su-propio-dia/ https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/por-que-la-capa-de-ozono-necesita-su-propio-dia/#respond Mon, 16 Sep 2019 07:27:34 +0000 CaixaBank CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/?p=34150

Prácticamente cada día del año está dedicado a alguna causa. Esto es así porque es la manera que tienen los organismos internacionales, y muy especialmente la ONU, de poner el foco sobre un tema determinado que necesita atención internacional. Por eso cada 16 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono. O, lo que es lo mismo, el día en que recordamos por qué debemos cuidar el escudo natural que protege la vida en este planeta. Un asunto muy serio que lleva más de tres décadas bajo los focos.

Qué es la capa de ozono y para qué sirve

Para comprender por qué preservar la capa de ozono merece un día específico, conviene saber en qué consiste y cuáles son sus funciones.

El ozono es un gas compuesto por tres átomos de oxígeno (O3). La capa de ozono, por su parte, se refiere a una parte de la estratosfera en la que se concentra una gran cantidad de estas moléculas. Este manto se encarga de que no nos lleguen rayos ultravioletas de alta frecuencia. Es decir: actúa como escudo frente a la radiación nociva que llega desde el espacio.

Al mismo tiempo, la capa de ozono deja pasar las radiaciones ultravioletas de onda larga, que son las que utilizan las plantas para hacer la fotosíntesis. Esto es esencial para la vida en el planeta, ya que son las plantas las que generan oxígeno y se encuentran en la base de la cadena alimenticia.

Que esa capa adelgace o se agujeree significa que deja de cumplir sus funciones. Esto es un grave problema, y no solo para las plantas. Si las radiaciones nocivas llegan con facilidad a la troposfera, que es donde nos encontramos nosotros, aumenta el riesgo de sufrir cáncer de piel y ceguera, tal como advirtió en su día la OMS. Tampoco nuestro sistema inmune se libra de los daños.

Fue en 1985 cuando un grupo de científicos dio la voz de alarma: la capa de ozono que envuelve la Tierra tenía un enorme agujero sobre la Antártida. Entonces, la ONU promovió el llamado Protocolo de Montreal para protegerla, un acuerdo que firmaron los gobiernos de todo el mundo el 16 de septiembre de 1987. Desde entonces, ese día sirve para recordarnos por qué debemos cuidar nuestro escudo natural antirradiación.

Los enemigos de la capa de ozono

El Protocolo de Montreal sirvió para prohibir los clorofluorocarbonos (CFC). Se trata de compuestos cuyo uso se puso de moda sobre todo en los años 80. Entonces, estaban presentes en los gases refrigerantes que usaban los frigoríficos y los aires acondicionados. También en todo tipo de aerosoles. Según descubrieron los científicos, los CFC dañaban la capa de ozono a pasos agigantados.

Gracias a la concienciación mundial y a la prohibición establecida en el Protocolo de Montreal, los CFC dejaron de utilizarse a gran escala. Como resultado, el agujero de la Antártida ha comenzado a cerrarse. Después de alcanzar un pico a principios de siglo, poco a poco se ha ido reduciendo.

Por esa razón, se considera que el Protocolo de Montreal es uno de los acuerdos por el medio ambiente más exitosos a nivel mundial. Y la prueba de que, si nos ponemos todos de acuerdo, podemos conseguir resultados para salvar el planeta.

Sin embargo, las amenazas para la capa de ozono continúan. Pese al éxito que suponen tanto la reducción del agujero sobre la Antártida como el aumento de la concentración de ozono en la parte superior de la estratosfera, se ha detectado un adelgazamiento en las capas medias y bajas. Incluso se ha observado un aumento de la presencia de ozono en la atmósfera por la acción humana. Se trata de un hallazgo preocupante, ya que este gas, tan beneficioso para la vida cuando se encuentra a cierta distancia, resulta contaminante y dañino a nivel de suelo.

Consejos para mantener el equilibrio del ozono

El esfuerzo por preservar la capa de ozono debe continuar y, en esta lucha, debemos participar todos. Sin embargo, la problemática con este gas no se limita a la parte que se concentra en la estratosfera. También se debe mantener a raya el que genera la acción humana, que se queda atrapado en la atmósfera y ya forma parte del problema de contaminación que sufrimos. No solo eso: también contribuye al efecto invernadero.

El ozono es un contaminante secundario formado a partir de otros, como los óxidos de nitrógeno (NOx) y los compuestos orgánicos volátiles (COV) que emiten el tráfico, las calefacciones y la industria. Por eso, conviene reducir su generación para que no terminen transformados en ozono.

Todos podemos ayudar a evitar la producción de NOx y COV. Simplemente es cuestión de tomar conciencia de nuestros actos cotidianos y sustituirlos por otros más ecológicos. Estos cuatro consejos nos ayudarán a hacerlo:

– Dejar el coche en casa: cubrir los trayectos más habituales a pie, en bicicleta o en transporte público ayuda a reducir las emisiones de NOx, precursoras del ozono atmosférico. De hecho, el transporte es la principal fuente de emisiones de NOx en España.

– Comprobar el origen de los alimentos: consumir productos de proximidad ayuda a reducir la huella de carbono de nuestra cesta de la compra, así como las emisiones de NOx necesarias para traerlos a nuestro hogar. La razón es que no requieren el mismo esfuerzo en transporte para llegar desde su punto de origen que los que lo hacen desde la otra punta del planeta.

– Moderar el uso de la calefacción: como este apartado habitualmente genera precursores del ozono, lo mejor es usarlo de manera racional. No es necesario andar por casa en manga corta en invierno: con ajustar el sistema a unos 21 grados y utilizar inteligentemente persianas y cortinas será suficiente.

– Apostar por energías limpias: algunas fuentes de energía como el carbón también producen precursores del ozono. Por eso conviene apostar por otro tipo de fuentes más limpias, como pueden ser las de origen renovable.

Cuidar el planeta no es solo cuestión de un día ni de una sola causa. Son muchos los frentes que tenemos abiertos para preservar el medio ambiente, por eso CaixaBank ha puesto en marcha la campaña “365 razones”, dentro de su estrategia medioambiental, que apuesta por acelerar la transición a una economía baja en carbono que promueva el desarrollo sostenible y sea socialmente inclusiva mediante la reducción del impacto directo de sus operaciones y la financiación e inversión en proyectos sostenibles. En la campaña, los propios empleados de la entidad ofrecen su punto de vista sobre los desafíos que planteamos los humanos al planeta y que generan inquietud de cara al futuro. Todas ellas son razones por las que nunca debemos bajar la guardia ante las amenazas que sufre el lugar en el que vivimos y donde también vivirán nuestros hijos. Un reto diario en el que todos debemos involucrarnos.

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Prácticamente cada día del año está dedicado a alguna causa. Esto es así porque es la manera que tienen los organismos internacionales, y muy especialmente la ONU, de poner el foco sobre un tema determinado que necesita atención internacional. Por eso cada 16 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono. O, lo que es lo mismo, el día en que recordamos por qué debemos cuidar el escudo natural que protege la vida en este planeta. Un asunto muy serio que lleva más de tres décadas bajo los focos.

Qué es la capa de ozono y para qué sirve

Para comprender por qué preservar la capa de ozono merece un día específico, conviene saber en qué consiste y cuáles son sus funciones.

El ozono es un gas compuesto por tres átomos de oxígeno (O3). La capa de ozono, por su parte, se refiere a una parte de la estratosfera en la que se concentra una gran cantidad de estas moléculas. Este manto se encarga de que no nos lleguen rayos ultravioletas de alta frecuencia. Es decir: actúa como escudo frente a la radiación nociva que llega desde el espacio.

Al mismo tiempo, la capa de ozono deja pasar las radiaciones ultravioletas de onda larga, que son las que utilizan las plantas para hacer la fotosíntesis. Esto es esencial para la vida en el planeta, ya que son las plantas las que generan oxígeno y se encuentran en la base de la cadena alimenticia.

Que esa capa adelgace o se agujeree significa que deja de cumplir sus funciones. Esto es un grave problema, y no solo para las plantas. Si las radiaciones nocivas llegan con facilidad a la troposfera, que es donde nos encontramos nosotros, aumenta el riesgo de sufrir cáncer de piel y ceguera, tal como advirtió en su día la OMS. Tampoco nuestro sistema inmune se libra de los daños.

Fue en 1985 cuando un grupo de científicos dio la voz de alarma: la capa de ozono que envuelve la Tierra tenía un enorme agujero sobre la Antártida. Entonces, la ONU promovió el llamado Protocolo de Montreal para protegerla, un acuerdo que firmaron los gobiernos de todo el mundo el 16 de septiembre de 1987. Desde entonces, ese día sirve para recordarnos por qué debemos cuidar nuestro escudo natural antirradiación.

Los enemigos de la capa de ozono

El Protocolo de Montreal sirvió para prohibir los clorofluorocarbonos (CFC). Se trata de compuestos cuyo uso se puso de moda sobre todo en los años 80. Entonces, estaban presentes en los gases refrigerantes que usaban los frigoríficos y los aires acondicionados. También en todo tipo de aerosoles. Según descubrieron los científicos, los CFC dañaban la capa de ozono a pasos agigantados.

Gracias a la concienciación mundial y a la prohibición establecida en el Protocolo de Montreal, los CFC dejaron de utilizarse a gran escala. Como resultado, el agujero de la Antártida ha comenzado a cerrarse. Después de alcanzar un pico a principios de siglo, poco a poco se ha ido reduciendo.

Por esa razón, se considera que el Protocolo de Montreal es uno de los acuerdos por el medio ambiente más exitosos a nivel mundial. Y la prueba de que, si nos ponemos todos de acuerdo, podemos conseguir resultados para salvar el planeta.

Sin embargo, las amenazas para la capa de ozono continúan. Pese al éxito que suponen tanto la reducción del agujero sobre la Antártida como el aumento de la concentración de ozono en la parte superior de la estratosfera, se ha detectado un adelgazamiento en las capas medias y bajas. Incluso se ha observado un aumento de la presencia de ozono en la atmósfera por la acción humana. Se trata de un hallazgo preocupante, ya que este gas, tan beneficioso para la vida cuando se encuentra a cierta distancia, resulta contaminante y dañino a nivel de suelo.

Consejos para mantener el equilibrio del ozono

El esfuerzo por preservar la capa de ozono debe continuar y, en esta lucha, debemos participar todos. Sin embargo, la problemática con este gas no se limita a la parte que se concentra en la estratosfera. También se debe mantener a raya el que genera la acción humana, que se queda atrapado en la atmósfera y ya forma parte del problema de contaminación que sufrimos. No solo eso: también contribuye al efecto invernadero.

El ozono es un contaminante secundario formado a partir de otros, como los óxidos de nitrógeno (NOx) y los compuestos orgánicos volátiles (COV) que emiten el tráfico, las calefacciones y la industria. Por eso, conviene reducir su generación para que no terminen transformados en ozono.

Todos podemos ayudar a evitar la producción de NOx y COV. Simplemente es cuestión de tomar conciencia de nuestros actos cotidianos y sustituirlos por otros más ecológicos. Estos cuatro consejos nos ayudarán a hacerlo:

– Dejar el coche en casa: cubrir los trayectos más habituales a pie, en bicicleta o en transporte público ayuda a reducir las emisiones de NOx, precursoras del ozono atmosférico. De hecho, el transporte es la principal fuente de emisiones de NOx en España.

– Comprobar el origen de los alimentos: consumir productos de proximidad ayuda a reducir la huella de carbono de nuestra cesta de la compra, así como las emisiones de NOx necesarias para traerlos a nuestro hogar. La razón es que no requieren el mismo esfuerzo en transporte para llegar desde su punto de origen que los que lo hacen desde la otra punta del planeta.

– Moderar el uso de la calefacción: como este apartado habitualmente genera precursores del ozono, lo mejor es usarlo de manera racional. No es necesario andar por casa en manga corta en invierno: con ajustar el sistema a unos 21 grados y utilizar inteligentemente persianas y cortinas será suficiente.

– Apostar por energías limpias: algunas fuentes de energía como el carbón también producen precursores del ozono. Por eso conviene apostar por otro tipo de fuentes más limpias, como pueden ser las de origen renovable.

Cuidar el planeta no es solo cuestión de un día ni de una sola causa. Son muchos los frentes que tenemos abiertos para preservar el medio ambiente, por eso CaixaBank ha puesto en marcha la campaña “365 razones”, dentro de su estrategia medioambiental, que apuesta por acelerar la transición a una economía baja en carbono que promueva el desarrollo sostenible y sea socialmente inclusiva mediante la reducción del impacto directo de sus operaciones y la financiación e inversión en proyectos sostenibles. En la campaña, los propios empleados de la entidad ofrecen su punto de vista sobre los desafíos que planteamos los humanos al planeta y que generan inquietud de cara al futuro. Todas ellas son razones por las que nunca debemos bajar la guardia ante las amenazas que sufre el lugar en el que vivimos y donde también vivirán nuestros hijos. Un reto diario en el que todos debemos involucrarnos.

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10 gestos que evitan la contaminación de nuestras playas https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/10-gestos-que-evitan-la-contaminacion-de-nuestras-playas/ https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/10-gestos-que-evitan-la-contaminacion-de-nuestras-playas/#respond Wed, 07 Aug 2019 08:14:53 +0000 CaixaBank CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/?p=33624

En España hay un total de 5.978 kilómetros de costa, playas y acantilados que conectan el inmenso mar con nuestros pueblos y ciudades. Las playas se consideran un bien común que debemos respetar, ya que podrían degradarse y acabar desapareciendo. Pero, además, son zonas ideales para nuestro ocio: navegar, pescar, observar aves, jugar, nadar, caminar, hacer deporte, tomar el sol o relajarse son solo algunas de las actividades recreativas que atraen a miles de visitantes. Y también constituyen un recurso fundamental para el turismo, una de las principales actividades económicas del país.

¿Están cuidadas las playas españolas?

Este verano ondeará la Bandera Azul en un total de 566 playas españolas. Esta insignia, que otorga cada año la Fundación Europea de Educación Ambiental, etiqueta las playas que cumplen unos criterios ambientales y de instalaciones. Desde la primera entrega de Banderas Azules en 1987, España ha repetido cada año en el primer puesto del pódium.

Somos líderes mundiales en la cantidad de playas que cuentan con información sobre el litoral para favorecer la educación ambiental de la sociedad. También tienen un agua excelente, sin vertidos industriales o residuales, entre otras medidas relacionadas con la calidad del agua. Y, por último, las playas con Bandera Azul cuentan con una gestión y un mantenimiento excelentes de las instalaciones, los servicios y la seguridad.

Aun así, el comportamiento de los usuarios de las playas no es siempre el adecuado. Nuestras acciones son determinantes para que esta calidad se mantenga y sigan siendo lugares cuidados y sin contaminar donde animales, plantas y personas convivan con respeto.

Vamos a la playa, sin contaminar

Es posible disfrutar de un día de playa respetando el medio ambiente; solo hay que seguir esta guía con 10 consejos para no contaminar cuando vayamos a la playa.

1. No tirar residuos al mar ni dejarlos en la arena. Lo que llega en nuestra mochila debe irse en nuestra mochila. Si no, debe desecharse dentro los cubos que el Ayuntamiento haya habilitado para este fin (no al lado, en el caso de que estén llenos).

Las latas de aluminio, los envases de vidrio o las bolsas y botellas de plástico son muy perjudiciales para el medio ambiente. Tardan años en degradarse y la cantidad que hay actualmente en el mar es un problema grave. Existe en el Pacífico, a unos 2.000 kilómetros al norte de Hawái, una “isla de plástico” o “isla de basura” tan grande como la península ibérica y Francia. De hecho, si no cambiamos nuestro comportamiento actual, en 2050 podría haber más toneladas de plástico en los océanos que peces.

Otro problema que está generando el plástico arrojado al mar es que los animales lo confunden con alimento y se lo comen. Pero su estómago no lo digiere, y una vez lleno de plásticos, no pueden ingerir otros alimentos, un hecho que provoca su muerte por desnutrición.

La gravedad de este fenómeno ha llevado a muchas entidades e instituciones a promover iniciativas de sensibilización y recogida de residuos en las playas. Un ejemplo es el proyecto LIBERA, unidos contra la basuraleza, de SEO/BirdLife, en alianza con Ecoembes.

2. No tirar colillas. Los fumadores deben saber que las colillas ensucian la costa y tardan entre 5 y 20 años en desaparecer de forma natural. Además, un filtro puede contaminar hasta 3 litros de agua de mar. La mejor acción para respetar el medio ambiente es evitar fumar durante las horas que se visita la playa. Pero si no es posible, es recomendable llevar un cenicero o un envase con agua para apagar bien las colillas y guardarlas.

Un ejemplo de la importancia de este residuo es la campaña Las orillas sin colillas, que han impulsado el Ayuntamiento de Estepona (Málaga) y los chiringuitos de la ciudad para cambiar un vaso de colillas recogidas de la playa por un refresco o una cerveza.

3. Usar protectores solares biodegradables. La crema solar es imprescindible para protegernos de los rayos UVA, UVB e IR que emite el sol, pero la mayoría de los productos contaminan mucho el mar por sus componentes químicos. Como alternativa, existen bronceadores ecológicos que son biodegradables y, por ello, no perjudican las especies marinas.

4. Llevar toallas de algodón orgánico. Las toallas o telas que usamos para tumbarnos a tomar el sol o para secarnos después de darnos un baño deben estar confeccionadas con materiales naturales sin productos sintéticos o químicos textiles, como el algodón orgánico. Este tejido es mucho más sostenible y menos contaminante, tanto en la playa como en nuestro día a día.

Según un estudio de la Universitat Rovira i Virgili, más de la mitad de los residuos plásticos del litoral de Tarragona son fibras de ropa de la lavadora. Se trata de fibras de tamaño microscópico que se encuentran en el mar, en los sedimentos marinos y en la arena de la playa.

5. No usar gel o champú en las duchas públicas. Quizá, lo más placentero de una jornada de playa es darse una ducha para quitarse la arena y lavarse el pelo y el cuerpo, que han estado en remojo en esa agua salada y contaminada. Pero no es tan urgente como para no esperarse a llegar a casa. El uso de gel o champú en las duchas de agua dulce que instala el Ayuntamiento en las playas es perjudicial porque estos productos químicos se quedan en la arena, llegan al mar y alteran el ecosistema natural.

6. No dejar comida en la arena. Aunque pueda parecer que ayudamos a la alimentación de los pájaros, no es conveniente dejar restos orgánicos en la playa, ya que se descomponen y atraen moscas e insectos. Además, el calor hará que esta comida desprenda un olor desagradable.

7. Practicar actividades recreativas sostenibles. El ocio y el deporte que hacemos en la playa deben ser respetuosos con el medio ambiente. Bucear, nadar, surfear o navegar con una barca a remo o pedales es mucho más sostenible que conducir una moto acuática o una lancha. Las embarcaciones a motor ensucian el agua y perjudican el ecosistema marino con su contaminación acústica.

8. Dejar las cosas en su sitio. No debemos llevarnos a casa nada de la playa o del mar, ya que todo forma parte de un ecosistema y tiene una función. Dejaremos donde hayamos encontrado los peces, cangrejos, estrellas de mar, conchas, arena… para mantener el equilibrio y la salud de nuestro litoral.

9. Sensibilizar sobre la necesidad de no contaminar las playas. Una buena inversión para tener un medio ambiente sano en el futuro es educar a los más pequeños en un comportamiento respetuoso con la naturaleza. La mejor forma de mostrar a niños y niñas la importancia de cuidar el medio ambiente es que vean que sus mayores optan por estas acciones menos contaminantes. También se les puede enseñar explicándoles cada uno de estos gestos.

10. Participar activamente en el cuidado del medio ambiente. Otra posibilidad para mejorar nuestras playas y evitar la contaminación es apoyar a las entidades que trabajan a favor de los océanos, participar en las campañas de recogida de residuos de las playas y concienciar a todo el mundo.

La contaminación del mar y de la naturaleza del litoral es una realidad que no podemos pasar por alto, por el futuro de nuestras playas y su fauna y flora. Son solo una decena de gestos para no contaminar en la playa. Son sencillos y fáciles de llevar a cabo, pero no por ello menos importantes o efectivos.

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En España hay un total de 5.978 kilómetros de costa, playas y acantilados que conectan el inmenso mar con nuestros pueblos y ciudades. Las playas se consideran un bien común que debemos respetar, ya que podrían degradarse y acabar desapareciendo. Pero, además, son zonas ideales para nuestro ocio: navegar, pescar, observar aves, jugar, nadar, caminar, hacer deporte, tomar el sol o relajarse son solo algunas de las actividades recreativas que atraen a miles de visitantes. Y también constituyen un recurso fundamental para el turismo, una de las principales actividades económicas del país.

¿Están cuidadas las playas españolas?

Este verano ondeará la Bandera Azul en un total de 566 playas españolas. Esta insignia, que otorga cada año la Fundación Europea de Educación Ambiental, etiqueta las playas que cumplen unos criterios ambientales y de instalaciones. Desde la primera entrega de Banderas Azules en 1987, España ha repetido cada año en el primer puesto del pódium.

Somos líderes mundiales en la cantidad de playas que cuentan con información sobre el litoral para favorecer la educación ambiental de la sociedad. También tienen un agua excelente, sin vertidos industriales o residuales, entre otras medidas relacionadas con la calidad del agua. Y, por último, las playas con Bandera Azul cuentan con una gestión y un mantenimiento excelentes de las instalaciones, los servicios y la seguridad.

Aun así, el comportamiento de los usuarios de las playas no es siempre el adecuado. Nuestras acciones son determinantes para que esta calidad se mantenga y sigan siendo lugares cuidados y sin contaminar donde animales, plantas y personas convivan con respeto.

Vamos a la playa, sin contaminar

Es posible disfrutar de un día de playa respetando el medio ambiente; solo hay que seguir esta guía con 10 consejos para no contaminar cuando vayamos a la playa.

1. No tirar residuos al mar ni dejarlos en la arena. Lo que llega en nuestra mochila debe irse en nuestra mochila. Si no, debe desecharse dentro los cubos que el Ayuntamiento haya habilitado para este fin (no al lado, en el caso de que estén llenos).

Las latas de aluminio, los envases de vidrio o las bolsas y botellas de plástico son muy perjudiciales para el medio ambiente. Tardan años en degradarse y la cantidad que hay actualmente en el mar es un problema grave. Existe en el Pacífico, a unos 2.000 kilómetros al norte de Hawái, una “isla de plástico” o “isla de basura” tan grande como la península ibérica y Francia. De hecho, si no cambiamos nuestro comportamiento actual, en 2050 podría haber más toneladas de plástico en los océanos que peces.

Otro problema que está generando el plástico arrojado al mar es que los animales lo confunden con alimento y se lo comen. Pero su estómago no lo digiere, y una vez lleno de plásticos, no pueden ingerir otros alimentos, un hecho que provoca su muerte por desnutrición.

La gravedad de este fenómeno ha llevado a muchas entidades e instituciones a promover iniciativas de sensibilización y recogida de residuos en las playas. Un ejemplo es el proyecto LIBERA, unidos contra la basuraleza, de SEO/BirdLife, en alianza con Ecoembes.

2. No tirar colillas. Los fumadores deben saber que las colillas ensucian la costa y tardan entre 5 y 20 años en desaparecer de forma natural. Además, un filtro puede contaminar hasta 3 litros de agua de mar. La mejor acción para respetar el medio ambiente es evitar fumar durante las horas que se visita la playa. Pero si no es posible, es recomendable llevar un cenicero o un envase con agua para apagar bien las colillas y guardarlas.

Un ejemplo de la importancia de este residuo es la campaña Las orillas sin colillas, que han impulsado el Ayuntamiento de Estepona (Málaga) y los chiringuitos de la ciudad para cambiar un vaso de colillas recogidas de la playa por un refresco o una cerveza.

3. Usar protectores solares biodegradables. La crema solar es imprescindible para protegernos de los rayos UVA, UVB e IR que emite el sol, pero la mayoría de los productos contaminan mucho el mar por sus componentes químicos. Como alternativa, existen bronceadores ecológicos que son biodegradables y, por ello, no perjudican las especies marinas.

4. Llevar toallas de algodón orgánico. Las toallas o telas que usamos para tumbarnos a tomar el sol o para secarnos después de darnos un baño deben estar confeccionadas con materiales naturales sin productos sintéticos o químicos textiles, como el algodón orgánico. Este tejido es mucho más sostenible y menos contaminante, tanto en la playa como en nuestro día a día.

Según un estudio de la Universitat Rovira i Virgili, más de la mitad de los residuos plásticos del litoral de Tarragona son fibras de ropa de la lavadora. Se trata de fibras de tamaño microscópico que se encuentran en el mar, en los sedimentos marinos y en la arena de la playa.

5. No usar gel o champú en las duchas públicas. Quizá, lo más placentero de una jornada de playa es darse una ducha para quitarse la arena y lavarse el pelo y el cuerpo, que han estado en remojo en esa agua salada y contaminada. Pero no es tan urgente como para no esperarse a llegar a casa. El uso de gel o champú en las duchas de agua dulce que instala el Ayuntamiento en las playas es perjudicial porque estos productos químicos se quedan en la arena, llegan al mar y alteran el ecosistema natural.

6. No dejar comida en la arena. Aunque pueda parecer que ayudamos a la alimentación de los pájaros, no es conveniente dejar restos orgánicos en la playa, ya que se descomponen y atraen moscas e insectos. Además, el calor hará que esta comida desprenda un olor desagradable.

7. Practicar actividades recreativas sostenibles. El ocio y el deporte que hacemos en la playa deben ser respetuosos con el medio ambiente. Bucear, nadar, surfear o navegar con una barca a remo o pedales es mucho más sostenible que conducir una moto acuática o una lancha. Las embarcaciones a motor ensucian el agua y perjudican el ecosistema marino con su contaminación acústica.

8. Dejar las cosas en su sitio. No debemos llevarnos a casa nada de la playa o del mar, ya que todo forma parte de un ecosistema y tiene una función. Dejaremos donde hayamos encontrado los peces, cangrejos, estrellas de mar, conchas, arena… para mantener el equilibrio y la salud de nuestro litoral.

9. Sensibilizar sobre la necesidad de no contaminar las playas. Una buena inversión para tener un medio ambiente sano en el futuro es educar a los más pequeños en un comportamiento respetuoso con la naturaleza. La mejor forma de mostrar a niños y niñas la importancia de cuidar el medio ambiente es que vean que sus mayores optan por estas acciones menos contaminantes. También se les puede enseñar explicándoles cada uno de estos gestos.

10. Participar activamente en el cuidado del medio ambiente. Otra posibilidad para mejorar nuestras playas y evitar la contaminación es apoyar a las entidades que trabajan a favor de los océanos, participar en las campañas de recogida de residuos de las playas y concienciar a todo el mundo.

La contaminación del mar y de la naturaleza del litoral es una realidad que no podemos pasar por alto, por el futuro de nuestras playas y su fauna y flora. Son solo una decena de gestos para no contaminar en la playa. Son sencillos y fáciles de llevar a cabo, pero no por ello menos importantes o efectivos.

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La batalla contra el cambio climático se disputará en los océanos https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/la-batalla-contra-el-cambio-climatico-se-disputara-en-los-oceanos/ https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/la-batalla-contra-el-cambio-climatico-se-disputara-en-los-oceanos/#respond Fri, 19 Jul 2019 09:16:34 +0000 CaixaBank CaixaBank https://ptbcbasp02.lacaixa.es/wordpress_multisite/blogcaixabank/?p=33236

Los mayores ecosistemas del mundo son también los que más contaminación están recibiendo cada año: los océanos y mares, cuyo futuro determinará todo el equilibrio ecológico del planeta.

En junio de 2017 la ONU organizó la primera Conferencia de los Océanos. Aquella fue una de esas cumbres que dejan un marcado sabor agridulce: por un lado, fue tremendamente positivo que las naciones de –casi– todo el mundo se diesen cuenta del grave problema medioambiental que enfrentan ya los océanos; por otro, que la conferencia se celebrara hace tan solo dos años nos demuestra que hasta ahora la comunidad internacional no ha sido consciente de un hecho irrefutable: si los océanos del planeta se mueren, pronto les seguiremos nosotros.

El estado de nuestros mares y océanos no es bueno y es algo que cualquiera de nosotros puede comprobar en un día de playa: malos olores en la orilla, plásticos y basuras que se desplazan al ritmo de las olas e incluso plagas de medusas cada vez más grandes y persistentes. Todo son señales de que algo va terriblemente mal en el 70% de la superficie del planeta, la misma que ocupan los océanos. Vamos a comprobar hasta qué punto la actividad humana afecta al mayor ecosistema que tenemos.

La máquina de la vida

Las teorías más consolidadas sitúan el origen de la vida en los océanos, en esa especie de «sopa primitiva» que les precedió. De eso hace unos 4000 millones de años según los últimos cálculos; desde entonces, todos los ecosistemas de la Tierra han estado íntimamente ligados a los océanos.

Para empezar, los océanos son el hogar de entre el 50% y el 80% de las especies del planeta: desde el ser más grande de nuestro mundo, la ballena azul, hasta el fitoplancton marino, responsable de la mitad del oxígeno que respiramos. Además, los mares y océanos cumplen otra función clave en la supervivencia de todas las especies –y ahí estamos nosotros incluidos–: regulan la temperatura global y absorben el CO2.

Así que podemos asegurar que los océanos no solo albergan vida sino que la sustentan, incluso dentro de los continentes, donde su influencia parece ser mucho menor. Pero hasta hace muy poco tiempo los océanos no han sido más que una vía de comercio, una fuente de alimentos y el vertedero global del progreso humano.

Lo que ya hemos dañado

Lo del vertedero global no es una exageración. El Servicio de Estudios del Parlamento Europeo estima que entre 4,8 y 12,7 millones de toneladas de plástico acaban cada año en los océanos e incluso llegan a formar inmensas islas de basura. Este es un problema que afecta no solo a los ecosistemas marinos, sino a nosotros mismos. Ya hay estudios que han encontrado microplásticos dentro de nuestros cuerpos y lo más probable es que hayan llegado a nuestra cadena alimenticia a través de la fauna marina. Hablamos, por tanto, de un problema sanitario de primer orden.

El rayo de esperanza aquí es el cambio en la normativa; por ejemplo, el de la producción de plásticos: la Unión Europea ha aprobado una directiva que prohíbe la fabricación de utensilios de plástico de un solo uso a partir de 2021.

Por supuesto, que una ingente cantidad de plásticos termine en el océano pone en peligro a numerosas especies marinas, muchas de las cuales ya están en jaque por la sobreexplotación pesquera.

Tal vez uno de los mejores ejemplos lo representan especies como el atún o el bacalao, cuyo número ha disminuido en un 90% en las últimas seis décadas. Esto nos lleva a un escenario muy real en el que la pesca marina puede terminar desapareciendo en la mayoría de caladeros del mundo si seguimos aplicando la fórmula actual: ecosistemas marinos contaminados, sobreexplotación pesquera y aumento de la temperatura del agua.

Precisamente ese es otro de los puntos clave que nos indica que los océanos se están transformando –para mal– a marchas aceleradas. Según los estudios publicados por la revista Science este pasado mes de enero, en 2018 se batió el récord de aumento de temperatura de los océanos. De nuevo, las principales perjudicadas son las especies marinas, pero esta vez aquellas que forman la base de la cadena alimenticia: grandes arrecifes de coral y bancos de kril. Sin ellos, el resto de especies están condenadas a la extinción.

Tampoco ayuda que los mares y océanos sean cada vez más ácidos como consecuencia del aumento de CO2 en la atmósfera. Esto afecta, de nuevo, a las criaturas más sensibles de la cadena trófica y a todo el equilibrio del ecosistema marino.

Las consecuencias de la acidificación de los océanos no son inmediatas ni fácilmente perceptibles por los humanos –de ahí que el problema haya estado en un segundo plano hasta ahora–. Sin embargo, la subida de las temperaturas de los océanos tiene otra cara aún más visible: los grandes desastres naturales que cada vez se producen con mayor frecuencia y virulencia, como tifones y huracanes.

E incluso las especies invasoras son susceptibles de aprovecharse del cambio climático; no es casual que en los últimos años las costas españolas hayan sufrido plagas de medusas cada vez más intensas y molestas. Ante la falta de depredadores naturales, estas especies se reproducen sin control y terminan invadiendo grandes zonas costeras.

¿Cómo lo solucionamos?

No hay una solución fácil a la contaminación de los océanos. Son muchos los países, organismos y sectores productivos que se deben poner de acuerdo, y ni siquiera proyectos tan inspiradores como The Ocean CleanUp pueden marcar la diferencia en esta batalla.

Así que toca organizarse y empezar a atajar, uno por uno, los males que aquejan a nuestros océanos, empezando por el tipo de energía que producimos y terminando por el control de lo que llega a los océanos. En eso consiste el Tratado Global de los Océanos, un «compromiso» de la ONU para redactar el plan que salvará a nuestros océanos a partir de 2020.

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Los mayores ecosistemas del mundo son también los que más contaminación están recibiendo cada año: los océanos y mares, cuyo futuro determinará todo el equilibrio ecológico del planeta.

En junio de 2017 la ONU organizó la primera Conferencia de los Océanos. Aquella fue una de esas cumbres que dejan un marcado sabor agridulce: por un lado, fue tremendamente positivo que las naciones de –casi– todo el mundo se diesen cuenta del grave problema medioambiental que enfrentan ya los océanos; por otro, que la conferencia se celebrara hace tan solo dos años nos demuestra que hasta ahora la comunidad internacional no ha sido consciente de un hecho irrefutable: si los océanos del planeta se mueren, pronto les seguiremos nosotros.

El estado de nuestros mares y océanos no es bueno y es algo que cualquiera de nosotros puede comprobar en un día de playa: malos olores en la orilla, plásticos y basuras que se desplazan al ritmo de las olas e incluso plagas de medusas cada vez más grandes y persistentes. Todo son señales de que algo va terriblemente mal en el 70% de la superficie del planeta, la misma que ocupan los océanos. Vamos a comprobar hasta qué punto la actividad humana afecta al mayor ecosistema que tenemos.

La máquina de la vida

Las teorías más consolidadas sitúan el origen de la vida en los océanos, en esa especie de «sopa primitiva» que les precedió. De eso hace unos 4000 millones de años según los últimos cálculos; desde entonces, todos los ecosistemas de la Tierra han estado íntimamente ligados a los océanos.

Para empezar, los océanos son el hogar de entre el 50% y el 80% de las especies del planeta: desde el ser más grande de nuestro mundo, la ballena azul, hasta el fitoplancton marino, responsable de la mitad del oxígeno que respiramos. Además, los mares y océanos cumplen otra función clave en la supervivencia de todas las especies –y ahí estamos nosotros incluidos–: regulan la temperatura global y absorben el CO2.

Así que podemos asegurar que los océanos no solo albergan vida sino que la sustentan, incluso dentro de los continentes, donde su influencia parece ser mucho menor. Pero hasta hace muy poco tiempo los océanos no han sido más que una vía de comercio, una fuente de alimentos y el vertedero global del progreso humano.

Lo que ya hemos dañado

Lo del vertedero global no es una exageración. El Servicio de Estudios del Parlamento Europeo estima que entre 4,8 y 12,7 millones de toneladas de plástico acaban cada año en los océanos e incluso llegan a formar inmensas islas de basura. Este es un problema que afecta no solo a los ecosistemas marinos, sino a nosotros mismos. Ya hay estudios que han encontrado microplásticos dentro de nuestros cuerpos y lo más probable es que hayan llegado a nuestra cadena alimenticia a través de la fauna marina. Hablamos, por tanto, de un problema sanitario de primer orden.

El rayo de esperanza aquí es el cambio en la normativa; por ejemplo, el de la producción de plásticos: la Unión Europea ha aprobado una directiva que prohíbe la fabricación de utensilios de plástico de un solo uso a partir de 2021.

Por supuesto, que una ingente cantidad de plásticos termine en el océano pone en peligro a numerosas especies marinas, muchas de las cuales ya están en jaque por la sobreexplotación pesquera.

Tal vez uno de los mejores ejemplos lo representan especies como el atún o el bacalao, cuyo número ha disminuido en un 90% en las últimas seis décadas. Esto nos lleva a un escenario muy real en el que la pesca marina puede terminar desapareciendo en la mayoría de caladeros del mundo si seguimos aplicando la fórmula actual: ecosistemas marinos contaminados, sobreexplotación pesquera y aumento de la temperatura del agua.

Precisamente ese es otro de los puntos clave que nos indica que los océanos se están transformando –para mal– a marchas aceleradas. Según los estudios publicados por la revista Science este pasado mes de enero, en 2018 se batió el récord de aumento de temperatura de los océanos. De nuevo, las principales perjudicadas son las especies marinas, pero esta vez aquellas que forman la base de la cadena alimenticia: grandes arrecifes de coral y bancos de kril. Sin ellos, el resto de especies están condenadas a la extinción.

Tampoco ayuda que los mares y océanos sean cada vez más ácidos como consecuencia del aumento de CO2 en la atmósfera. Esto afecta, de nuevo, a las criaturas más sensibles de la cadena trófica y a todo el equilibrio del ecosistema marino.

Las consecuencias de la acidificación de los océanos no son inmediatas ni fácilmente perceptibles por los humanos –de ahí que el problema haya estado en un segundo plano hasta ahora–. Sin embargo, la subida de las temperaturas de los océanos tiene otra cara aún más visible: los grandes desastres naturales que cada vez se producen con mayor frecuencia y virulencia, como tifones y huracanes.

E incluso las especies invasoras son susceptibles de aprovecharse del cambio climático; no es casual que en los últimos años las costas españolas hayan sufrido plagas de medusas cada vez más intensas y molestas. Ante la falta de depredadores naturales, estas especies se reproducen sin control y terminan invadiendo grandes zonas costeras.

¿Cómo lo solucionamos?

No hay una solución fácil a la contaminación de los océanos. Son muchos los países, organismos y sectores productivos que se deben poner de acuerdo, y ni siquiera proyectos tan inspiradores como The Ocean CleanUp pueden marcar la diferencia en esta batalla.

Así que toca organizarse y empezar a atajar, uno por uno, los males que aquejan a nuestros océanos, empezando por el tipo de energía que producimos y terminando por el control de lo que llega a los océanos. En eso consiste el Tratado Global de los Océanos, un «compromiso» de la ONU para redactar el plan que salvará a nuestros océanos a partir de 2020.

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Comenzaron a llegar hace algo más de dos años a los hogares con vehículos más ecológicos. A mediados de 2016, unas pegatinas redondas para colocar en el parabrisas aparecían en los buzones junto a una carta de la DGT. Se trataba de unas etiquetas que distinguían los automóviles respetuosos con el medio ambiente del resto.

La colocación de estas etiquetas en los parabrisas era voluntaria. Hoy lo sigue siendo en la mayor parte del país. Sin embargo, en lugares como Madrid, su uso será obligatorio a partir de abril en ciertas áreas y bajo ciertas condiciones, como por ejemplo durante episodios de alta contaminación o para acceder al área de circulación restringida de Madrid Central.

De dónde vienen los distintivos medioambientales

Los distintivos medioambientales responden al Plan Nacional de Calidad del Aire y Protección de la Atmósfera 2013-2016 (Plan AIRE), que proponía la clasificación de los vehículos en función de sus emisiones contaminantes. Como consecuencia, la DGT estableció cuatro categorías para los automóviles en función de su potencial de contaminación: las etiquetas cero emisiones, las Eco, las C y las B.

El resultado es que prácticamente la mitad del parque de vehículos en España se encuentra clasificado dentro de una de esas cuatro categorías. El resto no posee distintivo medioambiental alguno.

Cómo saber qué etiqueta te corresponde

Aunque la DGT empezó a enviar los distintivos de manera gratuita a algunos hogares, junto con una carta que explicaba su uso, en un momento dado dejó de hacerlo. Por ese motivo, muchos conductores se quedaron sin saber exactamente cuál era la etiqueta que les correspondía.

La DGT habilitó una web que permite conocer qué etiqueta puede lucir cada vehículo con solo introducir su matrícula. Además, se puede saber gracias a los requisitos que exige cada categoría:

Etiqueta cero emisiones: para vehículos 100% eléctricos, híbridos enchufables con una autonomía eléctrica de más de 40 km y los de autonomía extendida.

Etiqueta Eco: híbridos enchufables con menos de 40 km de autonomía eléctrica, híbridos no enchufables, además de los propulsados por gas natural (GNC y GNL) o gas licuado del petróleo (GLP).

Etiqueta C: turismos y furgonetas ligeras de gasolina matriculados desde enero de 2006 (Euro 4, Euro 5 y Euro 6) y diésel a partir de 2014 (Euro 6). Vehículos de más de 8 plazas y de mercancías (gasolina y diésel) desde 2005.

Etiqueta B: turismos y furgonetas ligeras de gasolina matriculados a partir de enero de 2000 (Euro 3) y propulsados por diésel a partir de enero de 2006 (Euro 4 y Euro 5).

etiquetaambiental

Dónde conseguir la etiqueta medioambiental

Como la DGT ya no envía los distintivos medioambientales, se han habilitado algunos medios adicionales para poder adquirirlos.

Las Oficinas de Correos o los talleres de reparación son algunos de los lugares donde se puede comprar la etiqueta medioambiental. También se puede recurrir a un gestor administrativo o adquirirla online en una web que la DGT habilitó especialmente para ello.

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Comenzaron a llegar hace algo más de dos años a los hogares con vehículos más ecológicos. A mediados de 2016, unas pegatinas redondas para colocar en el parabrisas aparecían en los buzones junto a una carta de la DGT. Se trataba de unas etiquetas que distinguían los automóviles respetuosos con el medio ambiente del resto.

La colocación de estas etiquetas en los parabrisas era voluntaria. Hoy lo sigue siendo en la mayor parte del país. Sin embargo, en lugares como Madrid, su uso será obligatorio a partir de abril en ciertas áreas y bajo ciertas condiciones, como por ejemplo durante episodios de alta contaminación o para acceder al área de circulación restringida de Madrid Central.

De dónde vienen los distintivos medioambientales

Los distintivos medioambientales responden al Plan Nacional de Calidad del Aire y Protección de la Atmósfera 2013-2016 (Plan AIRE), que proponía la clasificación de los vehículos en función de sus emisiones contaminantes. Como consecuencia, la DGT estableció cuatro categorías para los automóviles en función de su potencial de contaminación: las etiquetas cero emisiones, las Eco, las C y las B.

El resultado es que prácticamente la mitad del parque de vehículos en España se encuentra clasificado dentro de una de esas cuatro categorías. El resto no posee distintivo medioambiental alguno.

Cómo saber qué etiqueta te corresponde

Aunque la DGT empezó a enviar los distintivos de manera gratuita a algunos hogares, junto con una carta que explicaba su uso, en un momento dado dejó de hacerlo. Por ese motivo, muchos conductores se quedaron sin saber exactamente cuál era la etiqueta que les correspondía.

La DGT habilitó una web que permite conocer qué etiqueta puede lucir cada vehículo con solo introducir su matrícula. Además, se puede saber gracias a los requisitos que exige cada categoría:

Etiqueta cero emisiones: para vehículos 100% eléctricos, híbridos enchufables con una autonomía eléctrica de más de 40 km y los de autonomía extendida.

Etiqueta Eco: híbridos enchufables con menos de 40 km de autonomía eléctrica, híbridos no enchufables, además de los propulsados por gas natural (GNC y GNL) o gas licuado del petróleo (GLP).

Etiqueta C: turismos y furgonetas ligeras de gasolina matriculados desde enero de 2006 (Euro 4, Euro 5 y Euro 6) y diésel a partir de 2014 (Euro 6). Vehículos de más de 8 plazas y de mercancías (gasolina y diésel) desde 2005.

Etiqueta B: turismos y furgonetas ligeras de gasolina matriculados a partir de enero de 2000 (Euro 3) y propulsados por diésel a partir de enero de 2006 (Euro 4 y Euro 5).

etiquetaambiental

Dónde conseguir la etiqueta medioambiental

Como la DGT ya no envía los distintivos medioambientales, se han habilitado algunos medios adicionales para poder adquirirlos.

Las Oficinas de Correos o los talleres de reparación son algunos de los lugares donde se puede comprar la etiqueta medioambiental. También se puede recurrir a un gestor administrativo o adquirirla online en una web que la DGT habilitó especialmente para ello.

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